Un acontecimiento que calificaríamos como único en los anales del teatro costarricense tuvo lugar en 1951, cuando Conchita Montijano, primera actriz de la Compañía teatral española Lope de Vega en su gira por América, dirigió a un grupo de alumnas del Colegio Superior de Señoritas, que decidieron llevar a escena El genio alegre, pieza teatral de los hermanos Álvarez Quintero.
Recordemos que ese año, en el mes de mayo, había llegado a Costa Rica, con un ambicioso programa, la compañía teatral mencionada, dirigida por José Tamayo Rivas.
Al finalizar sus presentaciones, en junio de 1951, algunos de sus integrantes se quedaron temporalmente en el país e hicieron radioteatro, presentaciones en el Teatro Nacional y funciones para público infantil en el Teatro Palace; sin embargo, lo más destacado fue el contrato que cuatro de estos artistas firmaron con la Universidad de Costa Rica, mediante el cual se creó el Teatro Universitario, entidad que se mantiene hasta el día de hoy.
En la naciente institución, fungieron como profesores de distintas materias y también actuaron y dirigieron. La actriz Conchita Montijano tomó a su cargo las clases de dicción.
Pues bien, las alumnas del cuarto año “A” del Colegio Superior de Señoritas, apoyadas por la directora María del Rosario Quirós Salazar; la profesora de Castellano, Claudia Cascante de Rojas; el resto del profesorado y por sus padres y madres, tuvieron la feliz idea de lanzarse a la aventura de escenificar una obra teatral –que habían visto durante la temporada de la agrupación Lope de Vega– y presentarla en el Teatro Nacional. El grupo de muchachas asumió tanto los papeles femeninos como los masculinos.
En un intento por llevar a cabo su proyecto con seriedad y el mayor profesionalismo posible, el grupo de colegialas buscó a la primera actriz de la Lope de Vega, para que las dirigiera. Conchita Montijano, con una larga trayectoria en los escenarios, se había ganado la admiración y el cariño de las personas que asistieron a las funciones que dio la agrupación española, y habían colmado el Teatro Nacional durante la exitosa temporada del 15 de mayo al 21 de junio de 1951.
Entre las personas que estuvieron en las primeras filas, durante las representaciones, se destacaron jóvenes estudiantes de los colegios josefinos y de provincia. Las crónicas y las fotografías de la época son testimonios documentales de lo que afirmamos.
Según los cronistas que comentaron dicha temporada teatral, uno de los frutos beneficiosos de la presencia de la Lope de Vega en Costa Rica fue justamente hacer que brotara un enorme interés y amor por el teatro en la población más joven del país. Ese fenómeno resulta irrefutable, a juzgar por la vasta asistencia a eventos teatrales en lo que restará de la década del cincuenta y las siguientes.
El genio alegre, dirigido por Conchita Montijano, se estrenó el 24 de noviembre del año mencionado, en el Teatro Nacional y según reza el programa distribuido entre las personas que asistieron (elaborado a mano y con una esmerada ilustración, por la estudiante Raquel Amón C.), la puesta en escena se le dedicó a la directora del Colegio y a las alumnas de los quintos años, que estaban por graduarse.
El evento valió también como acto de clausura de las labores académicas de ese año, pues la obra se presentó, asimismo, en las instalaciones del Colegio Superior de Señoritas.
Guido Fernández Saborío, quien destacará luego como un reconocido periodista e intelectual costarricense, se iniciaba en esa época como cronista de espectáculos teatrales, por lo que comentó el trabajo de las estudiantes, sugirió una serie de títulos de piezas teatrales que podían ser representadas e instó a otros colegios a seguir el ejemplo de las alumnas del Señoritas.
De esta presentación, se hizo repetición el 6 de diciembre a beneficio de la Sociedad de Señoras de San Vicente de Paúl, cuya labor se centraba en prestar ayuda a personas necesitadas.
Al año siguiente, cuando las jóvenes “actrices” cursaban el quinto año, volvieron al escenario, un 16 de mayo, para dedicarle la obra al presidente de la República, don Otilio Ulate Blanco. Esta función también tuvo fines benéficos; esta vez para la Asociación Acción Católica de Señoras de la Parroquia de la Soledad.
Como reconocimiento a la directora de la pieza, Conchita Montijano, y al elenco, publicamos aquí sus nombres, según se consignó en el programa de mano: Marta E. Carboni M. , Lilia Ma. Castillo R., Josefina Antonini V., María Eugenia Bozzoli V. , Rosalía Alvarado G., Paulina Brenes J., Olga M. Beirute P., Celina Brenes J., Ma. Marta Arrea B., Lidiette Brenes A., Carmen Aragonés, Rosa Ma. Chang M., Julieta Agüero B., Rose Marie Campos y Teresita Calderón.
Conviene recordar que Conchita Montijano, experimentada y versátil actriz que había venido con la Lope de Vega, destacó siempre en los distintos papeles que le correspondió hacer –que fueron muchos– a tal punto que, por ejemplo, Alberto Cañas Escalante dijo “que parece incapaz de hacer una mala interpretación”, y Abelardo Bonilla Baldares, a propósito de la puesta en escena de María Estuardo, de Schiller, indicó que había podido apreciarse el valor y la excelencia de las dos principales intérpretes, una de las cuales era la Montijano.
También fue muy elogiada, en los distintos papeles que hizo, a lo largo de la temporada, por el periodista Joaquín Vargas Coto, gran conocedor del teatro universal. En la crónica sobre los actos de la noche del 21 de junio de 1951 –la despedida de la Lope de Vega–, él dejó constancia del reconocimiento del público hacia esta extraordinaria actriz, a la cual le prodigó “una larga y vibrante salva de aplausos”.
Setenta y dos años después del inusitado evento que ocupa esta reseña, no podemos menos que traerlo al presente, para rememorar que, en 1951, un osado grupo de muchachas, estudiantes del Colegio Superior de Señoritas, supieron llevar a buen puerto y en forma acertada un proyecto teatral bajo la dirección de esa gran actriz española que fue Conchita Montijano.