Al revisar la galería de autores del ocultismo del siglo XIX en Europa y América, sin duda uno de los nombres más importantes es el de la rusa Helena Petrovna Blavatsky, más conocida como Madame Blavatsky, epíteto que implicaba para sus contemporáneos en parte un reconocimiento de su estatuto social de origen –vinculado con cierta aristocracia rusa y alemana– y un uso social de señalamiento como sujeto extraño vinculado con la magia, la clarividencia y el espiritismo.
Ciertas damas intelectuales y promotoras de salones literarios podían ser nombradas así; por ejemplo, Madame de Staël o Madame de Sevigné. En este perfil cae Blavatsky, como matrona de tertulias literario-esotéricas, por lo menos durante sus últimos años en Nueva York en los setenta del siglo XIX, antes de partir a la India.
Nuevas perspectivas. Aparte de escribir sus libros y artículos, Blavatsky fundó una organización de estudiosos, la Sociedad Teosófica, que todavía hoy, poco más de siglo y cuarto después de su fundación, sigue viva en muchos países –incluido Costa Rica–, no con la pujanza de sus primeras décadas, por supuesto, aunque sí resistiéndose a la extinción, como pasara con tantos grupos y logias de tipo ocultista que quedaron en el camino a lo largo del siglo XX.
A fines de ese siglo, con la perestroika , se vivió incluso una situación inédita: la reapropiación rusa de Blavatsky, pues con la llegada del comunismo su nombre y su filosofía habían sido proscritos. Con Gorbachov, Blavatsky volvió a su patria un siglo después de muerta, con gran éxito en el público lector.
También en los medios académicos se ha ido produciendo una nueva lectura de Blavatsky y su teosofía, que pasó del desprecio y la descalificación de autores como Mircea Eliade y Gershom Scholem (a veces sin conocer bien sus libros y más bien espantados por el exótico personaje, o bien influidos por el adverso René Guénon), a una reciente revaloración en el último cuarto de siglo de su lugar en la cultura y en la religiosidad modernas.
Esta reaparición no se ha dado de una manera militante, sino desde la distancia crítica de la universidad, sobre todo en el ámbito de expresión inglesa, que fue el mundo donde más influyó la autora, puesto que, a la hora de sentarse a escribir sus grandes obras doctrinales, eligió visionariamente el inglés como idioma, y no el francés, que le hubiera resultado más fácil, pues lo hablaba y lo escribía a la perfección, lo que no le pasaba con el inglés.
Razones del asombro. Ahora bien, ¿por qué sobresale Blavatsky entre sus colegas mágicos del XIX? Entre otras cosas, por la vastedad cultural y mitológica de sus planteamientos –que van más allá de las corrientes mediterráneas y occidentales hasta entonces considera-das–, algunos de procedencia hindú y budista (no obstante, el esquema general de interpretación sigue siendo occidental, de tipo neoplatónico), todo esto en una síntesis que ella denominó “teosófica”.
También sobresale por lograr una sistematización de diversas doctrinas con trasfondo mítico y metafísico, en una dirección moderna y racionalizante, que hasta ahora se mantiene insuperada en magnitud y detalle en el campo ocultista.
A fines del siglo XIX y principios del XX, los campos artísticos, literarios e intelectuales de Europa y América recibieron su influencia en diversos grados: en literatura, escritores como Yeats, Joyce y Lawrence, en el ámbito inglés, o Darío, Lugones y Tablada, en el medio hispanoamericano, o Brenes Mesén, Fernández Guell y “Apaikán” (María de Tinoco), en Costa Rica; en las artes plásticas, artistas como Kandinsky, Mondrian y Klee; en la música, Sibelius, Scriabin y Satie.
En este sentido, puede verse no sólo un vínculo entre teosofía y estética finisecular del XIX (como simbolismo, decadencia, hispanomodernismo) sino también entre teosofía y vanguardia artística, esto es, entre teosofía y modernidad literaria.
Gusto por lo popular y lo fantástico. Blavatsky o, mejor, Helena, fue una infante rebelde que muy pronto mostró preferencia por lo popular y folclórico, por los cuentos de espantos de los sirvientes, como lo señala su tía en una carta. De adulta siguió manteniendo esta inclinación por lo popular.
Desarrolló un notable gusto por la lectura, alimentada por la biblioteca de uno de sus abuelos. Debido a su educación como mujer de clase alta, frecuentó la lectura literaria tanto de autores rusos (Gogol, Dostoievski, a quien traduciría al inglés) como de otras partes, por ejemplo Hoffmann y Poe, modelos claros en sus posteriores incursiones en la escritura fantástica.
A partir del momento en que abandona a su marido, Nicéforo Blavatsky, Helena (quien curiosamente mantuvo el apellido de su marido y se volvió famosa con él) se desarrollará por poco más de dos décadas en un medio bohemio e incierto de música, teatro y espiritismo, en plena etapa de viajera por diversos países europeos, americanos, asiáticos y africanos, hasta que se asienta por unos años en Nueva York, ya cuarentona.
En la escritura total de Blavatsky puede distinguirse su obra doctrinal, que es de donde saltó al conocimiento público, con los títulos que la volvieron famosa, como Isis sin velo (1877) o La Doctrina Secreta (1888), que exponen su propuesta filosófica y religiosa y que, a la manera del romanticismo de su época, incluyen magia y ocultismo europeos y orientales.
Luego está toda su abundantísima labor de artículos de doctrina y polémica, de distinta extensión, para revistas y periódicos.
La tercera parte está formada por su amplia correspondencia (y aquí se podrían incluir –según los escépticos– las célebres Cartas de los Mahatmas , de sus supuestos maestros asiáticos).
Narradora de lo extraño. El último componente de la obra de Blavatsky es el literario y, a diferencia de las partes doctrinal, articulística y epistolar, buena parte de él está escrito en ruso. Se trata de un notable volumen de narraciones fantásticas en inglés ( Cuentos de pesadilla ) y dos títulos en ruso de crónica viajera por la India: Por las grutas y selvas del Indostán , y El pueblo de las Montañas Azules , textos en los que la autora, sin abandonar del todo el objetivo doctrinal, se abandona a la narración literaria y se da la oportunidad de trabajar en un registro de escritura mucho más libre del usual.
De esos tres libros “literarios” de Blavastky, sin duda el más importante es Por las cuevas y selvas del Indostán , una serie de “cartas” o artículos dados por entregas entre 1879 y 1884 en dos publicaciones rusas, Crónica de Moscú y El mensajero ruso . Desde el punto de vista de la literatura fantástica, sus Cuentos de pesadilla constituyen una gran aportación.
El último libro literario de Blavastky también entra en la categoría de crónica viajera, El pueblo de las Montañas Azules . Aquí se trata de la narración del viaje a la tierra de dos pueblos exóticos de la India, casi legendarios, los toddes y los kurumbes, por lo que se presenta con un cierto distanciamiento antropológico.
Más allá de los asuntos doctrinales e históricos, hay un aspecto literario digno de interés en la obra blavatskiana , pues no toda fue doctrinal y polémica, ya que tuvo su cuota de literatura fantástica y de crónica viajera.
En los últimos años se han reeditado sus cuentos en colecciones de literatura fantástica y en antologías en España. Así que, más allá de sus penumbrosos libros doctrinales, están esas narraciones de viaje y esos cuentos extraños esperando al lector curioso de aventuras y misterios.