“Siempre quise ser bruja”, lanza en curva la directora de teatro Roxana Ávila Harper, con esa honestidad desenfadada que la caracteriza.
El deseo expresado sin tapujos (y quizá alcanzado) es el epílogo de una conversación de dos horas tomando desayuno en la Feria Verde de Aranjuez, durante una fresca, soleada y bulliciosa mañana de sábado, en la que el comercio y la conciencia ecológica gravitan con un suave beat musical de fondo.
A sus 55 años y con poco más de tres décadas de haberse iniciado en los caminos del teatro, Ávila narra, sin filtros políticamente correctos, su trayectoria, en la que se destaca, entre otros tantos hitos, el haber fundado junto a su esposo, David Korish, el emblemático grupo independiente Abya Yala, en 1991.
Ser bruja pudo haberla quemado en una hoguera en otra época ominosa; y aún cuando en la actual centuria las mujeres son descalificadas con el sustantivo/adjetivo, para Ávila la palabra guarda un sentido mágico que ella emparenta con la creación artística, con la alquimia de la metáfora.
El teatro le ha salvado la vida “eternamente”, afirmó, con su sombrero desteñido calado hasta las cejas que se esconden detrás de unos anteojos oscuros color azul eléctrico.
Su pasión y elocuencia al hablar se reflejan en su delgadez, esta última probablemente también producto de las calorías quemadas por su capacidad incansable de trabajo, por su compromiso y amor a la labor teatral a la que se entrega “irracionalmente”, como confiesa.
Eso de irracional no necesariamente es un piropo, puesto que no siempre los enormes desafíos autoimpuestos han llegado a buen puerto, pero la cosecha es abundante, como lo confirma el Premio Nacional de Teatro Ricardo Fernández Guardia 2018, en la categoría de mejor dirección para Ávila, por la obra Eurídice –de la estadounidense Sarah Ruhl–. El reconocimiento lo ganó de forma compartida con Anselmo Navarro por su trabajo como director en el espectáculo La jaula: un viaje hacia la libertad.
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Eurídice poderosa
Aguerrida y amorosa; con esta combinación venturosa, Ávila asumió la propuesta del director de la Escuela de Artes Dramáticas (AED) de la Universidad de Costa Rica, Juan Carlos Calderón, de dirigir una puesta estudiantil para presentarla en el Encuentro Internacional de Escuelas Superiores de Teatro, en México, organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y celebrado en octubre de 2018.
“A buen fin no hay mal principio”, tituló una de sus obras William Shakespeare, y en el caso de Ávila recibir el galardón fue la “cereza del pastel” de un proceso que duró lo que tarda un embarazo.
No podía terminar de otra forma la aventura emprendida con los estudiantes de Artes Dramáticas, quienes se embarcaron en la odisea de montar una Eurídice que hace protagónica a la mujer del mito, con su poder de decisión y quien, de paso, desacredita a un Orfeo distraído por egocéntrico.
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Para arrancar el proyecto, Calderón comunicó la consigna de que la producción no contaba con presupuesto más que de $200 para el pasaje de cada uno de los cuatro actores involucrados en la puesta.
A partir del banderillazo de salida, Ávila leyó frenéticamente unas 40 obras que no cumplían con el requisito de plantear un cuarteto de personajes. Fue así que, conociendo casi toda obra de Sarah Ruhl, recordó Eurídice que suma ocho personajes y decidió montar la obra, en el entendido de que los secundarios serían interpretados por los mismos protagonistas.
“La propuesta me salió del corazón”, recordó Ávila, quien aquilató los más de 30 años dedicados a hacer “teatro de grupo, que piensa de una manera distinta, ni mejor ni peor”, enfatizó.
De acuerdo con la experiencia teatral de Abya Yala, sus integrantes se ven a sí mismos como iguales, con una opinión válida cada uno y que ganan el mismo monto por su aporte.
“Es una mentalidad medio izquierdosa y pasada de moda, pero, para mí, establece una horizontalidad. Nadie crea o hace algo pensando que es de su propiedad”, agregó.
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Ávila se preguntó, entonces, cómo hacía para producir un espectáculo en una escuela tan pequeña y cerrada, y cómo transformar lo que en apariencia iba en contra del montaje para ponerlo a su favor.
La intención fue colocar a los “bendecidos y dichosos” como colegas de los demás estudiantes que trabajaron en la producción, creando y construyendo la escenografía, así como en el diseño de la luz, el sonido y la asistencia de dirección.
De esta forma, cada colaborador veía el montaje como propio y se identificaba colectivamente con la puesta: “Cuando vamos a México y volvemos la gente preguntó cómo nos fue, no cómo les fue. Eso es lo que yo creo que es más valioso de la experiencia”, explicó orgullosa Ávila.
Tres (o más) amores
Siendo estudiante de Psicología en la Universidad de Costa Rica, a los 19 años, Ávila acompañó a una amiga a hacer una semana de prueba en la Escuela de Artes Dramáticas. “Te ponían a hacer diferentes ejercicios y luego te avisaban si sí o si no. Yo ahí me dije: mirá esto es gracioso, es bonito. Me aceptaron y entré”.
Enamorada perdidamente como una adolescente, así describé Ávila su sentimiento por el teatro. “Sentía que había nacido para hacer esto”.
Entonces se graduó de ambas carreras y luego, con 22 años, se fue a estudiar dirección de teatro en la Carnegie Mellon University en Pittsburgh (Estados Unidos), donde conoció a David Korish, su compañero de vida y proyecto teatral.
“Es una historia muy rara”, contó entusiasmada Ávila. “Voy donde la señora que me lee el café y le digo que voy a ir a Yale y ella me dice que ahí no. Entonces, le digo que Carnegie Mellon y me contesta que sí y que ahí encontraría un hombre que sería muy importante en mi vida. Llego a la Universidad y voy caminando por un edificio neoclásico lindísimo, que era el de Bellas Artes, y veo a David Korish, desgarbado, hecho mierda, la media rota. Al verlo me enamoro”.
Ese es el segundo amor de la vida de Ávila, porque el primero, por antiguo, es el teatro. “Es una enfermedad, en el buen sentido”, dice.
–¿Más bien es una condición?”
–”Es una condición; sí, te toma”, responde.
Si a Ávila le gusta el proyecto lo realiza sin importarle el dinero, aunque, acepta, le encantaría que le pagaran; sin embargo, no impone esa requisito porque teme validar las razones incorrectas. “Las obras están hechas desde el amor, de la pasión más grande; si hay un amor en mi vida ha sido el teatro”.
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Al cabo de su estancia en Estados Unidos, Ávila y Korish volvieron a Costa Rica para dar clases –ambos– en la EAD, espacio que aún los acoge como profesores. En 1991, también ambos fundaron Abya Yala, nombre con que bautizaron a la agrupación. ¿Por qué Abya Yala? A raíz del concepto (madre tierra) reivindicado por varios pueblos originarios de América, a propósito de la conmemoración de los 500 años de la llegada de los españoles.
Abya Yala nació, entonces, con la intención de crear un espacio de investigación que borrara las definiciones de las artes, sus límites. Aunque Ávila afirma que esta idea primigenia no cristalizó, es indudable que el grupo ha cumplido esa voluntad como si fuera una gran familia.
La propia verdad
Las andanzas y montajes de Abya Yala son numerosos y cada uno requeriría de una historia por contar. Entre estas, el vínculo con el grupo danés Odin Teatret de Eugenio Barba marca un punto de giro para la agrupación costarricense.
Luego de terminar con la presentación de la ópera La Chunga en nuestro país, Abya Yala se dio un sabático de siete meses por Europa como mochilero. En esos lares, la agrupación se topó con un anuncio de un taller por 21 días impartido por el Odin Teatret al que aplicó y fue aceptado.
De nuevo, Ávila se enamoró o, mejor dicho, se enamoraron como colectivo porque el Odin “es una fuerza muy grande, es gente que dice lo que hace. Yo no había visto nada así en Costa Rica: un actor muy entrenado, al final del día barriendo el espacio, limpiando el escusado. Tocabas la verdad. El entrenamiento que nos enseñaron fue un parteaguas. Entrenabas a sangre y fuego”.
A partir de ahí creció una relación que cosechó frutos sustantivos, hasta que tuvieron que “matar” al maestro para encontrar su propia verdad. “Para llegar a Buda hay que matarlo”, detalló Ávila.
“Hay que matar a los maestros si querés encontrar tu propio lenguaje. Nosotros durante unos años hicimos el lenguaje del Odin, hicimos montajes que se parecían al Odin y hoy en día el lenguaje es totalmente nuestro, no se parece al de nadie”, aclaró.
Otro amor reconocido por Ávila es el que siente por el maestro Richard Armstrong, fundador del Roy Hart Theatre en París, a quien conoció en el 2001. “Él es solo corazón y me dije: no quiero ser más Eugenio Barba; yo entiendo que hay que tener disciplina, pero ya no más”.
–¿Cuál es la obra de teatro de tus amores?
–Vacío. Cuando tuve a Celia caí redonda de amor por ella; en la vida había sentido nada así, me revolcó completamente. Me convertí en mamá y dejé todo lo demás. Cuando Celia estaba chiquitita y David fue nombrado director de la EAD y llegaba a las 6 de la mañana y volvía a las 6 de la noche, me dije: soy mamá, pero soy solo mamá y me empecé a poner muy mal, me enojé mucho y me sentí traicionada. David tuvo que dejar Abya Yala y me sentí traicionada por los dos lados; había abandonado a las dos hijas, a Abya Yala y a Celia. Yo estaba a punto de suicidarme.
Cuando estaba en lo peor, Manuel Ruiz le propuso a Ávila que dirigiera un montaje; ella investigó sobre maternidad y locura para crear Vacío, que la sacó literalmente de la depresión.
“El teatro me sacó, como me ha salvado la vida muchas veces y me salvará eternamente. Vacío es lo que me salió de las entrañas y me puso en otro lugar. Esa obra debió haberse ganado el premio. Es una obra única y muy especial, y ahora tengo la posibilidad de llevarla a El Cairo (Egipto)”.
La cola reverberante de la creación de Vacío le permitió a Roxana sanar su relación familiar, pues ella se define como una sola esencia, en que la vida personal y el teatro no tienen fronteras: “no puedo separar mi ser persona con mi ser teatral”, puntualizó con certeza.
Aún así, la enfermedad de Korish, que sobrevino inmediatamente después, fue determinante, ya que lo obligó a estar en cama un año y a renunciar a la dirección de la Escuela.
De este modo, se abrió una nueva etapa en la que, incluso, dirigieron cada uno por aparte los montajes de Abya Yala. “La consigna desde entonces es 50% y 50% en la casa, y así es hasta hoy”, aseguró.
Ávila admite que algo le pasa con el teatro que no sabe qué es.
–Es la posibilidad de ser otra –que es el cliché–; el placer de producir una metáfora. Me parece tan mágico, es la alquimia. Siempre quise ser bruja y es lo más parecido a ser bruja. Es el arte. Por eso, creo en el arte como el rescatador de seres humanos; es salirte de vos para poner afuera y regalarle al mundo otra cosa.