A lo largo de 77 años, Olga Marta Mesén ha tenido dos vidas: una como economista y experta en presupuestos públicos, que trabajó en la Contraloría General de la República, y otra, luego de pensionarse, como investigadora en artes escénicas. En este segundo aire de su vida, se convirtió en la memoria lúcida y clara del teatro costarricense.
Con acuciosidad y un orden envidiable, Olga, la memoriosa, rescata recuerdos, grupos, personajes, obras, fenómenos y dramaturgos del olvido. Sus textos entretejen hechos, programas de mano, críticas y crónicas de la época, con el fin de dimensionar el impacto que tuvo una historia en su momento.
Después de realizar la maestría de Literatura Española en la Universidad de Costa Rica para adquirir las herramientas necesarias, Mesén Sequeira tiene 24 años dedicada a la investigación, cinco libros publicados –el último, La Compañía teatral española Lope de Vega y su impronta en Costa Rica (1950-1953) -lo presentó hace unas semanas– y 32 artículos en el suplemento Áncora, seis en la Revista Cuadrante, editada en Galicia (España), y un artículo en la publicación de la Asociación de Directores de Escena de España.
Sin aspavientos y evitando los reflectores, esta estudiosa trabaja imparable a sus 77 años. “Me hago a la idea de que tengo menos, para poder hacer lo que quiero”, cuenta en confianza.
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Acerca de su trabajo, pasión y vacíos contra los que lucha, doña Olga conversó con La Nación:
–Recientemente publicó un libro sobre la huella de la Compañía Teatral Española Lope de Vega a mediados del siglo XX, para subsanar un “injusto olvido”. ¿Por qué decidió investigar a profundidad la gira de esa agrupación por Costa Rica?
–En la introducción del libro, señalo que esta investigación tenía dos propósitos: por una parte, llenar un vacío histórico en lo que concierne a la actividad de la compañía teatral española Lope de Vega en Costa Rica, pues lo que se ha escrito al respecto es parcial, tiene inconsistencias y datos no sustentados en fuentes confiables.
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”Por otra, rendir un homenaje –póstumo, en la mayoría de los casos, por razones obvias– a los artistas y al director de la Lope de Vega, a los ‘empresarios’ costarricenses que hicieron posible que una agrupación teatral prestigiosa llegara al país, a los artistas costarricenses que colaboraron con los espectáculos de la Lope de Vega, a los periodistas especializados, cronistas, fotógrafos y trabajadores de los medios de prensa que se ocuparon de documentar, paso a paso, los días de la Lope en Costa Rica y, finalmente, al público (de todas las edades y condiciones sociales), que acudió masivamente al llamado de obras de calidad.
”Muchas personas que fueron claves para que la historia teatral de este país diera un giro fundamental, han permanecido en un olvido no solo injusto, sino a todas luces ofensivo”.
–¿Qué se perdía al olvidar la impronta de esa compañía?
–Si esta investigación no se hacía, por mí o por cualquier otra persona, con la rigurosidad, con los soportes documentales, con el cotejo de fuentes, con el detalle suficiente y con un orden que permitiera tener un panorama completo de ese evento histórico, determinante en nuestro devenir, se perdía la raíz de lo que sería el teatro después, en los años que siguieron y hasta el presente.
“Se desvanecía una parte de nuestra historia cultural; caía en el olvido y la indiferencia el conocimiento acerca de una Costa Rica que apostó por la cultura y que nos puede dar luz sobre cuán perdidos podemos estar o si todavía estamos a tiempo de hacer un cambio radical. La presencia de la Lope de Vega en Costa Rica, a pesar del significado que tuvo y sus repercusiones positivas, que quedan muy claras en mi investigación, se estaba convirtiendo en un hecho histórico que corría un gran riesgo: el que se siguiera diciendo de él cualquier cosa, sin fundamento, sin datos comprobados e, incluso, dejando de lado el contexto en que sucedió”.
–Con sus publicaciones, usted se ha convertido en una memoria para el teatro nacional. ¿De dónde surgió esa misión y gusto en este campo?
–Mi gusto y, más que gusto, diría mi pasión por el teatro nace desde mi edad escolar, cuando escuchaba teatro por la radio, especialmente un espacio que patrocinaba la Compañía Nacional de Fuerza y Luz: el Teatro Dominical de Gala, que se transmitía los domingos por la noche. Cientos de obras del teatro universal pasaron por ese programa y me dejaban “con la boca abierta”, alucinando. Ese es el origen.
“No siento que tenga ninguna ‘misión’. Lo que pasa es que como estudiosa del teatro, me duele que se pierda lo bueno que nos han ido dejando, a lo largo del tiempo, muchas personas: dramaturgos, directores, actores, actrices, vestuaristas, luminotécnicos, sonidistas, músicos, gestores, grupos, en fin…”.
–¿Cuál fue su primera aproximación al teatro y también la primera que más la impresionó?
–Como le digo, fue el radioteatro el detonante; luego, desde muy joven, empecé a disfrutarlo en vivo. La obra que más me impresionó en aquel momento y me sigue impresionando fue La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, especialmente en el montaje que dirigió Lenín Garrido, en el Teatro Nacional, en noviembre de 1966.
–Hizo la Maestría en Literatura, pero desde antes ya venía viendo teatro y guardando toda la evidencia posible sobre las funciones. ¿Cómo comenzó la colección de esos materiales?
–Después de jubilarme volví a la Universidad a hacer la maestría que usted recuerda. Ya tenía mucho camino recorrido en este tema del teatro (desde la butaca, por supuesto), porque me había aficionado a la lectura de textos dramáticos (lo cual disfruto muchísimo), así como a la historia que se inició allá en la Grecia antigua, ensayos sobre teatro, teoría, acercamientos a obras, críticas y todo lo que tenía que ver con esa materia; tenía que formarme en ese campo, en el que soy autodidacta.
“Por otra parte, había comenzado a coleccionar los programas de mano, los afiches, los comentarios que se publicaban, porque me daba mucho pesar tirar a la basura un material que había sido hecho con tanto cariño y que, además, contenía una valiosísima información. Esta colección la suspendí antes de la pandemia, porque amenazaba con sacarme de la casa. Había acumulado 60 tomos o álbumes empastados que son, hoy día, una fuente inapreciable para reconstruir esa ‘memoria del teatro’, como usted la llama”.
–Otra de las vertientes de su trabajo ha sido investigar la obra de Daniel Gallegos Troyo. ¿A qué se debe ese especial interés en las obras de este dramaturgo costarricense?
–Empecé a estudiar la obra de Daniel Gallegos Troyo cuando me di cuenta de que abordaba temas universales y, al mismo tiempo, nos concernían a todas las personas, a todas las familias, a cualquier grupo social. Me atraían la forma en que dosificaba la tensión, la forma en que se iba desarrollando la trama, los personajes -especialmente los femeninos-, la manera en que “cerraba” sus obras y las reflexiones a las que me llevaba.
“Eran textos muy trabajados, no producto de una ocurrencia, sino que conformaban todo un proyecto, que Gallegos Troyo perfiló desde su primera pieza, Los profanos, escrita en 1957. Por eso sostengo que todos los textos dramáticos que escribió conforman una “obra única”, en la cual cada una de las piezas son como las teselas de un gran mosaico”.
–¿Qué destaca en los textos y montajes de este dramaturgo y director fallecido en el 2018?
–En los textos dramáticos de Gallegos Troyo destaco su honestidad y su compromiso con el momento histórico que le tocó vivir; con la denuncia de problemas muy serios y profundos de la sociedad contemporánea, que planteó sin tapujos.
”De las obras que llevó a la escena, las cuales están reseñadas en mi libro Daniel Gallegos Troyo. Director teatral y maestro, destaco la calidad de los textos y los autores que seleccionaba; el esmero que ponía para que el resultado fuera un espectáculo completo, una totalidad estéticamente coherente que impactara emocionalmente a los espectadores; pero al mismo tiempo, los hiciera reflexionar”.
–¿De qué formas departió con el dramaturgo durante su vida?
–Para mí fue un privilegio conocer a Daniel Gallegos. Él me regaló su amistad y su cariño hasta el final de sus días. Fue mi maestro; me enseñó, me orientó en las lecturas que él creía que yo debía hacer para ir consolidando mi formación; me regaló libros y el material fotográfico que se encuentra en el libro que antes mencioné; y algo fundamental: creyó en mi trabajo y siempre, siempre, recibí su estímulo.
–¿Qué temas en el olvido está investigando y profundizará en ellos?
–Estoy investigando las décadas del 50 y 60, las cuales considero esenciales para entender plenamente el fenómeno cultural y teatral que fue la década del setenta. Y claro, en Áncora, espero seguir reseñando hechos teatrales específicos de nuestra historia y, además, mantenerme como colaboradora de Cuadrante, una revista que se edita en Galicia, especializada en la vida, obra y entorno del inmenso dramaturgo español Ramón del Valle-Inclán, a la que llegué gracias a la generosidad de otro maestro, el gran hispanista Rodolfo Cardona, fallecido en 2022.