Escribir nuevamente sobre uno de los grandes mitos occidentales resulta una tentación irresistible. Diríamos que es también… inagotable. Una crónica escrita por el escritor italiano Alessandro Baricco nos trae a cuentas del porqué. El autor de Seda (la vimos en el cine con una locura de mujer llamada Keira Knightley) afirma que “de todas maneras, a bordo del Don Giovanni estamos toda la vida y toda la vida estaremos. Esa es una ópera que nunca está acabada y –podríamos apostarlo–, nunca terminará”.
El Don Juan es eterno, como eterno es también el juego de luces y de sombras que se gesta a su alrededor. Nos entrampa: desde el acorde de re menor inicial –perpetrado, diría Eugenio Trías, “en clave terrorífica”– hasta el canon final a guisa de inconvincente moraleja, damos vueltas alrededor de ese juego dialéctico, que parece no concluir jamás. Afirmamos entonces, con Pierre Auguste Renoir, que “ya no queremos dioses y, sin embargo, los dioses son necesarios para nuestra imaginación: Bach o Mozart, y sobre todo, esa obra maestra de las obras maestras: el Don Giovanni”.
El relato donjuanesco no es solamente el resumen de las aventuras de un aristócrata decadente, y extremadamente licencioso, como lo define el propio nombre de la obra. Evidentemente, no es esa la singularidad del mito que podemos plantearnos modernamente. El Don Juan mozartiano posee características eternas –como bien afirma Kierkegaard– y su personaje, propulsado desde la plataforma convencional de la arrogancia de su autor, renueva una y otra vez sus pergaminos contestatarios.
Agrega Baricco: “Veinticuatro horas y mil kilómetros a bordo del Don Giovanni, circunnavegando el mundo. Podrías no hacerlo. Ya que, cuando lo piensas, siempre queda todavía otra manera de contarla que no es la de antes y que nunca habías visto, pero que de repente se te viene encima”.
Génesis de la existencia
En otra tesitura –afirma Bernard Williams–, el personaje del Don Giovanni amojona el límite entre lo ordinario y lo extraordinario, de forma paralela a la tradicional frontera entre naturaleza teatral y convención.
Es esa convención –según el agudo crítico británico– “la que hace posible la vida humana”. En tal sentido, pareciera obvio que la concepción mozartiana sobre el mito de referencia sea la que haya liderado las concepciones artísticas de los siglos XIX y XX.
El carácter musical
Al asumir que la música es, entre todas las artes, la que requiere una dosis mayor de abstracción, encontramos la explicación para la afirmación anterior. La directa e incontenida sensualidad del protagonista mozartiano solo puede ser descripta, de manera cabal, por la propia música.
Por razones atinentes a la trama misma, en el Don Giovanni no asistimos como espectadores al despliegue de sus artes de seducción con relación a Donna Anna o Donna Elvira. Por el contrario, contemplamos a nuestro placer el lírico despliegue seductor que tiene por objeto a una Zerlina temerosa, pueblerina, y a la vez incauta.
Según afirma Theodor W. Adorno en su Homenaje a Zerlina, ella suena (para caracterizar el personaje) “como si entrase a través de una ventana de batientes, abierta en una sala blanca y dorada del siglo XVIII”. Y agrega: Zerlina “todavía canta arias, pero sus melodías son ya canciones cuyo hálito rompe el hechizo de la esencia ceremonial y, sin embargo, sigue envuelta por las formas…”.
Por ello, la imagen de Zerlina se detiene entre el ritmo del rococó y el de la revolución en ciernes. Ella no es ya una pastora galateica, aunque no alcanza todavía a una citoyenne (ciudadana).
Por otra parte, resulta obvio que –mientras Donna Anna canta sobre sus culpas; Ottavio sobre su propia irresolución y su incierto deseo de venganza; Elvira acerca de la traición de que fue objeto; y Zerlina sobre el perdón de Masetto– el personaje principal no canta sobre sí mismo. Su interés (Finch’e dal vino) está centrado en aumentar la puntuación de sus conquistas.
Don Giovanni es el vívido ejemplo del señor feudal, a quien se opone la legalidad burguesa que acabara con tantos privilegios del Medioevo: tan solo un siglo antes de la Sevilla de Tirso, el ius primae noctis (derecho de pernada) se hubiera impuesto por encima de la oposición general. Bien dice Adorno que al seductor se le priva (injustamente) de su dulzura. “Pues –se pregunta el filósofo de la Escuela de Frankfurt– ¿dónde estarían su gracia y su amabilidad, si el señor feudal –ya medio impotente– no las hubiese despertado, justamente en su huida a través de la ópera?”.
Un rango estético
Todo lo anterior mueve a muchos estetas a deducir que el carácter perturbador de la ópera reside en la permanencia de un seductor en medio de la escena. Sea cierto lo anterior o corresponda ello a un mero accidente teatral, Søren Kierkegaard analiza el fenómeno desde dos perspectivas: la estética, obviamente relacionada con la sublime música que Mozart escribió para su personaje, y la ética, que sublima el deseo mismo.
Para Kierkegaard, el éxito del seductor radica en el carácter universal del deseo carnal, en su paralelismo con la propia supervivencia. Se interroga: “Pero… ¿qué es esa fuerza con la que Don Juan seduce?”. El propio filósofo se responde: “Es el poder del deseo, la energía imperecedera del deseo sensual”. Sobre tal lucubración prefreudiana, el esteta concluye que el seductor está irremisiblemente asociado con la exuberante alegría de la vida.
Los personajes que giran en torno a su existencia –y particularmente Elvira y Ottavio–, poseen únicamente una existencia derivada. Don Juan es, por sí mismo, el principio vital que los anima.
El carácter irredento de un personaje
En tan singular tesitura, este Don Juan no cede ante el terror de la Muerte, legitimada por una Santa Inquisición. Ni el amor de una mujer ni el fuego (purificador por esencia) ni las mismísimas trompetas del Juicio desgarrando sus tímpanos, lograrán tal cometido. Volverá a la carga cada vez que pueda, pues es el mito occidental por excelencia, la encarnación de Lord Byron, de Cagliostro, del Conde de Saint-Germain, del Marqués de Sade, de Gabriele D’Annunzio, del Conde de Lautrémont…, o de esa extraña creación literaria de Choderlos de Laclos que asume el nombre del Vicomte Valmont.
Al mejor decir de Slavoj Žižek, una versión del drama que nos condujese a la redención de Don Juan, sería un ejemplo de nonsense: “Por el contrario, su fidelidad hacia el Mal lo eleva a los altares de lo contestatario, como el paradigma absoluto del héroe ético”. Don Giovanni no cae en la trampa en la que Fausto perece: Fausto no niega nunca la condición de Dios, puesto que entrega contractualmente su alma a Mefistófeles. No trata con Dios, pero sí con el diablo: Y negociar desde la antítesis soluciona muchas paradojas.
Don Giovanni, aún en medio del sonido fatídico de los trombones que anuncian su condenación, sigue negándose al arrepentimiento y denostando a su contendor como a un “viejo enfatuado”.
Bien dijo Albert Camus –a quien el desenlace fatal esperó tras un recodo de carretera en La Chapelle Champigny– que Don Giovanni simplemente no cree en la vida después de la muerte, mientras que Fausto debió creer al menos lo suficiente para vender su alma al diablo.
Montajes en nuestros escenarios
-Este fin de semana, la Universidad Nacional presenta Don Giovanni en el Teatro Eugene O’Neill, ubicado en el Centro Cultural Costarricense Norteamericano. Según un comunicado de prensa, este montaje lo realiza la cátedra de canto de la Escuela de Música de la UNA, con tres cantantes invitados de la Escuela de Artes Musicales de la Universidad de Costa Rica, un coro y 20 instrumentistas.
Hay una función este viernes 25 de mayo, a las 7 p. m., y habrá otra el domingo 27, a las 5 p.m. La entrada vale ¢5.000. Luego, la obra se presentará de forma gratuita fuera de la GAM: en el Auditorio de la sede de la UNA en Pérez Zeledón, el jueves 31 de mayo a las 5 p.m.; en el edifico de la Banda de Conciertos de Guanacaste en Liberia, el 2 de junio, a las 4 p. m.; en la Casa de la Cultura de Guanacaste en Nicoya, el 3 de junio, a las 4 p. m., y en el auditorio del reciento de la UNA en Sarapiquí, el sábado 9 de junio, a las 4 p. m.
-En julio, la Compañía Lírica Nacional presentará Don Giovanni en el Teatro Popuar Melico Salazar, con la participación de la Orquesta Sinfónica Nacional y el Coro Sinfónico Nacional.
Habrá seis funciones: 22 y 29 de julio, a las 5 p. m., y 24, 26, 27 y 31 de julio, a las 7:30 p. m. La dirección musical estará a cargo de Arthur Fagen y el director escénico será Matthew Lata. Cantarán el barítono José Arturo Chacón, las sopranos Ivette Ortiz y Sofía Corrales y el tenor David Astorga, entre otros.