Wim Wenders ha creado algunas de las imágenes más impresionantes de la historia del cine, de la amargura desértica de Paris, Texas (1984) a la poesía angelical de El cielo sobre Berlín (1987). Pero su ojo se sigue dirigiendo a lo más sencillo, lo más modesto. En Días perfectos (Perfect Days), encontró la belleza en baños públicos de Tokio y así llegó a la nominación al Óscar como mejor película internacional, representando a Japón.
Días perfectos se estrenará en Costa Rica el 21 de marzo, traída por Pacífica Grey, tras cosechar la histórica nominación a los premios de la Academia, el galardón a mejor actor para Koji Yakusho en Cannes y más de $20 millones de recaudación global, inusual para una película en apariencia tan modesta. La Nación compartió con el cineasta alemán (n. 1945) y periodistas de América Latina previo al lanzamiento en salas de su película.
¿De qué trata Días perfectos? En la película, Hirayama (Koji Yakusho) limpia baños públicos en Tokio y mantiene una rutina diaria sin mucho sobresalto, acompasada por música de sus casetes y la contemplación de los árboles. A su alrededor, no todos la pasan tan bien. La vida es impredecible.
Cada día, Hirayama cumple su rutina de limpieza, conoce a personas, vuelve a casa y vemos sus sueños. Así, un día tras otro, se acumula la belleza de lo cotidiano. Sin embargo, la vida siempre tiene maneras de sorprendernos, y allí florece Días perfectos. Es una película llena de humor y belleza, de encuentros inesperados y de momentos de contemplación; verla es dejar pasar rayos de sol entre los árboles.
“Un día le dije a mi esposa (Donata Wenders) que no habíamos estado en Tokio en muchos años, que lo extrañaba, pero no había forma de llegar allí porque seguían con restricciones por la pandemia”, recuerda el director. De pronto, llegó una carta desde allá: lo invitaban a Japón a un recorrido por un proyecto inusual, para ver si se inspiraba o se le ocurría crear algo.
“La idea era, y aquí casi tiro la carta y lo olvido, que fuera a ver sanitarios. Inusual… especialmente cuando seguí leyendo y vi que eran solo baños. Eran hechos por 15 arquitectos mundialmente famosos, incluso conocía a dos de ellos, y sé que usualmente construyen rascacielos y estadios… Ahora construían baños públicos, que es el edificio más pequeño que puede construir un arquitecto”, detalla Wenders.
El Tokyo Toilet Project, en efecto, construyó 17 instalaciones sanitarias con firmas como Tadao Ando y Shigeru Ban, con la esperanza de llamar la atención a estos espacios comunales y cómo habitamos la ciudad. Wenders, fascinado, se quedó una semana viéndolos, pero descubrió otra cosa: tras el encierro pandémico más extenso de todos, los japoneses se comportaron de una manera que él no esperaba.
“Me conmovió lo que vi, porque en Europa el fin de los cierres siempre fue catastrófico: el pequeño parque cerca de donde vivo en Berlín fue destruido completamente, porque la gente llegó a celebrar una gran fiesta No quedó nada del parque”, recuerda.
“En Tokio fue lo opuesto: trataron todo con mucho respeto. Claro que tuvieron fiestas y asados en los parques y calles, pero dejaron todo inmaculado. Me di cuenta de que en Japón el sentido del bien común incluso aumentó tras la pandemia”.
De este modo, visitar el proyecto de baños públicos lo inspiró a contar algo más grande: una historia sobre lo que compartimos. “Me gustó la idea de contar una historia del cuidador de los baños, el amor por las pequeñas cosas, el bien común, y se los dije así (a los productores)… Pensé que había hablado de más y había perdido un gran trabajo. Para mi sorpresa, me dijeron que sí. Ahora, solo necesitábamos un gran guion y un gran actor”, explica Wenders.
Así, se llevó a Takuma Takasaki a Berlín para coescribir el guion. Pronto nacería ese sencillo personaje que ha conquistado a audiencias alrededor del mundo en la que ya es una de las películas más taquilleras de Wim Wenders, ganador de la Palma de Oro, el León de Oro y muchos premios más.
Wim Wenders y la música de la nostalgia
Si de algo sabe Wim Wenders es de música. Más de una película suya ha disparado el interés por su banda sonora: Buena Vista Social Club (1999) consagró a las estrellas de la música cubana en su novena década; Lisbon Story (1994) sedujo con los fados de Madredeus; Ry Cooder reinventó´el sonido de la amargura en Paris, Texas... La lista no se agota. En Días perfectos, nuevamente, las canciones son protagónicas; no ambientan la vida de las personas, sino que cuentan las historias por ellas.
“Empecé a escribir el primer día de su rutina: se despierta, vemos todo por primera vez como él lo ve cada día, se sube a su auto y pone un cassette, porque ese viejo carro solo puede reproducir cassettes. La música que escuchaba debía ser importante, debía ser específica porque debía decir mucho del personaje y la primera canción que pensé fue la de The Animals (House of the Rising Sun)”, dice.
“Para cada escena pensamos una canción específica porque cada una significaba algo, él elige las canciones, no pone cualquier cosa”, explica el realizador, quien incluso subraya que las canciones las reproducían realmente en el set, en vez de añadirlas en la edición, como es usual.
Wenders se preguntó si este hombre escucharía lo mismo que él en su juventud, si no estaría aplanando su identidad como japonés. “Takuma me dijo: ‘Creéme: escuchábamos la misma música. Todo el mundo escuchaba pop estadounidense, rock británico, Velvet Underground, Rolling Stones… Solo pongamos las canciones que nos gusten y eso definirá la historia’. Las canciones son parte de la historia, no son accidentales”, explica.
Así, acompañamos a Hirayama en su rutina de limpieza y de descanso con la música de Patti Smith, Nina Simone, The Kinks, Van Morrison... y, por supuesto, con Perfect Day, el clásico himno de Lou Reed. Quizás sea nostalgia o que Hirayama se aferra a su juventud; quizás, por otro lado, esas maneras son la mejor manera que ha encontrado de articular sus emociones. O los cuentos de William Faulkner y Patricia Highsmith que lee... o las fotos que toma de los árboles, procurando captar algo de su cambiante esplendor.
Japón enamora de nuevo a Wim Wenders
Wim Wenders ha hecho películas por todo el mundo. Nos ha llevado a fotografiar el mundo con Sebastião Salgado (La sal de la tierra, 2014), a danzar con Pina Bausch (Pina, 2011), a la Alemania profunda de los años 70 en su serie de road movies y, claro, a la envolvente soledad americana de Paris, Texas, en medio de la nada. Pero Japón ya ha surgido en su cine más de una vez.
Le pregunto qué le atrae de Japón porque, aunque miles de artistas han descrito su visión del país como extranjeros, pocos han conseguido revelar la fascinación que los artistas “occidentales” sienten por ese país como Wenders. Lo hizo dos veces de manera memorable. La primera en Tokyo-Ga (1985), una meditación sobre el legendario cineasta Yasujiro Ozu; la segunda, en Notebook on Cities and Clothes (1989), uno de los documentales sobre moda más estimulantes jamás hechos, sobre el diseñador Yohji Yamamoto.
“Yo tenía ya más de 30 años y pensé que había visto la historia entera del cine”, recuerda. “Yasujiro Ozu nunca se me había mencionado, porque los japoneses no exportaron mucho sus filmes porque pensaron que él era ‘demasiado japonés’. En Nueva York, tuve que ver cuatro cintas de Ozu y me voló la cabeza; pensé que era una belleza que jamás había visto. Me dije: ‘No es tarde para tener un maestro y este será el mío’. Me di cuenta de que tenía que viajar a Japón para ver más de Ozu y lo hice un par de años después”, explica Wenders.
Ozu, en efecto, fue inicialmente poco conocido en “Occidente” porque sus dramas familiares, íntimos y discretos, parecían apelar solamente a espectadores japoneses. Con los años, sin embargo, su profunda filosofía sobre las relaciones humanas, el paso del tiempo y la modernización, aunada a un estilo riguroso, geométrico y sensible, han hecho de Ozu uno de los gigantes del cine.
Hoy está en todas partes si el cinéfilo lo busca, pero en aquel entonces apenas se empezaba a redescubrir. “Visité el Instituto de Cine Japonés y me dijeron que no me podían mostrar mucho, no existían los VHS aún, así que solo me podían mostrar las cintas en celuloide; tampoco tenían subtítulos. Así que me mandaron a un cuarto de edición con las películas. Hice eso por una semana y lo vi todo sin subtítulos”, comenta Wenders.
“A la semana, ya sentía que hablaba japonés; al menos me sabía las palabras de cortesía y los títulos. Estaba sumergido en su visión del mundo, la amaba, y desde entonces he ido infinidad de veces a Japón y siempre me he sentido en casa”, señala el alemán, aunque dice que inicialmente no entendía bien por qué sentía tal afinidad. “Solo lo entendí cuando hice la película que mencionas, con Yohji Yamamoto”.
“Yohji y yo nos hicimos muy amigos y hablamos de nuestra infancia. Dos chicos, uno del 43, otro del 45: éramos muy similares. Habíamos escuchado la misma música, los mismos libros, los mismos westerns… Ambos nacimos en países con pasados vergonzosos. Ambos nos sentíamos divididos entre nuestra cultura y esa cultura imperialista…”, describe Wenders.
“Me di cuenta de que solo en Japón alguien podría tener la misma infancia que alguien que naciera en Alemania en esa época. Entendí mi involucramiento profundo con Japón y por qué era tan cercano”, explica ahora el cineasta y fotógrafo.
Tan amigos son que, en enero, Wenders debutó como modelo, a sus 74 años, en la pasarela de otoño/invierno de Yamamoto. “Cuando filmamos Notebook… siempre jugábamos billar en la noche porque él trabajaba muchas horas en su estudio y yo también. El último día dijimos que jugaríamos por algo importante: si yo ganaba, le pediría algo a él, y si él ganaba, me pediría algo a mí”, recuerda Wenders.
“Por supuesto, él ganó y me dijo que yo debía modelar para él alguna vez. Yo le dije que estaba bien, que me llamara y lo haría. ¡Nunca me llamó! Pensé que se le había olvidado… hasta que hace unos meses me llamó y me dijo: ‘Es ahora o nunca, Wim’. Le pregunté cuándo y dónde, y me dijo ‘París’. Así que ahí estuve. Fue una experiencia rara; no es algo que pretendo seguir haciendo”, bromea.
Komorebi: qué es y cómo lo vemos en ‘Días perfectos’
Cada día, Hirayama va a su trabajo, limpia los sanitarios, vuelve a casa, fotografía árboles...
De cierto modo, tal atención a lo minúsculo también es un homenaje a Yasujiro Ozu, en cuyo cine algunas explosiones dramáticas se expresan nada más como el paso de un tren o de un bicicleta, o una Fanta Naranja en una mesa llena de tés tradicionales. Al enfocarnos en lo minúsculo, enfocamos mejor las vastas transformaciones de nuestra vida, parecen decir Wenders y Ozu.
Hay algo más: komorebi. Esta expresión se refiere a la luz del sol a través de las hojas de los árboles y el juego entre luces y sombras que produce. Pero no es solo eso: es la apreciación de la belleza pasajera, inasible, de la vida y la naturaleza. En Días perfectos, esas visiones se mezclan —y hacen las veces de— los sueños que cierran las jornadas de Hirayama.
“Incorporamos los sueños como si fueran parte de su rutina. Mi esposa ha hecho fotografía fija en mis películas por 25 años, pero esta vez le encargué un mejor trabajo: ella sería la fábrica de sueños. Debía producir estos sueños por su cuenta, destellos del día…”, explica Wenders. Ella y una amiga que hablaba japonés filmaron esos doce ‘sueños’; ella los editó y se convirtieron en parte integral del guion. Los árboles estuvieron desde el inicio porque en una ciudad como Tokio, todo es hecho por humanos, las calles, los sanitarios, los autos… Lo único que no es artificial son los árboles, el cielo, la luz”.
Wim Wenders ha sido capaz de retratar la amargura humana con gran precisión, como en su trilogía de road movies de los 70. También ha mostrado cómo el arte ensancha el alma, retratando a titanes como Pina Bausch o Salgado. Hace poco ha vuelto a mirar a quienes mueven el mundo de hoy, como en Pope Francis: A Man of His Word (2018).
Para Wenders, el cine no puede cambiar radicalmente la percepción de nadie sobre cómo mejorar el mundo; lo que puede hacer es mover la aguja gradualmente, despertar una idea en el espectador. Así, conecta ese retrato del papa Francisco con Hirayama: la búsqueda de la paz, dondequiera que esté.
“Hirayama es un hombre en paz consigo mismo y piensa cómo vivir con menos, y cómo la reducción de lo que tiene es de ayuda en su autopercepción. Se define por quien es, por su trabajo, y lo hace de manera muy dedicada”, detalla Wenders.
“Es un buen ejemplo de la paz, de un hacedor de paz en su pequeña parcela del mundo”.
Días perfectos (Perfect Days) se estrena en salas de Costa Rica el 21 de marzo. Posteriormente estará disponible en streaming en la plataforma Mubi.