Áncora

Novela ‘Moronga’, de Horacio Castellanos Moya: Vidas malogradas

Más que una novela policial, este nuevo libro del escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya es un texto político y trágico

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A mediados de mayo, el escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya presentó 'Moronga' en Costa Rica: Foto: David Vargas/Agencia Ojo por Ojo. (DAVID VARGAS / AGENCIA OJO POR O)

Moronga significa morcilla, embutido de sangre de puerco; y, por extensión y semejanza, órgano sexual masculino. Por analogía, se le puede apodar así a un centroamericano de baja estatura, morenito, empacado, testigo protegido de las autoridades federales de los Estados Unidos con las que colabora para esclarecer crímenes de narcotráfico.

Moronga (Random House Mondadori, 2017) es también el título de una aparente novela policíaca, la más reciente del escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya, quien ha construido un mundo literario propio, una saga de novelas en las que sus personajes saltan de una a la otra.

Tal vez, la suya sea una de las mejores propuestas ficcionales de la literatura centroamericana contemporánea y, en esta saga de la que hablamos, la literatura se parece a la vida, los personajes evolucionan, cambian de una ciudad a otra, de Ciudad Guatemala a Wisconsin, de una ficción a otra, conservando algunos de sus rasgos característicos, respetando su propia historia, que es también la de El Salvador.

Al poeta Roque Dalton lo asesinaron sus compañeros de lucha. Dalton era de izquierda y no lo mató la derecha, tampoco el ejército. En 1975 a él lo acusaron, como tantas veces ocurrió en esos grupos, de ser agente de la CIA y por eso lo eliminaron. Una traición que implicó otra traición, o muchas traiciones, como las que pueblan la obra de Castellanos Moya.

Erasmo Aragón es un profesor que se va a los Estados Unidos a investigar la muerte de Dalton, a leer unos archivos desclasificados por la CIA. Al emprender ese viaje y esa búsqueda se encontrará en medio, no de una intriga política propia de los tiempos de la Guerra Fría, sino de los desechos humanos, de las vidas malogradas de centroamericanos pobres y ansiosos que sobreviven y delinquen en las entrañas de una sociedad puritana y policial, en las entrañas de los Estados Unidos.

Erasmo forma parte de los Aragón, familia con la que Castellanos ha construido parte de su universo literario. Él es hipocondríaco, medio paranoico, toma alcohol y por las noches consume ansiolíticos; tiene casi 50 años, es lujurioso, se enreda en sus propios mecates, no siempre termina con satisfacción sus relaciones sexuales, ve pornografía, le carcome la culpa de una hija abandonada y el fracaso de sus relaciones sentimentales más duraderas; también, se me olvidaba decirlo, su madre lo molesta los domingos por la mañana llamándolo para pedirle dinero y contarle sus miles de padecimientos personales –reales o inventados–.

A simple vista, Moronga podría parecer a simple vista una novela policíaca de centroamericanos en los Estados Unidos, personas involucradas en el asesinato a sueldo, en el narcotráfico, en la prostitución, en trabajos de bajo salario, en la delación, en el abuso de menores; sin embargo, esta historia no es solo eso.

En las novelas de Castellanos Moya, la violencia nunca es gratuita; es trágica, pero no gratuita. La violencia tiene sus raíces en un mundo social descompuesto por la guerra, por el machismo, por el autoritarismo, por la injusticia y por la condición geopolítica de El Salvador. El clima de sus novelas es denso, así se siente, así se respira.

Por eso decimos que lo que puede parecer una novela policíaca en realidad es una novela política, y una novela trágica.

Moronga nos ayuda a comprender, teniendo como telón de fondo la historia de Centroamérica –principalmente la de El Salvador y la de Guatemala–, cuál es el lugar de donde proceden los miembros de las maras, de qué está hecho el demonio que lleva dentro una niña guatemalteca, hija de padre incierto y de una prostituta asesinada por venganzas de narcotraficantes; nos enseña cómo la guerra de la década de los años 80 puede reaparecer en los recuerdos atormentados de salvadoreños solitarios que se anestesian con cerveza y con béisbol en un bar de la ciudad universitaria de Merlow City; nos insinúa que la búsqueda de los secretos tras la muerte de Roque Dalton es la que introduce a Aragón en la vorágine de aquellos días de investigación en los Estados Unidos, aquellos días de mujeres, de fantasías sexuales y paranoicas, de acusaciones policiales y de desequilibrio mental que le terminan de estropear la vida a este hombre agobiado por su pasado, por su presente y por su futuro.

Con una variación en su estilo, con un lenguaje y una narración menos barroca y más sencilla, Castellanos Moya nos presenta una novela compleja en su estructura, llena de magníficos y viscerales personajes secundarios; una novela de seres en descomposición, achacosos, cancerosos, violentos, traidores, gente enferma del alma que se encuentra y desencuentra dentro de las páginas de un texto que nos remite a otras obras del mismo autor, que nos remite a Insensatez, a El asco, a El arma en el hombre, a El regreso, a La sirvienta y el luchador, a Tirana memoria.

Nos ofrece personajes que reconocemos y que pueden transitar por Moronga porque el conjunto de la obra de Castellanos Moya se inscribe en un mismo contexto ficcional, porque este autor, al igual que William Faulkner, ha creado un mundo y unos personajes que se pueden desplazar por distintas novelas llevados de su mano, que es la de un experto en bajezas humanas, que es la de un observador de las explosiones emocionales de gente expuesta a situaciones límites, que es la de un escritor que, como los clásicos griegos, deja a sus personajes solos en medio de los vientos del destino, solos en la tragedia que une y destruye sus vidas.

Acerca de este libro, Castellanos Moya dijo: "Esta novela es la última expresión de una familia que se ha ido derrumbando, que ha ido cayendo en la desaparición".

Moronga está ordenada en tres capítulos: el primero se llama Zeledón, el segundo se llama Aragón y el tercero es un informe preliminar de la policía de Chicago, que se llama El tirador oculto, y da cuenta de una balacera tremenda en el medio de una zona comercial. Este último capítulo es, a su vez, el epílogo y el clímax de la novela, en el que, aunque no se nos cuente todo, todo queda claro.

De Aragón ya hemos hablado, es Erasmo, quien al igual que Zeledón también podríamos rastrear en novelas anteriores de Horacio Castellanos. José Zeledón es hijo de una enfermera murió en los enredos de la guerra civil de El Salvador cuando él era muy joven.

Al igual que Erasmo, es solitario y fantasea con mujeres; vive en los Estados Unidos huyendo de sí mismo, de su país que, de algún modo, es ese pasado que lo atormenta y lo condena a moverse de Texas a Wisconsin, donde consigue un trabajito como chofer de bus en una ciudad universitaria y quien se queda sin fuente de ingresos al ser acusado de acoso sexual por una profesora de caderas anchas que conoce muy bien la doble moral y las rigideces del control social del mundo en el que vive.

Entre una que va y otra que viene, Zeledón se reencuentra con personajes de su pasado, gente que también arrastra consigo la guerra y sus mañas, gente que sabe ganarse la vida matando a otra gente y así, los hilos de la tragedia, manejados con maestría y cuidado por Castellanos Moya, unen los destinos de Aragón y de Zeledón; esos hilos unen los archivos desclasificados de la CIA sobre Roque Dalton con una venganza de narcotraficantes, unen los odios de un marero con el rencor de su hermana, acosados ambos por la perversión y por la orfandad.

Son los hilos de la tragedia los que hacen que se encuentren y toquen los destinos de vidas que se malogran y, como casi siempre ocurre con las novelas de Castellanos Moya, terminamos Moronga con una sensación de asfixia, con una idea espantosa: cuando una sociedad transgrede ciertos límites no hay vuelta atrás, por cualquier camino que sigan los supervivientes lo que encontrarán siempre será lo mismo, la traición, el asco, la violencia, el fracaso, los restos de una guerra que se lleva en la memoria.

Y a su vez, gracias a sus libros, terminamos con la sensación de comprender mejor el mundo que nos tocó vivir.

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