
En aquellos días, los televisores eran en blanco y negro, y muy escasos. Las computadoras, ni siquiera teníamos idea de que existían, por lo que el tiempo libre era para brincar y sudar en los patios, andar correteando en los potreros y encaramándonos en los árboles. Así todas las tardes después de clases, nos amontonábamos en los patios con los primos o vecinos a jugar, y siempre surgían los mismos juegos, como:
–Ahí vienen los moros.
– ¿A qué?
–A matarnos
– ¿ Con qué?
– Con un cuchillo.
– ¿De qué?
–De palo.
–Santo, Santo, Santo.
Que distante y cotidiano aún me suena este juego, que probablemente lo jugaron nuestros abuelos, bisabuelos e infinidad de generaciones antes de la nuestra. Porque este juego se ambienta en las cruzadas libradas hace más de cinco siglos, entre cristianos y musulmanes, en el Viejo Continente, que en esto de hacer guerras son incomparables. Las famosas guerras santas, que en nombre de Dios mataban feligreses –argumento tan de moda en estos tiempos, porque la lucha es en nombre de Dios– es antiquísima y muy trillada.
Este juego no tan santo, se filtró por este lado del planeta y se quedó entre nosotros. Posiblemente, los mismos andaluces de origen árabe que migraron a estas tierras, los fortalecieron y tuvieron que gritarlos a todo pulmón, para tratar de romper con Alá y ser convertidos al cristianismo. Porque como se dice en corrillos: “Todos llevamos el Hitler por dentro, así todos somos más papistas que el papa”.
Cuando jugábamos ese juego, se nos filtraban algunas ideas ingenuas como que los cuchillos de palos pueden asesinar, aunque no era el filo del cuchillo lo que mataba, sino el odio y la intolerancia, que –como sabemos– han hecho desaparecer multitudes enteras. Además, otra idea ingenua era pensar que acorazarnos con santos y oraciones nos hacía inmunes, y nos evitaba la muerte –aunque si moríamos iríamos al paraíso– ,y que la moneda solo tenía un lado.
Después, fuera de este continente, frecuentemente algunos árabes, ante mi tez (la cual considero promedio en este país), me han saludado en árabe, lo cual me ha dejando perplejo. Y a muchos amigos y a amigas les ha pasado lo mismo. Entonces, parecemos moros, así que moros y cristianos parecen los mismos. O sea, que los que llegaban a matar con cuchillos de palos, eran como yo, solo que le oraban a un Dios diferente al mío.
En estos tiempos, los niños juegan a matar con armas tecnológicas avanzadas y no van a sacarse el estrés a los potreros, ni aprenden a matar con cuchillos de palos, ni se aferran a oraciones como única salvación de las almas. Ya existen en el mercado juegos electrónicos para matar ilegales en las fronteras, y para aniquilar con instrumentos muy sofisticados.
Algunos juegos infantiles no son tan inocentes, son creados como instrumentos de poder, para ir preparando la mente y potenciar el odio y la intolerancia. Me imagino que ahora juegan:
–Ahí vienen los musulmanes.
– ¿A qué?
– A matarnos.
–¿ Con qué?
– Con atentados.
–Bombardeos, bombardeos, bombardeos.
Apriete botones rápido en el teclado y asimile rápido en el cerebro.