Su casa en San Ramón de La Unión está atestada de gatos. Solo una es de carne y hueso; el resto es una infinidad de cariños y gratitudes que le han obsequiado amigos, alumnos y cualquier conocido a la artista Victoria Cabezas Green cuando saben de su amor por este animal: desde un gatillo de metal para tocar la puerta de madera hasta imanes con colas de minino para la refrigeradora.
En su vida y obra, los gatos llevan roles protagónicos. No solo siempre ha tenido “solo uno a la vez” –como aclara cada vez que puede–, sino que son modelos y testigos en sus fotografías. Es especialmente célebre su serie Mujeres, gatos y televisores, que se exhibió en el Consejo Mexicano de Fotografía (Ciudad de México), el Centro Cultural Costarricense Norteamericano y la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica (UCR) entre 1983 y 1984.
Para entonces, esta mujer considerada como pionera del arte conceptual y un referente para muchas generaciones ya era profesora de la UCR y venía llegando de obtener una maestría en fotografía en el prestigioso Pratt Institute en Estados Unidos. Estuvo dos años en Nueva York; la ciudad le fascinó, mas no conquistó su retina.
En aquella gran ciudad, ella se refugió en un apartamentito minúsculo en Queens con su esposo y su gato. Precisamente, las fotografías de esta época dan cuenta de su intimidad en este espacio, donde ella pasaba haciendo fotografías durante horas. Podía controlar la luz, podía controlar la exposición, podía marcar dónde se colocaría ella, pero no podía controlar ni qué salía en televisión –sintonizado casi siempre en telenovelas– ni qué haría su gato –incluso, cuando lo sobornaba con pequeños trozos de queso–. Esa cuota de azar la cautivaba; por eso corría al cuarto oscuro que estaba en el sótano para ver qué imágenes emergían.
“Soy muy metódica y controladora; controlaba todo lo que podía controlar, pero había un componente importante de azar. Hacía toda la sesión y no me podía dormir hasta ver cuál había sido el resultado”, cuenta; aquella ilusión le vuelve a centellear en la mirada.
Lo que no es casualidad es que la tele fuera otra protagonista. Esta mujer nacida en 1950 tenía 10 años cuando la televisión llegó a Costa Rica; su casa no fue uno de los hogares privilegiados, así que ella iba a casa de un vecino que dejaba que la chiquillada llegara a ver caricaturas y El llanero solitario. Cuando ya estaba en secundaria, el anhelado aparato llegó a su casa; no se perdió ningún detalle del asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy en 1963 ni las películas de Cary Grant. Se casó y fue a Panamá a traerse su primer televisor; lo cargó en su regazo desde el vecino país al igual que otros pasajeros en el auto.
“La televisión en mi vida siempre ha sido impactante. Así que fue lo máximo cuando en Nueva York me regalaron un pequeño televisor. Me encantaba poner novelas”, cuenta esta artista que dio clases de diseño y fotografía durante tres décadas.
Conocer la historia detrás de las imágenes no le resta valor a un trabajo que genera curiosidad y asombro por escenas cotidianas cargadas de “elementos que muestran entramados sociales, económicos, culturales, temporales y simbólicos”, como explicaba la curadora María José Chavarría al presentar la exposición Propio y ajeno sobre Victoria Cabezas en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo en el 2012.
Durante su carrera, la perfeccionista creadora exploró las posibilidades del lenguaje fotográfico. En una conferencia acerca del trabajo de Cabezas en los años 70, el profesor y artista Roberto Guerrero aseguró: “Las manipulaciones del soporte fotográfico han sido una constante de la investigación técnica y estética de Victoria Cabezas desde los años setenta y hasta la actualidad. Por ejemplo, en los años ochenta, trabajó con el proceso pictorialista de la goma bicromatada al óleo y con la solarización en color, subvirtiendo la tradición de la fotografía de calle en blanco y negro. En los noventa, inventó y patentó la técnica del plateado selectivo para la fotografía cromogénica y la utilizó para realizar obras que, en algunos casos, no hacen diferencia entre fotografía y pintura”.
Primero fueron los bananos
Una década antes, en los significativos años 70, había comenzado su pasión por la fotografía y producido su obra más reconocida en Costa Rica y en el extranjero: las imágenes y los objetos relacionados con los bananos, en que ella usó el humor y la estética kitsch para confrontar los estereotipos sobre Centroamérica.
Cuando estudiaba arte (se especializó en grabado) en la Florida State University, cada vez que esta mujer nacida en Ohio decía que venía de Costa Rica le hablaban de los bananos que se producían acá –todos con la marca comercial y la procedencia–, le mencionaban que era de una “Banana Republic” y hasta le pusieron, de cariño, el mote de “Banana Queen”. “Al principio, no entendía las consecuencia de esto. Investigué y decidí abordar el tema de manera irónica”, cuenta esta hija de padre costarricense y madre estadounidense.
Hizo fotografías, grabados, objetos y dibujos para su Banana Thesis, incluso compró una máquina de coser usada para armar algunas de las piezas. Su propuesta fue arriesgada y la recepción de sus profesores y compañeros fue 100% positiva. En 1974 y ya de regreso, expuso aquel conjunto en Costa Rica y la exhibición pasó inadvertida. La justicia tardó tres décadas. En los últimos años, este trabajo ha sido boom y ha sido revalorizada en exposiciones en Costa Rica –la del MADC en el 2012 y la de TEOR/éTica en el 2018– y en Estados Unidos –formó parte de Radical Women: Latin American Art 1960-1985 en el Hammer Museum en el 2018–.
De hecho, actualmente, los Museos del Banco Central (bajos de la plaza de la Cultura) exhiben algunas de sus obras como parte de la muestra Las artes visuales en los 70, entre ellas El banano emplumado y su tesis de graduación. “Sus obras parodiaban la virilidad masculina y comentaban las relaciones de poder y de violencia asociadas a la producción de bananos y otros productos agrícolas de Centroamérica y el Caribe, los cuales derivaron en ocupaciones militares estadounidense en la región”, explicó el curador Miguel López en la exposición Ejercicios de autonomía (con obra de Priscilla Monge y Victoria Cabezas).
El humor fue un recurso certero. “(...) el empleo del humor fue, probablemente, uno de los asuntos más relevantes de estos trabajos: le permitió operar en un espacio de transgresión estética y semántica”, aseguró la curadora María José Monge en el catálogo de los Museos del Banco Central.
El tiempo no pasa en vano. Muchas de las fotografías de los años 70 que se han exhibido en la última década tuvieron que ser rescatadas para poder ser exhibidas. La artista tuvo que ceder: el valor histórico y artístico era más importante que el perfeccionismo. “Me gusta todo perfecto, sin rasguños o manchas. Me he tenido que acostumbrar”, acepta.
Sin parar
La docencia nunca la alejó del trabajo artístico; siempre encontró un poco de tiempo. “Las experiencias hacen que aparezcan los temas. ¿Cómo va a trabajar uno en algo que no le importe, en algo que no le apasiona?”, comenta. En las últimas décadas, su labor ha estado marcada por proyectos alrededor de temas autobiográficos, por su fascinación por los portales tradicionales –de nuevo su fascinación por la cultura popular– y por su cuestionamiento a la historia oficial y a las instituciones.
En este momento, ya pensionada y tranquila en su casa en San Ramón de La Unión, encuentra coincidencias entre su visión y la poesía del escritor Osvaldo Sauma. Es una obra en proceso.
“No me puedo quejar. Todas las épocas me han traído sus satisfacciones desde las trasnochadas como estudiante en que uno no tenía plata para nada hasta la pasión de mis alumnos. Me encanta ser jubilada; es una buena etapa y además estoy con salud”, afirma esta artista de 69 años. Tita, su compañera gatuna blanco y negro, nos roba la atención y la seguimos hasta que se pierde en la cercanía verde de su patio. “Un gato a la vez”, resuena.