EL QUE BUSCA, encuentra. Eso fue lo que pensamos después de recorrer exactamente 10 kilómetros y 300 metros, a partir de los Tribunales de Justicia de Alajuela. Cuando finalmente, llegamos a Sui Generis, nada era como lo habíamos imaginado.
Bordeado de cafetales hasta donde alcanza la vista, el paisaje que domina el lugar es un abismo de valles, cordilleras, nubes y árboles. Todos los verdes se mezclan sin prisa y, bajo la luz del atardecer, la única silueta azul es la del remoto Tapezco.
No hacía demasiado frío, pero los vientos nocturnos empezaban a soplar en dirección al campo y la acogedora casa de Sui Generis, rodeado de enormes ventanales, muy pronto se vería arrastrada por una marea de grillos y luces distantes.
Sin paredes interiores, el local dejó todo el espacio a las mesas, los almohadones y los tapices. Dominan la madera y el cemento y, de hecho, las mesas para comer o beber son unas considerables rodajas de tronco pulido, sobre las que descansan velas blancas.
La decoración interna está hecha de retazos de intereses diversos y en ningún rincón falta el color: hay cuadros, móviles, vitrales, botellas, tallas, libros, máscaras y fotografías. La cafetería y el bar tienen cada uno su propia barra, también de madera.
Un pequeño tablado, casi a la altura del piso, ocupa el centro del salón. Ahí van a parar los trovadores o los grupos de teatro -cuando se presentan- o los bailarines ocasionales, dispuestos a moverse con cualquier cosa -bailable o no-, pues la especialidad de Sui Generis no es precisamente el relajo de la salsa ni el rock pesado.
"La idea era tener un lugar alternativo", comenta Julio Rojas, su propietario. "Es un lugar para conversar y compartir; donde ponemos rock en español o música africana y oriental. Es un lugar para una audiencia un poco más madura".
En noches o tardes calurosas, los dos grandes ventanales que hay tras el tablado se abren para recibir de lleno el aire y así la cerveza tarda menos en calentarse.
Colores naturales
Este año, el negocio cumplirá un año de haber irrumpido en la vida de las montañas de San Isidro de Alajuela, aunque su llegada no parece haber maltratado a la Naturaleza.
Además de mil tazas de café, la cafetería le permite a los visitantes disfrutar de los alrededores antes de que se ponga el sol. Árboles de macadamia, mango, guayaba y limón son algunas figuras de entretenimiento, sin contar con el buen augurio de las diminutas gallinas jardineras que saltan por el zacate o los arbustos de yerbabuena, orégano y tomillo, que alguien tuvo la delicadeza de sembrar al alcance de la mano.
En las tardes luminosas, las mesas de plástico se multiplican bajo los árboles y no hace falta un gran despliegue de fuerzas para pasar un buen rato de ocio. Los amigos del café también satisfacen sin complicaciones: croissants, sándwichs, bagels y alfajores están listos a todas horas.
El horario del bar, exclusivo de las horas tardías, se presta para ver el atardecer e incluso las sorprendentes lluvias de meteoritos. Cuando el cielo está despejado, cualquier estrella luce como un espectáculo.
Aunque no es un restaurante en sentido estricto, el menú nocturno de Sui Generis también pensó en acomodarse al hambre repentina de quienes lo visiten, inclinándose por la comida con un toque oriental, con especialidades como hummus o falafel. El toque mediterráneo lo pone el aceite de oliva, que es el único llamado cuando la situación lo amerita.