Andanzas de un escritor in situ

Timo Berger el traductor alemán presentó en Costa Rica su libro ‘A cien cuadras del centro y otros poemas’

Traductor, fotógrafo, escritor, productor cultural, Timo Berger tiene el talento del que viaja y no invade, del que sabe y no dice, y, sin duda, del que ríe de último. El resultado de un año muy intenso en Buenos Aires le dejó –además de ataduras ideológicas y, peor aún, sentimentales con la poesía underground porteña– un español libre de fricativas germanas.

La América de lengua romance irradia en su escritura. Esta misma América le ha dejado amigos como Felipe, de su poema Ayacucho : “El otro día cuando me compré / una laptop nueva / me llamó Felipe para decirme / que eso no se hace así. / Es una compu, objetaba. / Pero él insistía. / Voy a ser padrino de tu laptop / con Vanesa, tu amiga / que me gusta. / La bautizamos, la laptop, / con una botella de litro / de pisco”.

Su trabajo ha sido publicado por editoriales argentinas como Vox y Eloísa Cartonera. Su primer libro de poesía, No soy gay, soy bi , fue publicado en la Argentina por Ediciones del Diego. En su labor de proyección de la poesía de América Latina en Alemania, ha traducido autores como los argentinos Cecilia Pavón, Fabián Casas y Sergio Raimondi; además, a Laura Erber (Brasil), Silvio Rodríguez (Cuba) y Luis Chaves (Costa Rica).

Desde hace siete años, Timo Berger dirige el Festival Latinale (en Berlín), dedicado a la literatura latinoamericana. Además, en el 2011, coordinó los encuentros poéticos alemanes en la Feria del Libro de Guadalajara, con Alemania como país invitado.

Timo es un poeta que ha publicado en Costa Rica un libro de poesía escrito, en su mayor parte, en viajes atemporales entre Río de Janeiro e Iquitos (Perú). Berger toma vino tinto en las cantinas y, desafiando una profética conferencia del polaco Witold Gombrowicz, aún cree en la poesía.

Un verso contiene la vocación autobiográfica suficiente como para entender a este autor: “En un bar de Los Olivos (Cono Norte) por la noche / el presentador de Diana Cari y los Mágicos del Amor / pregunta al público: ¿De dónde son Ustedes? ¿Qué lugar/ tachamos en el mapa con el próximo pedido?”.

Durante su visita a Costa Rica, además de la presentación del libro, guio un taller de escritura organizado por la Embajada de Alemania y el Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD).

Conversamos con el poeta.

–Usted ha llevado este taller de escritura a varios países de América Latina. ¿En qué consiste?

–El taller sigue un poco la idea de la poesía escrita in situ . Vamos a un lugar público y nos dedicamos a mirar, a observar: casi como hacer de antropólogos urbanos. Fuimos al Mercado Central. Se trata de liberar a los jóvenes de lugares comunes. El mercado es un lugar que todos conocen, pero el objetivo es enfrentarse con él desde otro ángulo: reflexionar sobre lo complicado que es hoy escribir una poesía social o políticamente consciente.

”Me gusta que los poemas no hablen naturalmente de la realidad, sino que describan algunas técnicas culturales. La gente ya no sabe mucho de técnicas culturales tradicionales; incluso, la escritura es una técnica cultural que no sabemos si se perderá. Por ejemplo, si una computadora responde a mi voz, podría ser que deje de ser necesario escribir.

”Sin embargo, no soy nostálgico. Me gusta el cruce entre lo moderno, lo actual, y esas técnicas. El taller es un disparador”.

–¿Cuál es el formato más adecuado para promover la poesía: la antología?

–No. Uno se arrepiente después de comprar antologías porque, de veinte autores, siempre nos interesan dos. También están, quizá, las históricas, que funcionan; pero es muy difícil una antología de los contemporáneos porque siempre está atravesada por relaciones de poder, por relaciones de amistad y por la frescura de la escritura. Son como una fotografía Polaroid, que permite ver algo, pero siempre son posturas muy borrosas.

–Usted no tiene acento en español y no aprendió esta lengua en su infancia. ¿Cómo nació su relación con esa lengua y su literatura?

–Mi mamá tenía una extensa biblioteca. Ella siempre me pasaba Cien años de soledad , de García Márquez, que, por la portada y por el título, yo nunca quería leer. Le decía: ‘¿Quién es ese argelino en la portada? Debe de ser un terrorista. Además, ¿qué es ese título? Debe de ser de amor o desamor'’.

”Más tarde, en unas vacaciones me quedé sin literatura, cogí aquel libro y lo leí de un tirón. Después leí más. Luego pasé por todo el boom , que estaba ampliamente traducido al alemán, pero lo que yo realmente quería era leer en la lengua en la que estaban escritos”.

–Movido por eso, usted viajó a la Argentina...

–Sí. Viví un año en la Argentina para aprender la lengua en una universidad. De entrada debí leer a Borges, y, a cada segunda palabra que leía, me tocaba ir al diccionario. Todavía tengo guardados los apuntes. Eso es lo bueno de aprender un idioma en edad adulta, porque siempre recuerdo dónde aprendí cada palabra.

–En la Argentina, usted fundó el festival de poesía Salida al Mar junto con el poeta Washington Cucurto. ¿Qué pasó al regresar definitivamente a Alemania?

–Cuando volví a Berlín empecé a traducir poemas de mis amigos. Luego, junto con el Instituto Cervantes iniciamos un nuevo festival anual de literatura, el Latinale, y vamos por la sétima edición. Nos apoyan embajadas e institutos de investigación y universidades.

–El libro que ha publicado con Germinal, ¿de qué está compuesto?, ¿cómo llegó a la editorial?

–Hay una plaqueta con diez poemas de este libro que publicó Ediciones Vox, de la Argentina. Para la edición costarricense, los poemas pasaron por las manos del escritor Luis Chaves, quien hizo la conexión. Está compuesta de tres ciclos, ligados por el lugar y la época.

”El primer ciclo, Mataderos , se compone de poemas largos que empecé a escribir en alemán. En un viaje a la Argentina, el gremio de los transportistas estaba en huelga, y mi equipaje quedó estancado en la aduana. Mientras esperaba que liberaran mi maleta, me quedé en la casa de un amigo que vivía cerca del aeropuerto.

”La espera se prolongó hasta el punto de que viví la vida de él, dormí en su cama, usé su ropa, comí su comida; desafortunadamente, él no tenía novia. Empecé a escribir pues no tenía nada que hacer.

”Mi amigo tenía una terraza, por la que se subía a los techos del vecindario, y yo hacía el camino de los techos. Es un barrio muy peculiar porque recibió las últimas oleadas migratorias europeas que todavía encontraban espacio en Buenos Aires. Se llama Mataderos porque allí estaban los antiguos mataderos. Queda más o menos a cien cuadras del centro”.

–¿Cómo se recibe en Alemania un festival de literatura latinoamericana?

–Casi toda la literatura universal que se publica en alemán, fue antes traducida al inglés, pero esto no pasa tanto con la de América Latina. Leo más que nada poesía. A veces, después del festival hacemos antologías y regalamos los libros. Siempre tendremos un lugar para esta literatura.

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