Extracto del discurso de la Presidenta Laura Chinchilla ante la Organización de Naciones Unidas, en Nueva York, el 2 de abril 2012.
Me honra inaugurar esta conferencia, como presidenta de un país convencido de que el propósito y el sentido del desarrollo no es la simple acumulación de riqueza, sino el logro del bienestar pleno de los seres humanos y la búsqueda de su felicidad. Esta convicción nos ha guiado como nación durante casi dos siglos, y me trae a esta casa de todos los pueblos y países del mundo.
El intercambio de ideas que tendremos en esta conferencia nos ayudará a definir y sistematizar dimensiones más plenas, e indicadores más amplios, sobre el desarrollo humano en su sentido integral.
Desarrollo integral. Ya sea en respuesta a desafíos puntuales, como reflejo de nuestra historia o producto de decantadas reflexiones, mi país siempre ha apostado al concepto y la práctica del desarrollo integral, con visión civilista y profundo respeto por las aspiraciones y derechos de las personas.
En la búsqueda de esos propósitos, nuestro esfuerzo ha sido constante. A lo largo del trayecto hemos tenido contradicciones; también retrocesos. Pero no hemos perdido nuestro norte. Al contrario, lo hemos ampliado en respuesta a nuevas aspiraciones.
En 1870, la educación primaria se convirtió en gratuita y obligatoria, mucho antes que cualquier país de América Latina, que Inglaterra o Estados Unidos de América. Siete años después abolimos la pena de muerte, como gesto de compromiso permanente con el respeto a la vida de todos los seres humanos. En 1942 establecimos nuestro régimen de seguridad social, que brinda acceso a la salud a toda la población, incluidos los inmigrantes. Gracias a esa temprana inversión en capital humano, que hemos sellado con el compromiso constitucional de dedicar el 8% de nuestro producto interno bruto al financiamiento de la educación pública, somos capaces de atraer inversión en los sectores más sofisticados de la producción; además, nos hemos convertido en el mayor exportador de tecnología de la región y uno de los países en desarrollo más aventajados en innovación.
En 1948 decidimos consolidar lo mejor de nuestros valores cívicos, y abolimos las fuerzas armadas. Optamos por resolver nuestras disputas por la vía de las urnas, no de las armas; decidimos invertir en escuelas y maestros, no en cuarteles y soldados. Esta trayectoria ininterrumpida nos convirtió en la democracia más estable y antigua de América Latina.
En 1970, mucho antes de que el mundo intuyera los riesgos del cambio climático, creamos una red de parques nacionales que brinda especial protección a cerca de un 30% de nuestro territorio. Como resultado de estos esfuerzos, hoy somos el quinto país en el mundo que más protege el medioambiente, y aspiramos a convertirnos en uno de los primeros países carbono- neutral del planeta.
Ciertamente, tenemos pendientes enormes desafíos en todas las áreas del desarrollo. Pero no cejamos en los afanes por superarlos, con apego a nuestros valores.
En este esfuerzo constante por la superación, esperamos que la comunidad internacional no nos abandone. La estrechez que ha imperado para medir el desarrollo, fundamentalmente en términos de ingreso, ha hecho que los países considerados de renta media dejen de ser partícipes de los principales flujos de cooperación internacional. Es esta una mala señal porque penaliza a varias naciones que han hecho su tarea con responsabilidad, tesón y transparencia.
Costa Rica es hoy, ciertamente, un país de ingreso medio con altos índices de desarrollo humano. Pero, como muchos otros en esta categoría, aún necesitamos el acompañamiento internacional para consolidar nuestro desarrollo. Este acompañamiento es más necesario si tomamos en cuenta que muchas de [nuestras] vulnerabilidades se acentúan porque las grandes naciones desarrolladas no cumplen a cabalidad con sus obligaciones globales. Por ejemplo, mientras no se consiga un compromiso decidido y vinculante de los mayores emisores de carbono frente al cambio climático, países como Costa Rica, situados en la franja tropical, seguiremos pagando un alto costo por el impacto del calentamiento global, ya sea en la forma de huracanes, inundaciones o prolongadas sequías.
Cambios de paradigma. Por ello, constituye ésta una ocasión propicia para hacer una vez más conciencia sobre la necesidad de que las naciones de renta media y baja, así como la comunidad global en general, articulemos mejor nuestras acciones para impulsar cambios de paradigmas en materia de desarrollo y cooperación internacional.
Cuando, en 2009, la New Economics Foundation, del Reino Unido, otorgó a Costa Rica el primer lugar en su “Índice de felicidad planetaria”, nuestra reacción colectiva fue de perplejidad, incluso sorpresa. Los costarricenses tenemos un acendrado espíritu autocrítico. Conocemos nuestras limitaciones, estamos conscientes de nuestros problemas y, como gentes libres que somos, carecemos de una definición común de felicidad. Pero la clasificación activó útiles introspecciones analíticas y discusiones públicas.
El “Informe sobre la felicidad mundial”, o “World Hapiness Report”, recién divulgado y editado por los profesores Jeffry Sachs, John Helliwell y Richard Layar, aporta más profundos abordajes de investigación y más decantadas herramientas metodológicas sobre la materia. En ese informe, de nuevo, nuestro país muestra resultados en extremo positivos.
Gracias a este tipo de aportes, hoy los costarricenses somos aún más conscientes de que la esencia de nuestro bienestar, así como el de cualquier otro pueblo, se nutre de una dinámica y delicada interacción entre múltiples factores: económicos, sociales, culturales, ambientales y espirituales.
La búsqueda del bienestar también nos obliga a un adecuado balance entre aspiraciones y logros; entre el yo y el nosotros; entre lo público y privado; lo institucional y espontáneo; los impulsos y los límites; las tradiciones y la innovación; la libertad y la responsabilidad.
Tanto las sociedades, como los seres humanos y la naturaleza, somos sistemas complejos, necesitados de equilibrios para subsistir y mejorar.
A partir de estas nociones, los invito a reflexionar, al menos, sobre dos grandes ejes temáticos:
El primero, cuáles pueden ser las mejores rutas para impulsar el desarrollo integral, desde un enfoque holístico, que nos acerque lo más posible al bienestar, en armonía con nuestros semejantes y nuestro entorno.
El segundo, cómo avanzar en la construcción de modelos metodológicos que permitan sistematizar las buenas prácticas, explorar resultados y desarrollar adecuadas mediciones sobre los grados de bienestar.
Hace pocos días, el secretario general, Ban Ki-Moon, nos recordó que “pensar solo en términos de crecimiento cuantitativo, tal como lo mide el producto interno bruto, no es adecuado”. Sin duda, está en lo correcto.
La felicidad es un sentimiento que anida en cada persona, y cada una la conceptúa de manera distinta. Hay muchos caminos para llegar a ella. Pero si algo nos dice la historia colectiva del mundo, es que esos caminos pasan por el respeto a la dignidad y por la creación de oportunidades para buscar, libremente, nuestra realización plena y armónica, como parte de entornos naturales y sociales.
Coincido con Amartya Sen en que las libertades “no son solo los principales propósitos del desarrollo, sino también uno de sus principales medios”. Pero, esencial como es, no basta con la libertad. Desde ella deben surgir decisiones ilustradas y legítimas, que generen condiciones propicias para un bienestar pleno y que nos permitan acercarnos, con autonomía, a la felicidad.
Conceptualizar, sistematizar, echar a andar y medir procesos tan complejos y resultados tan elusivos, es una tarea de extrema complejidad técnica; también, de valentía política, porque expone a los gobernantes a nuevos focos para evaluar nuestro desempeño y rendir cuentas. La valentía es necesaria. El esfuerzo vale la pena.
La creación del Índice de Desarrollo Humano por parte del PNUD, constituyó un avance esencial en esa tarea. Veinte años después, se mantiene vivo y relevante. Han surgido otros índices, con afán de mayor amplitud. De ellos forman parte el “Índice planetario de felicidad” y el “Informe sobre la felicidad mundial”, a los que ya me referí. En estos esfuerzos se inscribe, también, la instrucción girada por el Gobierno británico a su Oficina Nacional de Estadísticas, para que comience a medir el bienestar del Reino Unido.
Pero la iniciativa más global, aquella que ha sido acogida unánimemente por las Naciones Unidas, es la emprendida por Bhután. Gracias a ella estamos reunidos en esta casa de todos los pueblos, y a partir de hoy seremos actores de su evolución.
Me complace acompañarlos en esta tarea. Lo haremos con compromiso, convicción y esperanza.