Un galardón emergió de un ejercicio de autonomía tan poderoso como el que demostró TEOR/éTica, el año pasado, en su exposición e investigación sobre el trabajo de las artistas costarricenses Priscilla Monge y Victoria Cabezas, un diálogo sin concesiones y revisión histórica de dos pioneras del experimentalismo en la región.
Por “su potente cuestionamiento a los roles tradicionales y estereotipos” y “coherente y sólida investigación que integra discurso, lenguajes, medios y soportes”, detalla el acta del jurado, Monge obtuvo el Premio Nacional en Artes Visuales Francisco Amighetti en otras categorías. Es la primera vez que gana este reconocimiento y le llega a los 51 años, un momento feliz y pleno de su vida, en que el arte se ha convertido en una zona segura para crear en total libertad.
Ella es una de las artistas contemporáneas más conocidas de Centroamérica. Desde que comenzó a exponer, allá en los años 90, sus obras –punzantes, cuestionadores y tremendamente vigentes– se incorporaron a importantes exposiciones, instituciones y bienales, siempre atizando discusiones sobre el cuerpo, el amor, la violencia, el poder, la enfermedad, los roles de género y el lenguaje. Su estrategia de juego es clara: un trabajo seductor para luego dar la estocada.
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El valor de la revisión
“Los premios no son algo que me impresiona o me importa mucho, aunque siempre es agradable el reconocimiento. Es curioso porque reconoce, incluso, obras que tienen 26 años hasta las que he hecho recientemente”, cuenta Priscilla, sin arrogancia alguna, en la sala de su luminosa casa en La Trinidad de Brasil de Mora.
Para esta mujer, que se refugia en su hogar, cada vez que puede, junto a su querido hijo Joaquín, lo más importante de Ejercicios de autonomía fue la lectura que propuso el curador Miguel A. López y la investigación realizada, en que se recuperaron trabajos viejos, se mostraron obras inéditas –como la impactante carta sobre abuso sexual titulada Dear Priscilla– y se exhibieron piezas recientes.
Antes de la sorpresa del premio, hubo muchas otras en el proceso: papeles y apuntes guardados por años e, incluso, obras que no había vuelto a ver y que ahora le llamaron la atención por lo atrevidas y por su síntesis.
“En mi trabajo trato sobre la enfermedad, la muerte, el dolor, la violencia…, pero no lo hago desde el dolor, sino desde el privilegio, desde la responsabilidad y el privilegio de poder responder, de declarar públicamente estas cosas”, explicó Monge, quien en la década de los años 90 y tras los convulsos años 80 en el istmo centroamericano, ya trabajaba acerca de la violencia camuflada en Costa Rica.
Recién graduada en pintura en la Escuela de Arte Plásticas de la Universidad de Costa Rica, ella decidió que aquella técnica no era suficiente y comenzó a trabajar con cuanto lenguaje le sirviera para comunicar su idea: fotografía, instalación, pintura, performance o videos. Inolvidable es la exposición Priscilla no pinta (1995) en la Galería Jacobo Karpio en que se plantea, precisamente, y juega con ese rompimiento con la tradición.
Al servicio de la idea
“Me gusta pintar. Sin embargo, voy a pintar cuando tenga una idea que sea mejor en pintura. Hay ideas que son más efectivas en video, fotografía u otra técnica”, detalla esta artista que ha participado en las prestigiosas bienales de Venecia (Italia) y de Sao Paulo (Brasil) y cuya obra forma parte de las colecciones del Museo Centro de Arte Reina Sofía (España), la Tate Gallery (Londres, Inglaterra), el Museum of Fine Arts de Taipei (Taiwán, China) y el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo de Costa Rica.
El medio o la técnica le importa, pero le da mayor valor a la idea, a lo que quiere decir. Por ejemplo, su video Lección de maquillaje (1998), que llevó a la Bienal de Sao Paulo, muestra no solo la violencia doméstica, sino también el maquillaje como pintura y la pintura como algo violento. “Quería hablar de esto y fue en un video. Sabía que el máximo de atención que iba a tener del espectador eran tres minutos y lo importante era lo que tenía que decir con el máximo de atención posible”, agrega.
¿Por qué a Priscilla Monge le interesan tanto temas como la violencia, la enfermedad, el poder y le dolor, entre otros? Ella es profundamente contemporánea en su manera de hacer arte y romántica, confiesa, en su visión acerca de lo que puede lograr con su expresión artística. A ella le repetían que el arte no servía para cambiar el mundo; no obstante, ella se decía –y lo sigue pensando–: “Quizá yo no cambie nada, pero puedo ayudar a visibilizarlo”. De esta forma, desde el inicio de su carrera, ella se especializó en temas que eran inmencionables, que no se conversaban entonces.
Por supuesto, ya se habla de aquello que hace una décadas era una irreverencia tratar en el arte. No obstante, muchas de sus preocupaciones son una constante y lo que varían son las propuestas.
¿La inquieta perder vigencia en su trabajo, una de las características con que más la halagan? “Cuando voy a darles una charla a jóvenes artistas les digo que lo vigente es lo que genera cambio, lo que es original y lo que habla desde el momento actual. En el caso de mi trabajo, lo que hace que sea importante es la originalidad. Originalidad y origen vienen de la palabra origo (latín), así que la originalidad, de alguna forma, tiene que ver con el origen, con lo que uno es, con sus experiencias más íntimas. Hay que tener una gran fidelidad con la esencia personal; eso es lo importante, no si está vigente o no”, respondió.
Luego de casi tres décadas de trabajo artístico, a Priscilla el arte se le ha convertido en su lugar seguro, donde puede crear sin restricciones. “El arte es, para mí, ese campo de total libertad y de seguridad. Es el lugar que me permite; es permisivo”.
Para Joaquín y para el arte
Ella se dedica a Joaco –como le dice de cariño a su hijo de 6 años, quien tiene autismo– y a su arte. Actualmente, trabaja en un proyecto sobre el poder del arte llamado Superficies curativas, en que combina minitextos o ficciones de su autoría (siempre relacionados con dolor, enfermedad o muerte) con una Polaroid curativa.
Joaquín se ha convertido en su pequeño gran maestro; de él, la impresiona, sobre todo, su inteligencia y su sentido natural del diseño. “Él es un niño feliz. Creo que somos ideales uno para el otro”, cuenta orgullosa.
Al ver el camino que ha recorrido, no puede ocultar la alegría que le da el haber abierto espacio para nuevas generaciones de artistas. “Las pequeñas historias, las historias íntimas, son valiosas”, detalla.
Recibe su primer premio nacional en artes visuales en un momento feliz y pleno, en que valora los privilegios de su vida, asegura mientras ve a Joaco jugar en su propio espacio seguro.
El fallo del jurado
El Premio Nacional en Artes Visuales Francisco Amighetti 2018 se otorgó así:
-Bidimensional: A la exhibición Simplemente paisaje, de Alejandro Villalobos. Mención honorífica a la exposición Remembranzas, de Honorio Cabraca Acosta.
-Tridimensional: A la exposición Humanismo en el siglo XXI, de Edgar Zúñiga.
-Otras categorías: Conjunto de obras presentadas por Priscilla Monge en la exposición Ejercicios de autonomía. Sobre esta decisión, el acta detalla: “La propuesta es resultado de una coherente y sólida investigación que integra discurso, lenguajes, medios y soportes, la cual ha sido articulada a lo largo de una prolífica trayectoria de resonancia nacional e internacional. Uno de sus principales valores reside en el carácter técnico-experimental en torno a las infinitas posibilidades de la creación artística contemporánea. Pero, quizá lo más importante que se muestra en Ejercicios de autonomía, es el aporte que hace la artista desde lo personal e intimo, de una manera muy ligada con el cuerpo, a la reflexión en torno a asuntos de género e identidades. El potente cuestionamiento a los roles tradicionales y a los estereotipos, así como el acto de hacer frente a la violencia sexual mediante la creación artística, de forma a veces poética y sutil y a veces un poco más explícita, permiten calificar su trabajo como transgresor y de gran vigencia en sus contenidos".