Los portales cumplieron varias funciones en la sociedad costarricense de fines del siglo XIX; una fue netamente piadosa: la recreación del nacimiento del Niño Dios, y la otra fue secular, vinculada con la reproducción del orden social. No obstante, el portal también sirvió para promover un proceso de formas específicas de relaciones sociales definido como “portalear”. Al respecto, Anastasio Alfaro escribió al referirse a la década de 1870:
“Con motivo de los portales menudeaban las visitas por la tarde, especialmente el 25 de diciembre, el día de Reyes [6 de enero] y los domingos intermediarios: desde los padres hasta el niño de pecho formaban un desfile de casa en casa, y se resentían mucho cuando la comadre Petronila no llegaba a ver el portal, aunque su variante con el año anterior fuera casi imperceptible, pues la entrada de la estación seca era lo que importaba aprovechar para reanudar relaciones y conversar un rato largo”.
El amplio significado de “portalear” fue descrito con detalle por El Diarito en una crónica publicada el 23 de diciembre de 1894 que aludió a “los viejos”:
“Estos cifran su felicidad en apurar una copa de vino tinto acompañada con tamales , después á [sic] la misa de gallo. Hacen portales y obsequian con chicha al sin número de gentes que van á visitarlos. Sendos grupos de encantadoras beldades recorren nuestras calles preguntando de puerta en puerta con singular gracia y donaire, ¿hay portal? Sale una vieja vestida de franciscana, por que casi siempre el portal es en casa de las beatas, y los manda pasar adelante; muchas voces se confunden señalando tal ó cual muñeco y en medio de esa música de vocecitas femeniles, no falta un estornudo, modo indirecto de pedir chicha cuando el dueño ó los dueños están medio resaqueros. Por allá se quedó una pareja que no ha visto nada del portal: se ha quedado en el el [sic] dintel de la puerta hablando en voz baja; esos son novios, porque la oportunidad de ver á la novia y conversar con ella no puede ser mejor... faltamos nosotros, el elemento joven, los que vamos á los bailes ó cojemos [sic] una guitarra y entonamos dulces cantos”.
Dos funciones. Alfaro y el periodista de El Diarito muestran cómo la visita de portal en portal era importante para restablecer vínculos que tal vez estaban rotos o suspendidos, así como para alcanzar la promoción social. En su doble función, social y religiosa, los portales eran la excusa perfecta para departir y desplegar el poder político y económico.
Todavía en 1933, de acuerdo con la autobiografía del zapatero Juan Rafael Morales Alfaro, la costumbre de portalear era muy importante en Tacares de Grecia:
“Victoria, mi hermana, me invita ir a ver portales... Salimos de la casa, caminamos un poco y llegamos a la primera casa. Era la de la familia Soto. Nos recibió doña Catalina, esposa del señor Soto; pasen adelante, nos dijo, mi portal es humilde, igual al Nacimiento del Niño Jesús... Nos presentó su portal adornado con flores de colores que ella hacía, lana y macetas rodeadas de guirnaldas. El paso era grande, de madera, con toda clase de figuras”.
A fines de siglo XIX, en la época navideña, se generalizó la venta de las figuras de pastores y de hatos de carneros, así como de ángeles “gloria in excelsis Dei”. La prensa contribuyó a este proceso al anunciar lo que ofrecían tiendas y almacenes y al promover la compra y puesta de los portales.
Ofertas. Antes de fabricarse las piezas en serie, era muy difícil para la gente común tener un portal en su casa puesto que los imagineros debían tallar las figuras, lo que generaba gastos que la mayoría no podía afrontar.
En la década de 1890, los comerciantes expendían las figuras en forma individual y más baratas que antaño al estar fabricadas industrialmente, por lo que las familias podían ir comprando una o varias figuras cada año para iniciar o agrandar la representación, e incluso para sustituir las piezas que ya se habían dañado.
A principios del siglo XX, la casa Lines importaba adornos especiales para los portales, según se publicitaba en El Anunciador Costarricense. Se vendían bolas de fantasía y de colores, estrellas, hilos de oro y plata, papel dorado y plateado, papel verde para hojas y para flores, nacimientos, pasos con pastores, Reyes Magos, ángeles de gloria, cajas con animalitos para los portales, candelas de colores, candeleros, musgo, ramos y talco (¿para simular nieve?).
En 1912, el mismo almacén ofrecía nacimientos con Reyes Magos o sin ellos, pastores, animales, juegos de Reyes Magos solos y juegos de pastores muy variados. También disponía de árboles de Navidad (con adornos) en diferentes tamaños y precios.
La costumbre de colocar un árbol de Navidad fue introducida por inmigrantes alemanes en los Estados Unidos en la década de 1850. Esta práctica se difundió ampliamente en ese país en los decenios posteriores, y la encontramos en Costa Rica a fines del siglo XIX.
Entre 1890 y 1910, la publicidad dedicada a la época navideña se diversificó y se especializó, al tiempo que promovió la difusión de tradiciones –como el portalear– asociadas con nuevos patrones de consumo: los materiales para el portal, el árbol de Navidad y los regalos.
Jerarquías. El científico estadounidense Philip Calvert y su esposa Amelia vislumbraron el impacto de esa mercantilización. En diciembre de 1909 y en Cartago, vieron un portal decorado con un lago de cristal con cisnes, patos y gansos, animales salvajes, jirafas, cazadores, un molino de viento, fincas, vacas, caballos, jinetes, árboles, musgo, un pesebre con María, José y el Niño, los tres Reyes Magos y un ferrocarril sobre pequeños rieles.
El uso del portal se conocía en Costa Rica desde la época colonial, cuando se colocaba en las iglesias, y su disfrute era una experiencia compartida. En el siglo XIX, el portal pasó al ámbito privado y se convirtió en un símbolo de status . El “portalear” derivó en un multiplicador del orden jerárquico pues solo los vecinos principales, económicamente fuertes, podían comprar las figuras, pagar la función de anfitriones y competir entre sí por disponer del mejor portal de la comunidad y por ofrecer las mejores comidas o bebidas a las visitas.
Con la producción industrial, en la década de 1890 se extendió la representación doméstica del nacimiento del Niño Dios, con lo cual su significado varió nuevamente.
A partir de los avisos comerciales y de las crónicas de los viajeros, podemos identificar los componentes del portal costarricense, en los que se expresaba la contradicción cultural de la fiesta navideña.
Así, el ferrocarril, símbolo de la modernidad, coexistía con el exotismo de las jirafas y el cosmopolitismo de la nieve. A la vez, los elementos autóctonos –como el cohombro, el musgo y otras plantas– indican que, a pesar de la europeización del consumo, el diseño del portal era producto de diferentes apropiaciones culturales.
La autora es integrante del Centro de Investigaciones en Identidad y Cultura Latinoamericanas y docente en la Escuela de Estudios Generales de la UCR. Este artículo sintetiza aspectos publicados en el libro 'La sonora libertad del viento: Sociedad y cultura en Costa Rica y Nicaragua'.