El acuerdo obtenido en la ciudad de Nagoya, en Japón, para tratar de frenar la desaparición de las especies es una bocanada de aire para Naciones Unidas, sumamente criticada por el fracaso de reuniones anteriores, y un poco de luz dirigida hacia la biodiversidad, un tema que queda a menudo en segundo plano.
El resultado positivo de la reunión, en la que participaron los 193 países firmantes de la Convención sobre la Diversidad Biológica (CBD), fue ante todo un gran alivio: hasta el último momento, la amenaza de un nuevo fracaso estaba latente.
Para frenar el ritmo de desaparición de especies como anfibios, aves, mamíferos o plantas, el acuerdo declinó una serie de objetivos para el próximo decenio.
Tras años de negociaciones, se creó un marco legal para compartir los beneficios procedentes de los recursos genéticos de los países del Sur, que albergan lo esencial de las especies del planeta.
Nagoya permitió recalcar lo cruciales que son los ecosistemas para la salud y la alimentación, más allá de especies emblemáticas como el oso panda.
“La crisis climática ha conquistado el espacio mediático como nunca antes, pero sigue siendo difícil movilizar a la gente sobre la biodiversidad, y a menudo esa movilización se limita a los buenos sentimientos”, lamentó esta semana el príncipe Alberto de Mónaco.
Sin duda habrá avances tras el éxito de esta cumbre y la creación de un organismo de peritaje científico que ofrezca una herramienta fiable de evaluación, como ya existe desde 1988 para el clima.
“En Nagoya, hicimos lo mismo que en Kioto sobre el clima: es la etapa en la que se reconoce políticamente la importancia del tema”, dijo el embajador francés Jean-Pierre Thébault.
Naciones Unidas se muestra esperanzada de también tener éxito en la cumbre de cambio climático en Cancún, México.