Leer un libro de ficción es siempre una lotería, incluso en aquellos casos en que viene precedido de buena crítica y un mercadeo que persuade a la imaginación. Aún en esos casos sigue siempre siendo una lotería y no todo lo que brilla es oro. Cuando un libro me toma como una amante intempestiva que obliga a acciones de lectura como sexo sin control, a todo hora y lugar posible. Cuando me descubro al desayuno leyendo, dedicándole tiempo cada vez mayor a la lectura, en las esperas del banco o las del dentista, incluso en algunas visitas al baño que asumimos más prolongadas, es cuando me doy cuenta que he sido atrapado por ese libro.
Es el caso reciente con El ojo del mundo (Uruk Editores), novela reciente del poeta y narrador Guillermo Fernández.
Posee una trama agradable, que mezcla el suspenso con la reflexión filosófica, para proponer un escenario múltiple, donde los mismos personajes son capaces de construir la vida en diferentes capas, moviéndose por la geografía del planeta con la normalidad de una persona del siglo XXI, que se mueve entre espacios más amplios, generando un tejido existencial de tipo global, donde ya nada es distancia y toda distancia es imaginación.
La vida igualmente ocurre en el corazón de una gran ciudad, o en la periferia riesgosa de un frente de guerra. Tiene la misma volatilidad que un diálogo en un avión atravesando el Atlántico, todo muere en una fétida habitación de hotel, aunque se haya nacido rodeado de tulipanes. Es un libro sobre un mundo posible, personajes que viven en función de falsos preceptos, premios y reconocimientos que no son tales, la miseria y la duda más allá de la certeza que nos ofrece la obsesión y la sospecha.
Sembrar dudas en el lector
Guillermo en este libro no solamente se nos revela como un estilista, al construir un universo narrativo preciso, justo, bien estructurado, cuidadosamente adornado por el buen gusto y la parquedad, sino que además propone escenarios que, aunque novedosos, no descuidan los viejos temas que han preocupado al hombre: el éxito, la verdad, el gesto humanitario, la necesidad de encontrar siempre a un culpable, la indispensable obsesión de la condena, el sentido de la superioridad, la importancia de los redentores frente a su posible irrelevancia.
¿Qué es conocer? ¿Quién tiene la verdad? ¿Quién muestra la verdad debe necesariamente poder explicarla? ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso cuando se trata de buscar y exponer la verdad? ¿Es acaso la verdad un hecho ajeno al individuo o vive en cada uno separadamente, al punto que la verdad deja de ser irrelevante para entender y aceptar la existencia?
La novela de Guillermo Fernández en su fluidez narrativa siembra dudas e interrogantes a través del universo que construye, donde la trama en sí misma deja de ser importante y son los personajes con sus sospechas, sus ansiedades, su parte del mundo ajeno a ellos que desconocen los que los convierte en relevantes.
En este sentido, El ojo del mundo es una excelente novela de personajes, que muestra la flexibilidad que poseen estos personajes para moverse en diferentes escenarios y cómo el escenario de la guerra y la destrucción de una sociedad transicional, se convierte en la mejor metáfora para describir lo que ocurre en el ojo del mundo: la calma infinita que existe en el corazón mismo de una guerra, la transformación que se da, frente a lo que creemos ver, contrastado con lo que realmente se muestra y no podemos atrapar en su confusa totalidad.
Novela compleja, bien articulada, exquisitamente relatada, su autor se levanta como Lázaro –un hombre que viene del sueño involuntario– y anda por el mundo, se detiene en los meandros de la humanidad, se asoma a la libertad política y a la esclavitud del ideal mal concebido. Y lo hace apoyado en un personaje que tiene un nombre sencillo, que no necesita apellido para sacudir lo que ocurre a su alrededor, como insinuando que el abolengo es cosa aparte. Henry es simplemente Henry, en un universo donde prevalecen los encabezados y nombres distinguidos, de premios y caudillos, Henry es simplemente una voz que busca una verdad que no ha nacido. Y es que su hazaña reside precisamente en buscar lo que no ha nacido, porque la indiferencia duele y ni siquiera la muerte es capaz de mitigarla.
Con esta novela, nuestra narrativa también queda expuesta ante el ojo del mundo. Los buitres siempre han estado allí, expectantes, mientras el niño indiferente ignora sus miradas carroñeras.
Las cosas no son lo que aparentan y menos significan lo que se espera de ellas. La vida es un universo cambiante donde a veces nos mueve el motivo equivocado y creemos proteger lo que lastimamos. En el fondo no importa, la vida es así, lo que realmente cuenta es nuestra capacidad de sentir, eso es algo a lo que no podemos renunciar, porque solamente quien posee la capacidad de sentir es capaz de asomarse al ojo del mundo.
Sobre la novela
Título: El ojo del mundo
Autor: Guillermo Fernández Álvarez
Sello: Uruk Editores (2271-6321)
Género: Novela
Sinopsis: “Este libro retrata la aventura de Henry, un periodista neoyorquino que busca respuestas tras la polémica fotografía de Carter, ganadora del Pulizter, a quien acusan de no impedir la muerte de un infante que parecía ser presa de un buitre. Henry viaja hasta Sudáfrica para entrevistar a Carter. En el hotel donde se aloja, conoce a una periodista holandesa que parece tener las mismas preguntas para Carter, a partir de lo cual se desarrolla una espiral de incógnitas”.
Número de páginas: 292