Las criadas visten de rojo. Llevan en sus cabezas un tocado blanco que impide que ellas vean a sus costados y les oculta la cara.
Estas mujeres no necesitan sus sentidos nítidos: las criadas ya no son personas, sino objetos de comercio. Son la mercancía de vientre fértil con la que el mundo distópico imaginado por Margaret Atwood asegura su poder dentro de la novela El cuento de la criada (1985).
Hace una semana, ocho de estas mujeres, con su uniforme de desposeídas, entraron a las urnas en las elecciones presidenciales de Costa Rica para ejercer su voto.
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Cargaban consigo una cita de la novela: Nolite Te Bastardes Carborundorum, un latín sucio que se convierte en una frase de resistencia: “No dejes que los bastardos te carbonicen”.
Vídeos y fotografías circularon en redes sociales y se publicaron, entre otros, en La Nación, The Tico Times, El Nuevo Diario de Nicaragua, Salon.com de Estados Unidos, Página 12 de Argentina, El País de España, una publicación de Facebook del personaje God (una página que habla sardónicamente en nombre de Dios) y hasta algunos retuits en la cuenta personal de Atwood.
I saw the election pictures.. really amazing! #handmaidstale @handmaidsonhulu#NiUnaMenos https://t.co/BLsK67jfsY
— Margaret E. Atwood (@MargaretAtwood) February 5, 2018
Los medios internacionales reconocieron el pánico de la protesta puesto que una adaptación televisiva se estrenó en la plataforma de streaming Hulu (no disponible formalmente para América Latina). La serie recibió reconocimientos en los Emmy y los Globos de Oro.
Pero los disfraces no fueron el único signo universal.
Las ticas firmaron una declaración que describía “un panorama donde las condiciones materiales de las mujeres han sido un tema invisibilizado por los medios de comunicación y la mayoría de partidos políticos”.
Ellas no son las primeras en notar similitudes entre las actitudes de sus líderes políticos contra las mujeres y la distopía publicada hace 32 años.
En el 2017, un grupo de mujeres ingresó al Capitolio de Texas, en Estados Unidos, mientras el Senado discutía una ley contra el aborto, que ya era legalmente permitido en el estado. En Washington, otras “criadas” se presentaron con sus capas rojas para protestar contra el desfinanciamiento de las sedes de Planned Parenthood, organización que brinda servicios de salud sexual y reproductiva a mujeres (en Estados Unidos, la medicina es muy costosa y lo es más aún en servicios especializados como la ginecología y obstetricia).
Críticos culturales han cuestionado si la ficción de Atwood es una premonición en un panorama en el que abundan ejemplos de nacionalismo conservador –el Brexit en Reino Unido–, recortes a programas de bienestar social que benefician minorías raciales y a mujeres –Estados Unidos– , y la fuerza popular de líderes políticos conservadores o expresamente religiosos –entre otros, Donald Trump en Estados Unidos, Michel Temer en Brasil y Fabricio Alvarado en Costa Rica–.
En el prólogo más reciente para su novela, la misma Atwood se refirió al tema.
“Digamos que es una antipredicción: si este futuro se puede describir de manera detallada, tal vez no llegue a ocurrir. Pero tampoco podemos confiar demasiado en esa idea bienintencionada. El cuento de la criada se nutrió de muchas facetas distintas: ejecuciones grupales, leyes suntuarias, quema de libros, el programa Lebensborn de las SS –Alemania– y el robo de niños en Argentina por parte de los generales, la historia de la esclavitud, la historia de la poligamia en Estados Unidos... La lista es larga”, escribió.
La literatura de Atwood, de 78 años, se ha abocado con prosa y poesía, a describir escenarios donde las estructuras democráticas han colapsado –como con su trilogía MaddAddam que está en proceso de adaptarse a televisión con la dirección Darren Aronofsky– y las vidas de mujeres complejas transcurren en las circunstancias más extremas –como con la novela Alias Grace y The Robber Bride–.
Un futuro hecho de pasados
El cuento de la criada es una historia en primera persona de una mujer que perdió su nombre y ahora utiliza el vocativo Defred –Offred en inglés–. Pertenece a alguien: a un comandante y a su esposa. Es de Fred.
La poseen porque su útero fértil es un bien escaso en una humanidad que enfrenta una epidemia de esterilidad.
Defred y las criadas son el subproducto de una guerra civil en la que un grupo fundamentalista tomó la ventaja militar.
Claman un “retorno a los valores tradicionales” con un estilo de vida organizado por clases sociales muy rígidas, dentro de las cuales las mujeres solo pueden ser tres cosas: esposas, criadas del hogar o esclavas de la reproducción.
Las lesbianas son “traidoras de su género” y las sediciosas son castigadas con trabajo forzado o la muerte pública.
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Protegido por esos valores “tradicionales”, el gobierno niega a las mujeres de su derecho a poseer propiedades, administrar cuentas bancarias y leer. Sin autonomía ni acceso a la información, quedan vulnerables ante el control absoluto del totalitarismo teocrático.
No todas son mujeres subyugadas, pero sí muchas de ellas, colaboran para mantener este nuevo orden nacional.
“Aceptan encantadas situaciones que les conceden poder sobre otras mujeres (...). Todo poder es relativo y en tiempos duros se percibe que tener poco es mejor que no tener ninguno”, describe Atwood.
Atwood imagina un gobierno fascista que utiliza la violencia para mantener su orden y también cómo llega a dominar. El cuento de la criada detalla un proceso sobre cómo se corroen las libertades, incluso en de una sociedad que ya cree tenerlas aseguradas.
Atwood también añade a su novela un epílogo que habla sobre un futuro en el que la esclavitud sexual, la opresión y supresión de las mujeres parece una cosa de leyenda.
Así nos parecen a la distancia otros regímenes del siglo XX cuando los leemos en los libros de historia: el franquismo, el nazismo, la dictadura argentina, el fascismo de Pinochet en Chile.
Para la ficción de Atwood, hasta en la más sólidas de las repúblicas democráticas, los derechos de los ciudadanos son frágiles y, por lo mismo, la autora considera urgente llamar a la resistencia cuando haga falta. No hay que dejar que los bastardos nos hagan polvo.
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