Édgar Flores Salazar, hombre de teatro por antonomasia, prefirió pasar a la historia como Roberto Desplá. Hoy recordamos parte de su trabajo, que realizó con dignidad, perseverancia y lejos de protagonismos y vanidades.
Se inició en el radioteatro, cuando en Costa Rica la radio se convirtió en el medio de información y entretenimiento más popular. En las décadas del cuarenta y cincuenta, ya Desplá estaba metido de lleno en esas lides.
Un testigo de la época elucubraba sobre el trabajo y entrega que significaba hacer un programa de radioteatro, casi diariamente: “No se imagina el público lo que eso vale y necesita. Cualquiera cree que la cosa es solo colocarse frente a un micrófono y leer cada uno en su turno. ¡Qué va! Ímprobo trabajo lleva el solo multiplicar las copias, el dirigir la acción, el intercalar a su tiempo y con acierto los efectos de sonido; a veces arreglar las obras para que se ajusten al radioteatro sin que pierdan idea ni emoción, pues las ya escritas con adaptación al micrófono son relativamente pocas, al menos para sostener un programa diario ofreciendo nuevas obras cada día…”.
Con recortes de periódicos, Desplá organizó un álbum, que da cuenta parcial de su paso por los radioteatros y escenarios. Su actual depositario es el actor y docente universitario Marco Guillén, quien me ha permitido su consulta y uso, lo cual agradezco. Sobra decir que a la par del tesonero trabajo de Desplá, hay por supuesto muchos otros nombres que, por razones de espacio, resulta imposible citar.
La mayoría de las piezas dramáticas eran de autores españoles; sin embargo, se ha podido comprobar que se presentaron títulos de al menos tres costarricenses: José Fabio Garnier (A la sombra del amor y Con toda el alma), José Marín Cañas (Como tú) y Alfredo Castro Fernández (El vitral). Las transmisiones también podían ser seguidas, en vivo, en la propia estación radial, pues había un espacio para el público.
En 1950, la imagen de la Virgen de los Ángeles fue traída de Cartago a la capital en procesión solemne, con motivo de celebrarse el centenario de la Diócesis de San José. Este evento trascendió lo meramente religioso. Las fotografías y las crónicas dan testimonio de la significación del acontecimiento, que congregó a autoridades políticas, gubernamentales y religiosas, agrupaciones marianas y al público general. La vía de Cartago a San José fue engalanada con arcos triunfales y ramos de flores y la Catedral Metropolitana iluminada con los colores amarillo y blanco. Incluso Pío XII envió al arzobispo de San José, Víctor M. Sanabria, un mensaje congratulándose por el centenario.
Como parte de los eventos, se escenificó, en el Teatro Nacional, el auto místico A la Virgen de los Ángeles, de Alfredo Saborío Montenegro, con música del maestro Julio Fonseca, quien acompañó a la orquesta. Roberto Desplá hizo el papel del Cura Coadjutor don Alfonso de Sandoval, un personaje fundamental en la obra. El presbítero José F. Chacón Alvarado, quien comentó en forma elogiosa la puesta en escena, dijo que Desplá se había destacado como un “verdadero artista” y que a su ejecución “no se le podía pedir más”; una persona identificada como “Luneta 25″ agregó: “estuvo sencillamente colosal”.
Ese mismo año dirigió la “comedia folklórica guanacasteca”, Nayuribes, de José Ramírez Sáizar, en el Teatro Nacional, que tuvo muy buenos comentarios.
En marzo de 1952, Desplá creó el programa radial El Padrino Roberto, dirigido al público infantil. Él y la actriz Ivette de Vives conducían este espacio que se componía de cuentos, leyendas, fábulas, canciones, biografías y radioteatros. Con el mismo propósito, años después (1962), Desplá creó el grupo de títeres, Le Petit Guignol.
En el Teatro de la Prensa (que tomará luego el nombre de Las Máscaras), Desplá dirigió y actuó en Usted tiene ojos de mujer fatal, de Jardiel Poncela y Madrugada, de Buero Vallejo, en 1956. Al año siguiente, bajo la conducción de Lucio Ranucci, fue parte del elenco de Cita en Senlis, de Jean Anouilh; La pequeña choza, de André Roussin; y La luz que agoniza, de Patrick Hamilton. Cerró la década con Madame Verdux, de Adrián Ortega, en octubre de 1959.
El montaje de una obra como Las brujas de Salem, de Arthur Miller, no lo intimidó. Así que, en junio de 1965, la dirigió en el Teatro Nacional, con un elenco de más de veinte personas; también, dibujó los bocetos del vestuario –acorde con los usos de 1692– y los decorados y asumió el personaje de Giles Corey.
Alberto Sáenz Rodríguez manifestó: “Con honda satisfacción pudimos apreciar, en el debut de Las brujas de Salem, el titánico esfuerzo de ese grupo de artistas nacionales que bajo la dirección de Roberto Desplá cosecharon la noche del 18 del presente mes, nutridos aplausos del público asistente y los más cálidos elogios, por la forma en que llevaron a escena esa obra maravillosa... Cabe destacar, en forma especial, el magnífico vestuario que lucen los actores, diseñado con gran acierto, en cuyos trajes se refleja el perfecto conocimiento del director…”. Del trabajo actoral subrayó que era digno de encomio.
En 1966, montó Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona, en el Teatro Nacional. Desde 1967 y hasta 1973, dirigió el Grupo teatral de la Caja Costarricense de Seguro Social, al cual nos referimos en un artículo anterior; participó con la Compañía Nacional de Comedias, bajo la dirección de Edwin Brealey Salazar, en La prudencia, de José Fernández del Villar, en julio de 1968.
Ya retirado de la dirección teatral, en la década del ochenta, trabajó como actor en: La corte del faraón, que presentó la Compañía Lírica Nacional; L’anima sola de Chico Muñoz, de Jorge Arroyo; El martirio del Pastor, de Samuel Rovinski; Tragicomedia del serenísimo príncipe don Carlos, de Carlos Muñiz y Prohibido suicidarse en primavera, de Alejandro Casona. En la década siguiente, intervino en Juana de Arco, de Juan Fernando Cerdas y El palomar, de Carlos Catania.
De esta manera, Desplá cerró su extensa carrera de la mano de las musas de la comedia y la tragedia. Sea este repaso por su vida artística un pequeño acto de “justicia teatral”.