Para la mayoría, un pantano es un lugar desagradable: un feo lodazal, cuna de bichos y zancudos, donde es imposible construir una casa ni sembrar una milpa.
Cuando vemos que un pantano ha sido convertido en plantación, o lo han secado para transformarlo en un sitio habitable, cubrirlo con zacate y convertirlo en un jardín o en una cancha de golf, decimos “¡mirá qué lindo dejaron esto!... antes era un barrial”.
Esta ignorancia en torno a la función ecológica de los humedales, nos ha llevado a destruir más de la mitad de los que había en el mundo, tan solo en los últimos 100 años.
En Costa Rica, pese a que las leyes los protegen, miles de hectáreas de humedales son rellenadas cada año para construir hoteles o sembrar diversos cultivos. Quienes envenenan deliberadamente los manglares y drenan las aguas pantanosas para extender sus negocios, saben que están cometiendo un crimen, pero no les importa: la ganancia a corto plazo, un cero más en la cuenta de banco, es más tangible para ellos que el futuro de la humanidad. Después de todo, ¿a quién le sirven esos lodazales?
Lo vamos a poner de la manera más simple: los humedales son solo el 6% de la superficie de la Tierra, pero si llegaran a desaparecer, se acabaría la vida en este planeta, en la forma en que la conocemos hoy.
Los manglares, pantanos, lagunas y tierras bajas anegables que se extienden a los lados de los ríos, juegan un papel clave para toda la vida silvestre. En ellos se reproducen especies que están en la base de la alimentación de peces y aves, son el sitio de anidación y tránsito de millones de aves migratorias y, como si fuera poco, son el ecosistema que más contribuye a la eliminación del dióxido de carbono de la atmósfera.
Esos “feos” lodazales nos dan de comer a todos y son esponjas que nos protegen del calentamiento global. Quienes los secan a propósito, para engordar sus billeteras, no solo están cometiendo un crimen: están condenando a sus hijos y nietos a morir de hambre en un desierto.
Yo conozco a algunas de estas personas. Los he visto pasar con sus maquinarias desde que era niño. Vi a un “inversionista” alemán rellenar el manglar de Sámara. Luego vi a empresarios ticos secar las lagunas a orillas del Tempisque, para extender sus cañales. Hace poco vi a otros construir casas para gringos, “paseándose” en el humedal del Refugio Playa Hermosa-Punta Mala. Y hace menos aún vi a otros rociar veneno sobre el Refugio Caletas Arío, burlándose de las resoluciones del Tribunal Ambiental.
Es claro que no me opongo al desarrollo, pero sí me opongo a que unos pocos ignorantes con dinero y con poder acaben con nuestra vida.