El 31 de marzo, Fox News habló de mexican countries para referirse a Guatemala, Honduras y El Salvador. Aunque puede esperarse casi cualquier cosa de esta cadena de noticias, la sandez geográfica oculta una verdad: para buena parte del planeta, Centroamérica no existe por sí misma, es un espacio vacío que debe ser constreñido a los más burdos estereotipos y tópicos para intentar comprenderlo, y mal. En un siglo pasamos de ser banana republics a mexican countries, aunque es probable que a México tampoco le guste la metonimia.
Cuando nos enfrentamos a la invisibilidad del Istmo o a esa especie de ceguera que es la atención irreflexiva de la prensa internacional cobran sentido operaciones de resistencia cultural como el festival Centroamérica cuenta, que persigue un diálogo con el resto del mundo desde nuestra tradición literaria, en una subversión del estrecho determinismo geopolítico al que vivimos sometidos.
“Centroamérica es la única región, en Latinoamérica, que reclama una identidad propia”, dijo Sergio Ramírez al inaugurar la segunda edición del festival, en el 2013. Se lo he oído decir varias veces y lo repite como un conjuro cada vez que alguien se detiene a escucharlo. Y lo dice con una vehemencia tan suya porque lo cree. Sergio es algo así como el último mohicano del centroamericanismo, el último de una generación de fundadores de nuestra cultura moderna, que ha convencido a muchos más en el camino.
Desde el 2012, en que unos 40 escritores respondimos a su invitación y nos congregamos en Granada, en una reunión modesta y sin embargo ambiciosa, que a partir del año siguiente se trasladó a Managua, Centroamérica cuenta ha crecido hasta convertirse en uno de los encuentros literarios más importantes de la lengua castellana. En sus seis ediciones –la del 2018 no pudo realizarse por la crisis en Nicaragua– han participado 500 escritores e intelectuales de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa, entre los que se encuentran algunos de los más conocidos del siglo XXI. Durante una semana al año, narradores, periodistas, editores y críticos fijan su atención en una terra incognita para la cultura mundial. Y experimentan lo que me atrevo a llamar una epifanía centroamericana.
Igual de importante que los invitados es la agenda promovida. Desde su primera edición, el festival Centroamérica cuenta se declaró un espacio de libertad. En las conferencias, mesas, simposios, cursos, conciertos, lecturas, exposiciones y ferias del libro que acompañaron las convocatorias precedentes, la palabra más reiterada es libertad. Libertad de expresión, libertad creadora, libertad sexual, libertad para pensarse a sí mismo y pensar a los otros.
Centroamérica cuenta ha repensado y rescrito el tema de la libertad en sus más distintas facetas, consciente del papel que juega la imaginación en una región de democracias restrictivas –o dictaduras institucionales–.
Un volcán dormido
Recuerdo que aquella primera vez en Granada, en febrero del 2012, atravesamos el imponente lago de Nicaragua en bote, en medio de un paisaje de volcanes dormidos –como es todo el país de Sergio, que despierta de vez en cuando en un cataclismo universal–, y le pregunté admirado cómo se consumía de cabeza a enderezar entuertos a sus 70 años, cuando podía dedicarse tranquilamente a su obra literaria, ya para entonces firme candidata al Premio Cervantes –que alcanzó cinco años más tarde–.
“Son cuentas pendientes con mi pasado”, me respondió con seriedad inapelable, en lo que puede ser una declaración de principios para todo escritor centroamericano. En 1971, en el 150 aniversario de la independencia, Sergio se había propuesto reinventar la cultura regional, como ya lo había hecho con la tradición literaria al fundar la Editorial Universitaria Centroamericana (Educa), en 1968, y crear un canon de clásicos locales. Aquel año organizó actividades que aún se recuerdan: el I Festival Cultural, la I Bienal de Pintura, encuentros de literatura y teatro, ferias del libro… El 23 de diciembre de 1972, un terremoto asoló la ciudad de Managua; a la devastación siguieron la insurrección armada contra el dictador Somoza, la revolución sandinista y 25 años de guerra civil en el área.
“Imagínate lo que hubiera significado hoy”, me dijo con una mezcla de orgullo y optimismo, sin concederle nada a la melancolía, “tras 40 años, 20 festivales. El rostro de Centroamérica sería otro. De modo que nunca es tarde para empezar de nuevo”.
Esa frase resume lo que quiere ser Centroamérica cuenta y, si lo pensamos bien, lo que ha sido la historia centroamericana. El anhelo de formar parte de una unidad perdida, largamente imaginada, que a su vez se encuentra en igualdad de condiciones con Iberoamérica y la cultura global, pero no desde una identidad única sino asumiendo sus contradicciones, su diversidad humana, cultural y literaria.
Literatura de literaturas
Centroamérica, en especial la del siglo XXI, solo puede entenderse en su pluralidad. Por lo tanto, aún sigue siendo válida la pregunta que a menudo escucho en boca de escritores de mi generación: ¿existe Centroamérica más allá de su realidad geográfica? ¿De qué hablamos cuando hablamos de literatura centroamericana? ¿De una o de muchas? ¿De una que son muchas?
En 1971, al realizar el primer estudio general sobre la narrativa centroamericana, Sergio Ramírez hablaba de “volcanes y Balcanes”, de lo que en el primer Centroamérica cuenta definió como “la identidad incomunicada”: “Por la incomunicación feroz que asola la región a pesar de la indiscutible identidad centroamericana que encuentra señales comunes en su historia, su geografía, su composición étnica, sus artes culinarias, en su música, en su literatura. Una identidad incomunicada, allí está la contradicción”.
Durante su historia, Centroamérica ha carecido de un mercado regional de bienes artístico-culturales y de una tradición cultural común. Todos sus grandes escritores, de Rubén Darío a los narradores actuales, han publicado fuera del Istmo para incorporarse a la literatura latinoamericana. Octavio Paz resume esta paradoja cuando escribió que “decir que Darío es el poeta de Nicaragua es confundir las fronteras políticas con los estilos”.
En la segunda mitad del siglo XX, el obstáculo al que se enfrentó la circulación de la literatura centroamericana fue la ausencia de un espacio cultural propio durante el periodo del boom y de la internacionalización de la novela latinoamericana. La fractura de un espejo colectivo en el cual reconocerse, la debilidad de las industrias creativas locales y la ausencia de políticas de apoyo a la edición, difusión y traducción, deficiencias que aún persisten y que le hubiera permitido unir las piezas del complejo rompecabezas de identidades que es su identidad.
En los últimos 25 años –que no por nada llamamos la posguerra–, la cultura centroamericana fue transformada por el agotamiento de la literatura social y del testimonio político, la preponderancia de la novela –en detrimento de la poesía y el cuento– y la urgencia de contar una realidad nueva, marcada a sangre y fuego por la violencia urbana, el narcotráfico, la inmigración y el desarraigo.
Este es el terreno fértil en el cual crece y se desarrolla Centroamérica cuenta, que participa de la creciente notoriedad de la narrativa regional en el mundo iberoamericano. La ficción centroamericana contemporánea se aparta de los estereotipos al uso durante la guerra civil y la posguerra inmediata, tanto como de la temática agraria, e indaga en la condición humana bajo el acoso constante del desencanto y la incertidumbre de los tiempos hipermodernos –e hiperviolentos–.
Mientras escribo este artículo recuerdo el mantra que me repitió Sergio Ramírez hace siete años: “Nunca es tarde para empezar de nuevo”. Esa parece ser la maldición de Centroamérica y, a la vez, su irresistible tentación de futuro. Su incontenible fuerza para continuar.
Después de casi seis ediciones de Centroamérica cuenta, la difusión de la literatura regional se está transformando. El festival ha servido de punto de encuentro y apoyo con el mercado literario global. Ha promovido iniciativas editoriales, colecciones bilingües –en particular la serie Centro América cuenta/L’Amérique centrale raconte de la editorial francesa L’atinoir–, antologías, intercambios entre Latinoamérica y Europa, la vinculación con la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano y con medios internacionales y la participación de autores en los más prestigiosos festivales y ferias del libro. Los escritores centroamericanos se han vuelto familiares en los catálogos y exposiciones del fotógrafo Daniel Mordzinski e incluso su título más reciente, Costa Rica en los retratos de sus escritores (Uruk, 2019), es un hijo reconocido de Centroamérica cuenta.
Entonces, ¿cuál es el futuro de Centroamérica cuenta en una región que parece reinventarse, para bien y para mal, a cada instante, al borde de la catástrofe y de la esperanza? ¿Estamos condenados a comenzar siempre de nuevo? La larga trama de significado que nos lleva del Popol Vuh a Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Horacio Castellanos y Anacristina Rossi, por solo mencionar a algunos escritores, es la respuesta. Hombres y mujeres del maíz. De la violencia. De la memoria.
Invitado de honor
El festival Centroamérica cuenta es el invitado de honor de la Feria Internacional del Libro, que comenzará el viernes 10 de mayo. El encuentro que nació en Nicaragua y, por primera vez, viene a Costa Rica será del 13 al 17 de mayo y reunirá a 134 escritores de 21 países. Habrá mesas redondas, conferencias, presentaciones de libros, discusiones, talleres de formación e intercambios de experiencias, entre otros.
Durante 10 días, la Feria del Libro tendrá una amplia oferta de libros a la venta en los puestos de librerías y editoriales, así como más de 200 actividades, todas gratuitas y para públicos de diferentes edades.