Durante la década de los años 50 se sintió el impacto más inmediato de los cambios que proponía el nuevo modelo institucional de Estado costarricense y el proyecto político surgido sobre la base de la recién promulgada Constitución Política.
Esa década es la que reunió, de un modo muy particular, a tres grandes personalidades de la cultura y de las letras costarricenses: Alberto Cañas, Samuel Rovinski y Daniel Gallegos. Cañas era el mayor de los tres, pues había nacido en 1920, mientras que Gallegos era de 1930 y Rovinski de 1932. Esto no fue obstáculo para que trabaran una sólida amistad, que nació, en gran medida, por sus inquietudes intelectuales comunes y su empeño por incursionar, de manera sistemática y rigurosa, en el campo de las letras.
A pesar de que los tres cultivaron distintos géneros literarios, como el cuento, la novela, el ensayo y otros, la historia los reconoce como la trilogía fundante del teatro de nuestro país de la segunda mitad del siglo XX. Ciertamente, como lo había señalado ya el recordado investigador Álvaro Quesada Soto, fueron ellos los que impulsaron el renacer del teatro costarricense a partir de los años 50.
La Editorial Costa Rica, creada en 1959, contribuyó de forma muy importante a que las obras de teatro escritas por Cañas, Gallegos y Rovinski se conocieran en el país y también fuera de nuestras fronteras, lo cual debe reconocerse, pues este tipo de textos no siempre va acompañado de un éxito editorial.
Adicionalmente, los tres dramaturgos tuvieron la fortuna de que sus piezas fueran puestas en escena y de que el público de Costa Rica y de otras latitudes pudiera aquilatar su calidad.
En el caso de Gallegos, la totalidad de las obras dramáticas de este autor conforman un proyecto unitario, que se sostiene sobre dos grandes ideas madre: por una parte, los desequilibrios y abusos del poder, independientemente de los fines que se persigan y de quienes lo ejerzan; y, por otra, el mundo aparencial, los antivalores, el consumismo, las paradojas y otros elementos propios de un modelo de convivencia y visión de mundo aburguesado.
Estas dos núcleos temáticos aparecen imbricados, se traslapan abierta o sutilmente de manera tal que es difícil distinguir su peso y sus límites; es decir, se convierten en las dos caras de una misma moneda, tal como Gallegos las plantea.
Producción teatral
Dentro de su producción teatral publicada, algunas piezas se pueden considerar emblemáticas, icónicas, si se quiere, donde el autor logra tratar un tema complejo, dosificar la tensión, tensar al máximo el clímax y redondear un final abierto impactante, que involucra de lleno al espectador, para que se inquiete y reflexione, como En el séptimo círculo, La casa, Punto de referencia y, a mi juicio, también la primera y la última de sus piezas: Los profanos, escrita a los 29 años, y Expediente confidencial, creada 50 años después.
Las dos ideas madre de Gallegos articulan la vida cotidiana actual de nuestra sociedad y de otras sociedades del mundo, en las cuales no se vislumbra que se vaya a producir un cambio radical; de ahí que sus obras tienen mucho que decirnos hoy y todavía por largo tiempo.
Su producción sigue teniendo vigencia, si es cabalmente analizada y comprendida en su profunda dimensión. Cuando sus obras teatrales se llevan a escena responsablemente cumplen a cabalidad dos objetivos fundamentales de este arte: divertir al público y también hacerlo pensar.
La labor de Gallegos no se circunscribió solamente a la producción de obras dramáticas y novelas, y a la dirección de escena de una cantidad importante de textos del repertorio nacional e internacional, sino que, además, ejerció cargos de jefatura en la Universidad de Costa Rica y fue docente en la Escuela de Artes Dramáticas.
Génesis narrativa
Como se puede concluir, no estaba dedicado a tiempo completo a la escritura y hay períodos en su larga carrera en que no publicó. Su primera novela, El pasado es un extraño país, vio la luz en 1993. Según lo anotado por el autor en el cuaderno manuscrito de la obra, esta novela se le ocurrió mientras “viajaba en un tren camino a Ginebra, Suiza”.
Siete años después, en el 2000, fue publicada su segunda obra narrativa: Punto de referencia. Esta novela lleva el mismo título que una obra de teatro que había escrito en 1991 y tiene la particularidad de incluir, dentro de su trama, el rodaje de una película que también se titula Punto de referencia. Es decir, hay un tema específico que Gallegos trató desde tres géneros distintos: novela, guion de cine y obra de teatro.
En el 2008 y en el 2014, se publicaron dos novelas más: Los días que fueron y La marquesa y sus tiempos-Memorias de una sibila, respectivamente.
Podría decirse, que Gallegos alternó, a partir de su primera novela, la escritura narrativa con la dramática.
Cuando Gallegos publicó su primera novela, la crítica la acogió positivamente, lo que evidenció que el autor se desempeñaba con acierto en los dos géneros. Utilizando un término muy común en el teatro, podría afirmarse que Gallegos pasaba del teatro a la narrativa y viceversa sin solución de continuidad. Además de que ya el público lo conocía como director de teatro, campo en el cual también había recibido distinciones.
En la dirección de las obras de teatro
Como director teatral, Gallegos seleccionó obras de diversa categoría: aquellas que se habían ganado un puesto en el repertorio universal, como Pigmalión, Las brujas de Salem, La visita de la vieja dama, y María Estuardo, todos montaje de “gran formato”, así como piezas intimistas apropiadas para teatro de cámara como Perdón número equivocado, La danza macabra, La señorita Julia o La víspera de sábado; y trabajos para un solo personaje, como Emily o Shirley Valentine.
En las puestas en escena, Gallegos trató siempre de que todos los elementos que configuran el espectáculo total, como escenografía, música, iluminación, vestuario, y otros, estuvieran adecuadamente integrados.
Para él, el texto era fundamental como portador de la palabra, pero también lo eran las emociones, la fuerza, los sentimientos, el colorido y la atmósfera que se debía crear para que el público no perdiera interés y saliera del teatro satisfecho de haber visto una obra que le había aportado algo y, en el mejor de los casos, lo había transformado como persona.
A Gallegos lo recordaremos como un ser humano que vivió para la creación; de una generosidad sin límites, al extremo que consagró su vida a legarnos una obra que apenas se ha comenzado a estudiar.