Es alto y delgado, usa el pelo largo hasta la cintura, escucha con atención cada pregunta, responde con serenidad, es extremadamente sensible. De niño, cuando se enojaba con su madre, el refugio de Carlos Tapado Vargas era un piano en el que descargaba su rabia contenida, un piano que le dio una primera muestra de lo que sería su vida.
–“La música me salvó, me abrió el camino a la felicidad”.
Era muy tímido, casi no hablaba, su compañero de escuela, Carlo Magno Araya, lo matriculó en percusión en el Conservatorio Castella y además, le consiguió su primera novia.
–“Él era un poco mayor que yo, era mi mejor amigo, ha sido una persona determinante en mi vida”.
Cuando no sabía qué escoger, si teatro o percusión, un general lo decidió por él.
–“Percusión, sin ninguna duda”. Eso respondieron por él. Cuando discutían su futuro, ingresó a la oficina de Arnoldo Herrera, director del Castella, un hombre exigente y autoritario; aquel personaje era Álvaro Solano, director de bandas, y, además de ser profesor, tenía formación militar.
–“En el Castella probé todos los instrumentos, pero en un momento tenía que decidir qué especialidad seguir. A mí me gustaba mucho el teatro, representar personajes, pero también la percusión. Entonces, tenía esa duda. Y bueno, llegó él y resolvió el problema. Percusión”.
Percutir significa entrechocar objetos, y para Tapado ese arte se volvió un juego, un lugar seguro en el cual se llenó de confianza entre tumbadoras y congas, ahí sintió el poder del ritmo, el poder del sonido, que también es energía y luz, orden y belleza.
–“En música uno no crece solo. Yo escuchaba muchas cosas. Clásica, rock, jazz. Tenía una grabadora, cantaba en el baño. El contenido de las letras de Rubén Blades me abrió la mente.
”¿Qué iba a imaginar yo en aquel momento que muchos años después llegaría a tocar con él?
”También escuchaba Silvio Rodríguez, Phil Collins, Michael Jackson, electric, break dance. Cuando lo frecuente es que un adolescente esté lleno de dudas e incertidumbres, yo siempre supe qué hacer: música. Entré al Programa Juvenil de la Orquesta Sinfónica Nacional, empecé a dar clases en el Castella y tocaba en cualquier parte, no rechazaba ninguna invitación. Así toqué con Cantoamérica, con el Sexteto de Jazz Latino, con Marfil y con mucha gente más”.
Jorge Luis Borges dice en uno de sus cuentos que la música es intraducible, pero Tapado lo niega, no solo porque afirma que sí se puede traducir, sino porque al hablar con él se tiene la impresión de estar con alguien habitado por la música, alguien que conoce sus secretos más íntimos, la emoción, la imagen y el contexto que se asocia a cada sonido.
–“La música transporta. Es diferente a la palabra. La música no miente, sale del corazón. A partir de ella se puede percibir un entorno, se puede comunicar ideas, emociones, abrir caminos espirituales, expandir la conciencia, sanar”.
Hace casi 30 años, junto a los músicos Edín Solís y Ricardo Ramírez, formó Éditus, exitoso grupo costarricense que en su propuesta une el jazz moderno y tradicional, el new age, la música clásica y expresiones latinoamericanas. En el 2000, Rubén Blades y Éditus recibieron el premio Grammy a la mejor interpretación de pop latino del año y en 2003, también con Rubén Blades, ganaron otros dos Grammys, esta vez en las categorías mejor disco de música del mundo y mejor disco contemporáneo.
–“Éditus es el grupo en el que empecé a construir mi propio sonido. Éditus es fundamental en mi carrera, recuerdo muy bien cuando empezamos, la forma de ensayar, las giras por el mundo, la gira a Japón, estar todos los días en escenarios extraordinarios. Tocar en un grupo es una maravilla, cada integrante ocupa una posición de liderazgo y esas posiciones se deben poner de acuerdo y así, juntos, aspirar a la perfección, como me lo enseñó Bismarck Fernández en la Sinfónica.”
Es la perfección que está en la naturaleza, la que buscan los deportistas, los artistas y probablemente los pilotos de aviación como el novelista estadounidense Richard Bach, quien escribió sobre el vuelo, sobre el conocimiento de sí en la soledad de los cielos, sobre lo engañoso de las apariencias.
–“Uno de los libros que más me ha gustado leer es Ilusiones de Richard Bach. Él era piloto. Claro que he leído mucho, tal vez demasiado. Me gusta lo esotérico, la metafísica, mantras, cantos, La Biblia, la Cábala, libros de teosofía y libros sobre la formación del universo, Krishnamurti. Pero también Karl Sagan, Isaac Asimov, Taylor Caldwell, Matilde Asensi, Los tres mosqueteros, Salgari”.
El niño tímido que casi no hablaba se transforma gracias a la música, investiga el sonido, busca nuevas formas, sueña melodías, imagina planetas, crece en conciencia. Adquiere poder desde la parte de atrás del escenario, es el que amarra a sus compañeros desde su posición. Es quien encontró un hogar en su set, un set que ha ido construyendo a lo largo de los años, recolectando instrumentos y objetos, siguiendo para ello las leyes de la necesidad y la intuición. Así le ha dado un sonido propio a ese espacio personal formado por tambores de batería, un cajón peruano, platillos, tambores de mano, tumbadoras, cencerros, semillas para los efectos especiales, ocarinas, teclados y un bombo legüero, que se llama así porque se oye a leguas, como la fuerza y el talento del músico que lo hace sonar.
Su familia lo ha apoyado siempre: tiene tres hijos que ven como lo más natural del mundo que su papá salga de la casa a ensayar o a tocar en un concierto. Fidel Gamboa es el compositor que más ha admirado y junto a él, a Manuel Obregón, a Jaime Gamboa, a Iván Rodríguez, a Daniela Rodríguez y a Gilberto Jarquín, formó el grupo Malpaís, otro hito en su carrera, que ha estado entremezclada con momentos fundamentales de la música costarricense.
–“Malpaís también ha sido importantísimo en mi vida. He tenido la suerte de formar parte de grupos que han hecho su camino en la música contemporánea”.
Sus lecturas y su forma de investigar los instrumentos para la percusión dan señales inequívocas de otro rasgo esencial suyo, la música le ha abierto avenidas para la experiencia espiritual, lo ha acercado a la meditación, lo ha llevado a profundizar en los distintos niveles de su oficio, de su arte. Entonces, en los últimos años, también se ha dedicado a dar charlas y talleres sobre el sonido y las emociones, sobre el sonido y la vida, a practicar técnicas de sanación por medio de la música y la vibración.
–“Cuando uno toca cierra los ojos, desaparece el tiempo. En el principio era el sonido. La música tiene muchos niveles, está la que se hace para los pies, pero también esa otra que cuentan los chamanes, la que en el desierto le cantan los niños a los dioses”.
Es sencillo, observador, muy amigo de sus amigos. En ocasiones, al conversar con él, queda la sensación de estar con alguien de otro lugar, de otra época, que de pronto aterriza y se muestra como una persona común y corriente. La misma que se transforma en el escenario, en su set personal, en ese laboratorio incesante en el que se fusionan sonidos provenientes de distintas geografías y se viven experiencias extraordinarias; para suerte suya y de todos nosotros.