Hace unas semanas, en una crónica, el exministro de Obras Públicas y exembajador de Costa Rica en los Estados Unidos, don Rodolfo Silva, narró el proceso por el cual el gobierno del presidente José Figueres Ferrer, en diciembre de 1971, estableció relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión Soviética. Aunque el intercambio real de embajadores data de entonces, los vínculos formales de Costa Rica se habían concertado muchos años antes, primero con Rusia y luego con la Unión Soviética.
En efecto, según cuenta el historiador y diplomático Jorge Sáenz Carbonell en su libro Historia diplomática de Costa Rica (1821-1910) , las relaciones oficiales entre ambos países se iniciaron en 1872: “Con motivo de la toma de posesión del Presidente Guardia, el zar Alejandro II dirigió una nota autógrafa al mandatario costarricense y anunció también que nombraría Cónsules en (Costa Rica), pero esto nunca sucedió”.
Ruptura. Lo que sí hubo -de acuerdo con una cronología de la Embajada de Rusia- fue un intercambio de cartas entre los jefes de Estado y de gobierno de Costa y Rusia para informar sobre la nueva administración en el primer país y la felicitación correspondiente del segundo.
Sin embargo, en junio de 1900, el enviado costarricense ante el gobierno francés, Manuel María de Peralta, propuso crear un Consulado de Costa Rica en San Petersburgo y el nombramiento de un cónsul honorario.
Ni una ni otra cosa fueron aceptadas por el ministro de Relaciones Exteriores ruso con el argumento de la inexistencia de intereses costarricenses en Rusia.
No obstante, De Peralta insistió hasta que, doce años después, por fin se creó el Consulado costarricense en San Petersburgo, el cual quedó a cargo del comerciante ruso Moris Bernstein, como cónsul general honorario de Costa Rica en San Petersburgo.
La revolución bolchevique de 1917 dejó en suspenso las relaciones bilaterales pues, si bien no hubo un acto formal de ruptura de relaciones diplomáticas, tampoco hubo reconocimiento del nuevo régimen y su gobierno; es decir, de hecho, los vínculos quedaron rotos.
Pasó más de un cuarto de siglo antes de que se hablase de la posibilidad de establecer relaciones entre Costa Rica y el nuevo Estado.
En el segundo volumen de su Historia , para los años 1910-1948, Jorge Sáenz dice que, “en febrero de 1943, el Presidente Calderón Guardia dirigió, por medio de la prensa internacional, una felicitación al pueblo y al ejército de la Unión Soviética con motivo del Día del Ejército Rojo y expresó que los costarricenses saludaban sus victorias con entusiasmo”.
Vínculos oficiales. Un mes más tarde, durante la visita oficial que realizó a México, el presidente Calderón Guardia tuvo un encuentro con el representante de la URSS en este país, Constantín Umánsky. Ambos acordaron iniciar negociaciones para establecer relaciones diplomáticas.
El canciller Echandi anunció que “se estudiaba la posibilidad de establecer relaciones diplomáticas entre Costa Rica y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”.
Así, mediante los buenos oficios –como se dice en el argot diplomático– del gobierno mexicano, los respectivos embajadores entraron en contacto: por Costa Rica, Carlos Jinesta Muñoz; por la URSS, Umánsky. El acuerdo llegó en mayo de 1944, cuando se convino en establecer, mediante canje de notas, los vínculos oficiales entre los dos países.
En ese momento se produjo uno de los actos más importantes en la historia de la relación entre México y Costa Rica pues la administración de Calderón Guardia solicitó al gobierno del presidente mexicano Manuel Ávila Camacho que el embajador mexicano en la Unión Soviética representase también los intereses costarricenses.
De ese modo, primero Luis Quintanilla y luego Narciso Bassols fueron embajadores de México y Costa Rica. Ambos personajes provenían directamente de la cultura surgida al calor de los postulados de la Revolución Mexicana.
Dos embajadores. Quintanilla era hijo de un diplomático, él mismo diplomático de carrera y escritor ligado estrechamente al movimiento literario conocido como “estridentismo” (usaba el seudónimo de “Kinta Niya”). Había llegado a la URSS en 1943 y tenía un papel destacado en el círculo diplomático de ese país.
Es claro que, en medio de la Segunda Guerra Mundial, la URSS tenía interés en disipar las sospechas sobre sus intenciones después del daño causado a su prestigio en México por el asesinato de León Trotsky y porque recibía al primer embajador mexicano después de la ruptura de relaciones acaecida en 1930 a raíz de un incidente en el que estuvo involucrado un diplomático soviético.
De hecho, seguramente por ese interés, Quintanilla fue uno de los pocos embajadores que Stalin recibió entonces, en una larga audiencia en la que se tocaron numerosos asuntos.
Por su parte, Narciso Bassols era un hombre declaradamente de izquierda y se lo consideraba entre los principales ideólogos del movimiento revolucionario de 1910. Antes de ser embajador, había sido secretario de Educación Pública y había creado las llamadas “misiones culturales”, integradas por profesores que alfabetizaban niños y adultos y les inculcaban la afición por la lectura.
Bassols también fue secretario de Gobernación y de Hacienda; después se dedicó a las labores diplomáticas como representante mexicano ante la Sociedad de las Naciones.
En ese organismo fue la voz que protestó contra la invasión italiana a Abisinia; más tarde, como embajador en Francia, luchó intensamente para lograr que México fuese un refugio para miles de españoles republicanos obligados a dejar su patria por la derrota en la guerra civil.
De tal manera, el nombramiento de Bassols, en noviembre de 1944, como embajador mexicano (y costarricense) en la Unión Soviética fue considerado algo natural. En su encargo diplomático, lo mismo que Quintanilla, Bassols fue un interlocutor de primera línea para los altos funcionarios del gobierno soviético.
Tragedia. En cambio, el destino fue trágico para el embajador soviético en México, Constantín Umánsky, designado concurrente ante el gobierno de Costa Rica, después del canje de notas que establecieron las relaciones diplomáticas.
El 25 de enero de 1945, pocos minutos después de elevarse en la ciudad de México, cayó el avión que traía a Umánsky a San José para presentar sus cartas credenciales. En el accidente resultaron muertos varios pasajeros, entre ellos el propio embajador.
La Unión Soviética no nombró un sustituto para Costa Rica. Por su parte, el embajador Jinesta, que debía viajar en ese avión, apenas salvó la vida pues, cuando llegó al aeropuerto, la nave acababa de partir.
De ese modo, los vínculos establecidos entre el gobierno costarricense y el soviético quedaron en suspenso hasta la reanudación emprendida por don José Figueres Ferrer en 1971.
Como antecedentes quedaron las gestiones realizadas por los embajadores Quintanilla y Bassols mientras fungieron como representantes de Costa Rica, y en las que, con seguridad, dada su trayectoria profesional, pusieron su mejor empeño.
EL AUTOR ES JEFE DE CANCILLERÍA DE LA EMBAJADA DE MÉXICO Y DIRECTOR DEL INSTITUTO DE MÉXICO EN COSTA RICA.