La esperanza de don Rubén González no pudo estar en mejores piernas. Reconocido por su incansable espíritu para la formación de equipos de futbol en Alajuelita, siempre soñó con que alguno de sus pupilos llegara a Primera División.
Aquella mañana de 1992 su sueño se empezaría a cumplir. Con el esfuerzo que conllevaba emprender ese tipo de empresa, había logrado reunir a un grupo de chiquillos de San Felipe e inscribirlos en el campeonato de liga menor del cantón josefino.
Cinco de aquellas “purrujas” eran los hijos de sus hijos, así que se le ocurrió bautizar al naciente equipo como Los Nietos de mi Abuelo. Y fue uno de sus nietos quien, apenas en el primer partido, le dio una de las múltiples alegrías que esos pequeños le depararían desde entonces.
“El primer partido del campeonato fue contra un equipo que se llamaba Abejitas Mayas, en el estadio de Alajuelita, ahí anoté mi primer gol. Fue una jugada que venía por el costado derecho y la bola me quedó en el área, le di con la pierna derecha e increíblemente metí el gol, entró en la esquina derecha del portero”, recuerda Bryan Ruiz.
El zurdito que vestía la camiseta “10” tenía entonces siete años, había aprendido a patear bola desde que era un bebé –de la mano del mismo don Rubén–, y tan acertado debut en las canchas le auguraba un gran futuro como futbolista.
Parte de las cualidades de
“Ganamos varios campeonatos, incluso ante equipos con jugadores de más edad que nosotros. La rivalidad era contra el equipo de un señor que le decían
Lograr que los chiquillos tuvieran lo necesario para jugar era la eterna lucha de don Rubén. La ilusión de verlos lejos de las drogas o la delincuencia lo empujaba a organizar reuniones, hacer rifas y hasta poner dinero de su bolsillo para que pudieran saltar a la cancha.
“Cuando no jugábamos por campeonato, mi abuelito organizaba excursiones. Con él fuimos a jugar a San Ramón, Pérez Zeledón y muchos lugares. Los uniformes siempre los lavaba mi abuelita; era típico ver, entre semana, todas las camisetas secando en el tendedero de su casa”, añade Yendrick.
El primer uniforme del equipo era de camiseta azul con rayas blancas, pantaloneta azul y medias de cualquier color que los niños pudieran conseguir. Algunos jugaban con tenis, pero don Rubén se preocupó siempre de que sus nietos de sangre tuvieran un par de tacos, aunque fueran los más sencillos del mundo.
“Los primeros tacos que tuve me los regaló mi abuelo. Eran negros con anaranjado y tenían taquillos pequeñitos; después descubrimos que eran de béisbol”, cuenta Bryan entre risas.
Pero así como chineaba a sus nietos, también les exigía que corrieran más en la cancha y no le daba temor que jugaran contra niños más grandes. Aunque él mismo reconoce que quizá había algo de ‘argolla’, Bryan fue siempre el número 10 y capitán del equipo. Durante años, su abuelo llevó la cuenta de los goles que anotaba e incluso le hizo una camiseta y le dedicó un partido cuando consiguió el gol 100.
Conforme crecieron sus jugadores, el equipo ascendió de categoría. Pasó de “purrujas” a “mosco” e “infantil”, y cambió su nombre a Asociación Deportiva San Felipe, pero su buena fama no cambió en nada. Incluso durante el tiempo que Magda, la hija de don Rubén, se hizo cargo del equipo, siguieron sumando triunfos.
Con el paso del tiempo, cada uno de los chiquillos siguió el rumbo de su vida. Como buen saprissista, don Rubén llevó a Bryan a hacer una prueba en el club morado, pero ahí no le vieron futuro. Cuando entró al colegio, el joven fue por su cuenta a probar en el Proyecto San José y de ahí dio el salto a Liga Deportiva Alajuelense.
La llegada de Bryan a la Liga cumplió el sueño de don Rubén de ver a un pupilo en la máxima categoría; pero esa fue solo la primera de sus alegrías. La Selección Nacional, el futbol de Bélgica y el título de la liga holandesa pintaron en el rostro del abuelo una sonrisa tan grande como la de aquella mañana en la que su nieto anotó el primer gol.