Adela Fernández (1942-2013) fue una mujer notable (escritora de cuento y teatro, antropóloga amateur y divulgadora de la cultura popular mexicana), quien, sin embargo, en vida quedó opacada en buena medida por el hecho de ser la hija del cineasta Emilio El Indio Fernández, con quien la unió una tormentosa relación.
Dado el preeminente papel del Indio Fernández en el cine mexicano de la llamada “Época de Oro”, en tanto director, productor y actor (la esbelta estatuilla del Óscar está inspirada en el alguna vez espigado cuerpo del por entonces guapo Indio Fernández, aunque usted no lo crea), Adela gozó de buena parte de aquel mundo de oropeles y relaciones, en donde conoció a muchísima gente importante conectada con su papá.
Ya adolescente, Adela se dio cuenta de su lesbianismo y, lejos de taparlo, decidió vivirlo, y para ello abandonó por un tiempo la dorada y conflictiva casa paterna, llevando una vida independiente y bohemia. De esos años guardaba recuerdos de personajes y circunstancias, algunos de los cuales transmitió en una larga y muy recomendable entrevista dada poco antes de su muerte al español Alejandro Ipiña titulada Adela, la hija de El Indio Fernández, en su voz más íntima, en la revista digital Frontera D, que puede consultarse en internet.
De dicha entrevista, me interesa rescatar, para los lectores que no tienen acceso a ella, parte de los recuerdos de Adela sobre su amiga Chavela Vargas, quien la apoyó en su independización, y sobre su admirada pero inasible Eunice Odio, pues nos brindan un testimonio de primera mano sobre tan polémicas artistas costarricenses.
El ardor mexicano del converso
“En ese tiempo nos ayudó Chavela Vargas, todavía no era tan famosa, pero ya trabajaba y ganaba su dinero. La guitarra y los jorongos se los regalé a Chavela, que nos acogió y nos ayudó, a mí y a otras amigas (…). Nos hizo aprender el himno de México y nos llevaba a visitar pueblos, museos y zonas arqueológicas. Nos presentó a Demetrio Sodi, que nos enseñaba arqueología y con el que acabé trabajando en varios estudios. Chavela era casi más mexicana que mi padre, una mexicana vocacional. Dicen que los conversos son los peores. Chavela tenía un carácter como el de mi padre, con los mismos defectos, los mismos arranques, las mismas sorpresas, con ese hoy te quiero mucho y mañana no te hablo. Lo mismo no podía estar sola y era muy cariñosa, se le cruzaban los cables y montaba unas broncas monumentales a todos los que tenía alrededor. Así que para no ser rechazada, salí corriendo. En épocas de mucho alcohol Chavela desarrollaba intolerancia hacia la gente, se metía con todo el mundo. En el fondo fue una gran solitaria. Conmigo se portó [bien], me dejó algo de dinero para alquilar un cuartito al principio de mi escapada”.
En su recuerdo, Adela siente por Chavela agradecimiento, admiración, pero también algo de temor, quizá por el parecido psíquico de Chavela con el Indio.
Ante los rumores que hablaban de un romance entre ellas, Adela lo negó rotundamente, y no por falta de ganas de su parte: “No me peló, me hubiera gustado”, aclara con sinceridad.
Patos putos
“Que yo sepa Chavela solo fue una vez a nuestra casa. El Indio era un impresentable homófobo, pero a Chavela le tenía respeto, quería convencerla para que hiciera una película. A mitad de la cena unos patos que estaban chapoteando en el estanque le molestaron, saco la pistola y los mató. Todos se quedaron petrificados en la mesa. Chavela le preguntó por qué lo hizo: por putos, le contestó [manera despectiva de llamar a los homosexuales en México]. Chavela no quiso volver a oír hablar de trabajar con mi papá”.
Lo que Adela no dice de ese pasaje es que la cosa no fue tan sencilla, pues tras matar a los patos, el Indio, seguro bien borracho, siguió jugando con la pistola en plena reunión de invitados, entre los que se contaba la hermosa actriz María Elena Marqués. En algún momento, incluso, tuvieron que guarecerse tras los muebles, en pleno arrebato de balas de parte del Indio, Chavela junto a María Elena. Apenas se dio la oportunidad, Chavela se lanzó contra el Indio asestándole tan buen golpe que lo noqueó, todo a la mejor usanza de un sui géneris western, en donde la fuerte cowgirl, en defensa de la frágil bonita, derriba al iracundo villano machista.
Años después, muerta Chavela, al siguiente Día de Muertos Adela le levantó un altar en la casona del Indio en Coyoacán. Misteriosamente se incendió. De seguro Chavela, inclusive difunta, no quería estar cerca del Indio.
La desnucada y la bella misteriosa
Adela también conoció a Eunice Odio, aunque sin la cercanía que tuvo con Chavela. De sus años en Nueva York, Eunice leyó a algunos de los escritores beatniks, siendo su preferido, no Jack Kerouac sino William Burroughs. Leerlos fue uno de los medios para aprender inglés, aparte de sus conversaciones callejeras y sus clases en la Escuela Berlitz. Es importante este detalle del conocimiento de Eunice de esa literatura para entender la anécdota con Adela, ubicada a principios de los años 60.
“En el Club [de Periodistas] había un restaurante llevado por unos españoles que vivían en el piso de arriba. Tenía una gran ventaja, firmabas, esto es, te dejaban pagar a cuenta, pagabas cuando tenías. Enfrente estaba el famoso Café París, nido de artistas y de exiliados, allí se reunían también mujeres poetas. Fíjate, otra mujer de la que me enamoré fue de la loca de Pita Amor, y para completar el espectro también de Nahui Ollin. Me especialicé en locas. Por allí aparecía de vez en cuando una costarricense, Eunice Odio. Un día que Pita me hizo un feo me fui al café de enfrente para contemplar a Eunice. Margarita Paz Paredes (…) me convenció para hacer una lectura: no te preocupes, yo te llevo alguna gente –me dijo. Allí apareció Eunice, que yo la conocía de observarla en el café. Estaba también Carlos Monsiváis jovencito. Eran como ocho o nueve personas. Eunice dijo que yo era una poeta beat-neck (desnucada) y me quedé con lo de poeta beat.
“Guardo su imagen con el pelo oscuro, estábamos en una azotea donde yo tenía rentado un cuartito, con velas y un foco iluminando el cielo, un ambiente muy bohemio. Esta mujer con una belleza que encerraba amargura y misterio, esta poeta de la luz, había comprendido que la vida me había golpeado. Había tendederos con ropa colgada y ella tenía detrás una colcha de niños con figuritas como de Walt Disney. Yo pensaba: esta mujer tan misteriosa con ese fondo… Me hubiera gustado cambiársela y ponerle una de color neutro. Es curioso, este recuerdo se me ha quedado muy grabado. Ella no hacía casi vida social, no iba a cócteles, así que fue un gran honor que viniera. Era silenciosa, de mirada fija, atenta”.
Hasta aquí las palabras de Adela. Valgan estas remembranzas como una forma de recordar con cariño a las tres artistas.