Arrancadas de su sitio, las partituras comenzaron a volar en mitad del concierto. Poco después cayó un atril. Pero nadie se detuvo. La violinista Lara St.John esbozó una pícara sonrisa, como diciendo: "tranquilos, no pasa nada, esto es parte del asunto".
Y es que no es fácil resistir el embate de la música en vivo, y menos, si a ella le añadimos un telón exuberante: el mar.
Como parte de las actividades del VII Festival Internacional de Música, la Orquesta de Cámara Internacional "Solistas del Festival", integrada por algunos de los más sobresalientes solistas invitados, ofreció el primer concierto de la temporada en que participa la violinista Dylana Jenson. Hija de madre costarricense y padre norteamericano, la solista viajó hasta nuestro país acompañada de su familia. Así que su participación ha sido celebrada no sólo por los amantes de la música, sino por sus propios hijos.
Primer movimiento
El contraste entre el fondo transparente del cielo y la piel oscura del solista Amadi Hummings, parecía otra nota en el pentagrama. Telemann, Concierto para viola y orquesta en sol mayor. Eran las 11:45 de la mañana y el público ni siquiera respiraba. Esa mañana, el repertorio incluyó, además, la cantata Non sa che sia dolore, de Bach, así como su conocido Concierto en mi mayor para violín y orquesta.
El Hotel Villa Caletas era una burbuja de aire fresco en medio del incendio: 36 grados a la sombra, más o menos.
La Orquesta no cedió ante la marea de pequeños inconvenientes. Más bien, se aprovechó de ellos para mostrar su madurez y profesionalismo.
Segundo movimiento
La potencia de los dedos desgarra el aire; la pasión arrecia contra el cajón de madera de los instrumentos. Altiva y profunda como su belleza, la voz de la soprano Karen Hendricks se instala como terciopelo en la piel de los presentes. La flauta traversa le contesta: ella es el eco de las palabras que se diluyen en la música. Primero en el pecho, luego en la garganta. La ópera desata la fuerza de los vientos, y las partituras continúan sin negarse al impulso del vuelo.
Allegro, allegro
Dylana no toca su violín: lo abraza, lo atormenta, lo arrulla y lo confunde entre sus dedos, recogido amorosamente entre su cuello y su pecho. Ella deshace el violín entre sus manos y lanza al público sus pedazos de fuego. Entre un movimiento y otro, la violinista cierra los ojos y nos abandona: se va con él a otro lugar, dejándonos únicamente la estela de su viaje.
El cello llora sin prisa y entonces el violín regresa a acompañarlo. Pero este último no sólo llora con pena, sino que reclama y argumenta.
El concierto cierra con Bach a nuestro lado. Una vez más, los músicos nos han regalado el milagro.