Pese a los avances en materia de tolerancia religiosa de que gozaba Costa Rica, en 1923 la situación de los creyentes evangélicos seguía siendo crítica en muchos sentidos. Uno de ellos, sin duda, era el del acceso a la salud, como lo anotaba por entonces el misionero LeRoy McConnell:
“Hemos estado pensando seriamente en (…) cómo podríamos establecer un hospital sencillo u hogar, para cuidar de los enfermos e inválidos de nuestra congregación. Hay en la ciudad [de San José] un hospital grande y bueno, pero está a cargo de sacerdotes y monjas, con imágenes y altares en los salones y en la capilla.
“Estas monjas católicas son las enfermeras que administran las medicinas, distribuyen la comida, etc. Al ingresar el paciente, una de las primeras cosas que se le pide es que se confiese. Si rehúsa, empieza la persecución. Además, insisten en que se rece ante las imágenes en la capilla a ciertas horas.
“Por todo lo anterior la mayoría de los creyentes [evangélicos] tienen pavor de ir al hospital y hasta se imaginan que las monjas los van a envenenar para acabar con ellos” (Historia del Protestantismo en Costa Rica).
Los “bíblicos” aquí
McConnell era hijo de William McConnell, fundador en Costa Rica de la evangélica Misión Centroamericana, y había llegado al país en marzo de 1921, para dirigir esa obra proselitista.
También en 1921, llegaban los señores Enrique y Susana Strachan con el fin de fundar aquí el cuartel de la Latin America Evangelization Campaign, conocida luego como la Misión Latinoamérica (ML). Sólo dos años después crearían en su propia casa el Instituto Bíblico, con el fin de formar predicadores evangélicos.
Al año siguiente, 1924, con la cooperación de las misiones Centroamericana y Metodista, la ML levantaba al sur de la ciudad, los edificios del Instituto Bíblico y del “dormitorio” o Anexo Bíblico. Por esa razón, en adelante, sin hacer mayores distinciones, entre nosotros se llamaría a todos los de credo evangélico, los “bíblicos”.
No obstante, la preocupación por un espacio para brindar servicios de salud a la sociedad josefina en general y a sus fieles en particular seguía en pie; un vacío que tocó a la ML llenar también. Así, en agosto de 1925, el diario La Nueva Prensa anotaba:
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“Próximamente saldrá para los Estados Unidos (…), la estimable dama doña Susana Strachan, quien a la vez hará gestiones en el sentido de crear en esta capital algunos centros beneficiosos, anexos a las escuelas que ella ha fundado aquí”.
Continuaba la nota con un homenaje de su comunidad: “Que el Señor guíe vuestros pasos a todos para poder lograr, señora, la fundación del Sanatorio de almas y de cuerpos tan necesario en este país cuando volváis”.
Fue así como, a fines de 1928, llegó Mabel Rowell, primera enfermera evangélica y quien, al año siguiente, inició una clase de enfermería elemental; iniciativa que para 1928, se había convertido ya propiamente en una escuela.
De orfelinato a hospital
No obstante, según la señora Strachan, cuando Mabel Rowell llegó al país, “aún no sospechábamos que una parte del Plan de Dios para nosotros era establecer un hospital”. De acuerdo con la misma señora Rowell, fue entonces que se aplicaron a buscar por todo San José un sitio adecuado parta construir una modesta clínica:
“Finalmente (…), se nos ofreció una huerta de flores a una cuadra del Instituto Bíblico y con un precio inferior a los de aquella época (…)” (Hospital Clínica Bíblica 1929-2016. Celebremos la Vida). Aquel era un terreno de media manzana ubicado en calle 1 y entre avenidas 14 y 16; propiedad que fue adquirida por los Strachan a principios de 1928 por 50 mil colones, con el fin de construir allí el nuevo edificio.
Así, si bien la idea original era crear en él un centro pediátrico, con el tiempo había surgido la necesidad de contar también con una maternidad y una clínica quirúrgica, además de la Escuela de Enfermería existente. Por esa razón, como consignó el Diario de Costa Rica, a mediados de abril de 1928:
“En las inmediaciones de El Laberinto, al este de la calle Central, se construye un edificio que ocupará la media manzana [al este] que se destina a Hospital. Es la tercera construcción que emprenden los bíblicos en esa sección de la capital”. Como trascendió luego, la obras fueron financiadas mediante contribuciones provenientes del extranjero que recibió la ML.
Por fin, como anunció el diario La Tribuna a inicios de julio de 1929: “Los bíblicos (…) inaugurarán el 14 de este mes el hermosísimo hospital para niños que han establecido en esta capital. Será gratuito. Habrá una clínica y una sección de maternidad (…). La clínica será pagada. Esas entradas han de sostener el hospital, en el que se han invertido más de 200 mil colones”.
Edificio y reacciones
En 1929, procedente de Winnipeg, Canadá, llegó al país la doctora Marie Cameron, para dirigir la labor médica de la clínica. El 14 de julio de ese año, entonces, se inauguraron dos edificios de dos plantas; el primero de ellos –sobre la avenida 14 este– con un área total de 908 metros cuadrados y dedicado al deseado Hospital Clínico Bíblico, su nombre original.
Diseñado por el arquitecto costarricense José María Barrantes Monge (1890-1966), fue construido en ladrillo confinado, es decir, con una estructura de concreto armado y paños de ladrillo repellado en la fábrica o volumen, mientras que sus divisiones internas eran de madera.
Si bien en términos de lenguaje arquitectónico presentaba ciertos elementos neoclásicos, particularmente en su pórtico de orden toscano y en su simetría volumétrica, lo cierto es que por dentro el tratamiento era más de índole victoriana, con paredes forradas en tablillas, la marquetería de puertas y ventanas en maderas molduradas, balustres tornados en barandas y coloridos pisos de mosaico hidráulico.
En planta, el inmueble se organizaba a partir de un vestíbulo central de doble altura cubierto por un monitor que le proveía de luz y ventilación, mientras que a su alrededor se distribuían, por medio de pasillos, las distintas dependencias, todas con ventanas al exterior. Según el cronista de La Tribuna que cubrió el evento:
“Recorrimos el edificio (…) de dos pisos, grande, cómodo y ventilado, todo lleno de luz, de vida y de alegría, rodeado de jardines con extensos patios interiores y amplios corredores. El hospital está dividido en tres secciones, a saber: clínica corriente, clínica de maternidad y clínica infantil; de servicios a pagar las dos primeras, para atender al sostenimiento de la tercera, que es absolutamente gratuita”.
Cuatro días después, con motivo de la visita del presidente de la República, Cleto González Víquez, el diario La Nueva Prensa consignaba lo dicho por el mandatario: “El Gobierno de Costa Rica, ve con toda simpatía y admiración la gran obra benéfica y social realizada por ustedes y los felicita cordialmente por ese motivo.” Desde entonces, la llamada Clínica Bíblica es un referente en el campo sanitario costarricense.
En 1968, por razones económicas administrativas y ante el avance de la seguridad social en el Área Metropolitana, que amenazaba con hacer obsoleta la labor de su hospital, la Misión Latinoamericana decidió cerrarlo para concentrar sus esfuerzos en las áreas rurales. Fue entonces que, de acuerdo con la Misión, se creó una junta privada que administraría la clínica en adelante.
Así, a mediados de la década de 1970, la sección infantil, ubicada al sur, desapareció para dar paso a una ampliación de la clínica; mientras que la sección norte sobrevivió pero con las remodelaciones exteriores –¿motivadas por los terremotos de la década de 1950?– que habían cambiado su apariencia.
Fue por eso por lo que desaparecieron sus esquineras pilastras neoclásicas y sus ventanas escalonadas, así como el paramento que invisibilizaba el techo, para dar paso a unas líneas más sencillas en paños y en vanos, y a una cubierta de mayor pendiente que salió hasta dar paso a un generoso alero; es decir, para dejar el edificio tal y como aún lo conocemos.
Ese inmueble de alto valor patrimonial y urbano –que la empresa propietaria protege en un impecable estado de conservación y mantenimiento exterior e interior, digno de reconocimiento–, es por tanto testimonio tangible del aporte privado y comprometido a la salud de los costarricenses hasta hoy.