Agonice con elegancia, un cuento de Irma Prego en versión dramática, fue la excusa para que yo, que alucino con el teatro bien hecho, me topara de frente con Ishtar Yasin, a quien –daba la impresión– le seducía desafiarse, colocándose sola (o con sus fantasmas, ¡vaya uno a saber!) en el escenario.
La madera fina de la que estaba hecha esta actriz se le notaba al instante; razón suficiente para no perderme ninguna ocasión de volver a verla, como cuando presentó Noche cadabra, un conjunto de textos de ella, Pablo Moyano y otros autores, bajo la dirección de su tía, Alejandra Gutiérrez, modelo paradigmático de mujer de teatro, con una sólida formación, una extensa carrera en la docencia y la dirección teatral, entre otros rubros. ¡Menuda fortuna!
Cuando Noche cadabra se estrenó en Costa Rica ya se había exhibido en Chile y en Argentina. En este último país, el semanario Página doce de Buenos Aires calificó la puesta en escena como “un espectáculo de alto nivel, donde la destreza histriónica de la actriz envuelve al público y lo transporta a un mundo de propuestas delicadas pero firmes acerca de la imagen femenina”, según lo reprodujo el periodista Manuel Bermúdez en un artículo publicado en el Semanario Universidad del 16 de octubre de 1992.
Precisamente ese día fue el estreno de Noche cadabra aquí, en el Teatro Carpa, hoy extinto lamentablemente, como tantos otros espacios teatrales.
¿De qué se trataba con ese sugerente título? Unos escuetos apuntes en el programa de mano pretendían orientarnos en modo telegrama: “La bruja Ishtar en un aquelarre según las palabras de María [la virgen], Eva, Lilith, Manuelita Sáenz, Mae West, Madonna, Frida Kahlo”, a lo cual agregamos la siguiente explicación del periodista Bermúdez (en el artículo citado): “Ocho modelos para encadenar el alma femenina y una actriz para liberarlas en escena mediante el conjuro del arte dramático”. No mucho, ¿verdad? Otra pista en el programa de mano: “Las brujas malvadas han sido creadas por hombres temerosos”.
Bermúdez había conversado con Ishtar y ella le había aclarado: “No digo que este sea un espectáculo feminista. No es el feminismo lo que me interesa, sino la posibilidad de que una mujer pueda ser ella misma”, o como lo resumió el periodista “una reflexión no sexista sino humana de la condición de la mujer”.
Ishtar, sola en el escenario, se bastaba a sí misma, según mi parecer. Metida en los distintos papeles daba una lección magistral de arte teatral sin desperdicio alguno: con una presencia escénica poderosa, el vestuario apropiado y confeccionado con gusto, un trabajo actoral impecable, la utilería necesaria y la música (de Andreas Bodenhofer) acorde con las situaciones.
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¿Qué más se podía pedir? El trabajo de Ishtar me trajo a la mente cuánta verdad había en las palabras de Roberto Ciulli, director germano-italiano, entrevistado por La Nación en julio de ese mismo año, 1992, quien hablaba de la “condición chamánica” del actor o actriz y decía que esa categoría “no se logra, al parecer, sin una dosis de sacrificio, sin una entrega total al proceso de teatro vivo”, cuyo resultado es “romper las fronteras del proscenio y abismarse dentro de la interioridad sorprendida, pero abierta, de un espectador capaz de vibrar ante el milagro de la revelación”. La actriz también había manifestado que ella y la directora querían un espectáculo donde se rompiera completamente con el concepto de la cuarta pared. Sin duda alguna, Ishtar Yasin fue capaz de hacernos “vibrar ante el milagro de la revelación”.
Myriam Bustos Arratia anotó, en un artículo publicado en La Nación, que la diversidad de personalidades escogidas en Noche cadabra permitían a la actriz “dar cuenta de su talento para metamorfosearse e introducirse en piel y espíritu ajenos con notable convicción”. “…Humor, ironía, sabiduría, prejuicios, atrevimiento, resignación, rebeldía, sinceridad: de todo hay en este vivaz y juguetón espectáculo… Ishtar Yasin, jovencísima actriz que, a su simpatía humana e histriónica une una fuerza expresiva, una capacidad comunicativa y un profesionalismo que la conducirán muy lejos, si persiste en la ruta elegida y en los medios para recorrerla”. Hoy sabemos que su vocación estaba en otro arte y escuchó su poderoso llamado.
El crítico Andrés Sáenz afirmó que el texto podía considerarse como un work in progress y no como una pieza acabada y completa; consecuentemente, podía ser extendida, recortada o profundizada, en lo que coincidió con Bustos Arratia, que había hecho notar lo mismo.
Sin embargo, en cuanto al trabajo de la protagonista no pudo dejar de reconocerlo y de qué manera: “Indeleble y agradable presencia escénica, fuerza histriónica, expresividad corporal, dicción clara, voz de timbres cambiantes e inflexiones matizadas y el don de comunicarse en forma natural con el público, fueron los atributos que engalanaron el desempeño de la joven actriz Ishtar Yasin en el monólogo que estrenó el 16 de octubre en el Teatro Carpa”. Dicho con todas las letras, como para que figurara en una placa para la historia.
Sabemos, por otras publicaciones anteriores, que Sáenz había colocado a Ishtar Yasin “dentro del selecto grupo de actrices costarricenses capaces, solas sobre el escenario, de mantener el interés del público durante un monólogo extenso”. Dejo constancia de quiénes habitaban ese lugar privilegiado, según el crítico: Haydée De Lev, Ana Istarú, Ana Clara Carranza e Ishtar Yasin. Con este artículo hemos completado la visita a ese Olimpo del teatro costarricense.
¡Cómo se añoran presentaciones teatrales de la calidad de la que hemos referido hoy en estas páginas!