Justo cuando cumplía los 70 años, la edad se le vino encima. Entonces, su longeva existencia pareció ser el menor de los problemas: dada la gravedad del diagnóstico, si no se le aplicaba una intervención urgente, el futuro era completamente sombrío, un colapso cantado.
La caja de los truenos reveló arterioesclerosis de burocracia, tumores de corrupción y parálisis de política, dentro de un etcétera de padecimientos, malestares y achaques... con cojera de dinero incluida, piedra angular del desesperante panorama.
Resulta que lo que tiene no le alcanza, su bolsillo está descosido y sus bienes son de un difunto: quien pasa, se sirve sin distingo de clase social.
A la sorpresa (¿cómo diantres se llegó a tal estado?) se le unió el espanto (¿cómo se viviría sin ella?).
La indignación aparecería poquito después, con la consabida demanda de buscar culpables para hoy, pedir soluciones para ayer y echarlas a andar para mañana.
Pasarse la bola es un arte consumado en este país, una suerte de Fuenteovejuna al revés: nadie da el paso al frente y todos proponen el ajuste de faja... siempre y cuando sea la faja del vecino.
Como si fuese el juego infantil del “yo no fui”, se rechazaron cargos, se señalaron pajas en ojos ajenos y se ventilaron miserias propias.
La edad parecía el menor de sus males...
Hipertrofiada de jefaturas y feudos, anquilosada en la toma de decisiones y plagada de amiguismos, su deterioro ha sido paulatino, sostenido y, lo peor de todo, seguro: porque gota a gota, se horada una piedra.
Claro que hubo advertencias, tanto en publicaciones periodísticas como de voces que se oían desde dentro; mas la diligencia para atenderlas fue, cuando menos, pobre y tardía.
Desde las alturas, no pocas veces, esas fueron descalificadas como si fuesen insidiosas, malintencionadas, poco informadas, manipuladas y sujetas a determinados intereses (por cierto, nunca son identificados, pero cómo ayudan a desviar la atención).
El tiempo, según lo enseña el ideario popular, todo lo cura y todo lo pone en su justo lugar: las advertencias no estaban para nada desencaminadas... tristemente.
Como enseña el costarrican way of life, las cosas se hacen de última hora o se hacen hasta que venga alguien de fuera a indicar con “pelos y señales” lo que todo el mundo sabe y nadie resuelve por desidia, pasmo, omisión o incompetencia.
El informe de la Organización Panamericana de la Salud tuvo el enorme “mérito” de que, por fin, se hablara del “elefante en la habitación” (según sentencia un refrán en idioma inglés).
Justo por el lado de la billetera, la vida se le iba, no de “ a poquitos” , sino de “a pocotes”: el calamitoso estado de sus finanzas tenía categoría de estado de coma, destino de colapso y pronóstico de desastre.
El derroche de los últimos cinco años pasó la factura, igual que pasa con los excesos de la juventud, cobrados con intereses en la madurez.
En ese lustro, las plazas crecieron, crecieron, crecieron, crecieron y los
Algo también aumentó durante estos cinco infames años: las listas de espera de pacientes.
Si hablamos de números redondos, diremos que son 400.000 las personas que hacen ejercicio de paciencia franciscana: nada más y nada menos que el 10% de la población espera, espera, espera...
En otras palabras, el treponazo de burocracia y los sueldos no redundó en el beneficio de los asegurados, razón de ser y fin último de la institución septuagenaria.
Más allá de toda duda razonable, la gente de a pie era la principal perjudicada.
Si de película de terror era la situación financiera actual, la pronosticada para un día cualquiera del 2015 era espantosa y para poner candados: se proyectaba, nada más y nada menos, un espeluznante déficit de ¢313.909 millones.
Eduardo Doryan es (¿acaso sería más apropiado decir ‘fue’?) un comodín de cargos políticos, capaz de asumir cualquier alto puesto que se le asignara en un gobierno de Liberación; una labor –solía decir– que hacía con gusto y mayor sacrificio.
Así como mudó sus jóvenes ideas de izquierda, Doryan pasó con la misma facilidad por altos puestos; ahora le tocaba el ICE y, más adelante, según oráculos políticos, una candidatura presidencial; pero...
Los dardos se dirigieron hacia Doryan y su gestión, pues fue justamente en su período cuando las plazas y los salarios se salieron de madre.
Al ingeniero le cayeron, literalmente, de todos lados y sectores, pues los serios problemas del lustro 2005-2010 estudiados y revelados por la OPS sucedieron durante su administración.
Entonces, expresó dos cosas que parecen inauditas en un político costarricense: una, renunció a un altísimo cargo en el Gobierno; otra, prometió dar explicaciones claras.
Cumplió al marcharse para la casa, pero hasta el momento no volvió a dar declaraciones, por lo que la segunda parte de su promesa está pendiente.
Se mantuvo, eso sí, fiel al discurso de salida del típico político costarricense: se declaró totalmente tranquilo. De hecho, la noche del difícil día de su renuncia, se fue a cenar a un restaurante...
En todo caso, el ingeniero Doryan no fue el único caído en el socollón del 2011.
María Luisa Ávila, ministra de Salud, se percató de que la puerta era tan ancha para entrar como para salir cuando le negaron la posibilidad de intervenir en la crisis. Por cierto, su retiro supuso un acto inédito: es la única baja del gabinete por renuncia y no por “cumplir un ciclo” (el usual eufemismo zapotiano para las despedidas prematuras).
Al final de cuentas, fueron necesarios cinco acomodos en el gabinete y los despachos de autónomas para ajustar las idas y venidas.
El “meneón” alcanzó grado seis: a todos los gerentes se les pidió la renuncia y cinco de seis fueron aceptadas. Del filtro purificador solo se salvó la gerente de Infraestructura y Tecnologías.
Si de caídos se trata, hay que hablar de los sindicatos: convocaron a huelga justo cuando se revelaba la gravedad de la situación financiera y la pésima gestión administrativa.
Las reivindicaciones –sobre todo, la exigencia del pago completo de las incapacidades– fueron tachadas de abusivas, el movimiento fue impopular y quedó como un intento por no perder los odiosos privilegios.
Al final, se fueron con las manos vacías y con la imagen muy deteriorada, pese a que, sobre la marcha, cambiaron el discurso y declararon que la idea, desde el mero inicio, era defender la seguridad social.
Ante el estado de coma de la paciente, la pregunta es recurrente: ¿cómo llegó a quedar postrada? ¿Por qué nadie advertía lo que iba a suceder? ¿Por qué nadie escuchó?
Se suponía que estaba mal, pero lo que no se sabía era que estuviese tan mal. Literalmente, fue esquilmada por muchos de quienes debían cuidar de sus bienes y operaciones.
En arca abierta hasta el justo peca, dice el refranero popular. La paciente vivió en caja propia tal enseñanza.
La “manga ancha” aparece casi que en cualquier cosa: en el doctor que jugaba con dos camisetas en los tratamientos contra el cáncer; las calculadas incapacidades que se hacen los fines de semana largos de cientos y cientos de empleados de la institución; el despilfarro de recursos que representa esa licencia laboral (que es un derecho) utilizada abusivamente; las listas de espera, y tomar del cogote a los asegurados (su razón de ser) para negociar pluses salariales y vacaciones. De hecho, esta práctica tan usual fue revivida el mes pasado, con la huelga de médicos anestesiólogos, la cual, al cierre de edición (1º. de diciembre) todavía seguía en pie.
Existe un largo etcétera de amargos ejemplos. A la paciente que se debate ahora en estado de coma, el Gobierno le debe plata y sus bienes se convirtieron en un apetecido botín político. De vez en cuando, las cosas cambian, como sucedió con la sangría de las incapacidades.
Cuando los encargados de la entidad decidieron seguir la ley –a pesar de la lucha para mantener el
En junio hubo 13.426; en julio se presentaron 8.017. Para ponerlo en números absolutos, 5.409 incapacidades menos, y, para decirlo en porcentajes, una disminución del 40%. Para testificarlo en dinero, se estima que, a este mes, se habrán ahorrado, nada menos que ¡¢21 mil millones!
A los 70 años de edad, los calendarios se le vinieron encima a la ahora paciente. Entre tantas calamidades, los amigos le jugaron una mala pasada: las redes de favores de unos con otros se le extendieron como una metástasis y la tomaron... tal si fuese un feudo. “La gente le debe demasiado a otra gente que le debe demasiado a otra gente”, fueron las palabras contundentes, a modo de diagnóstico, de una de las encargadas de atender a la longeva enferma, hoy en coma.
Carmen Lyra aparece en los nuevos billetes de ¢20.000. No deja de ser una curiosa (o irónica) manera de revindicar a una escritora comunista: su rostro en el segundo billete de más alta denominación.
Ella debió partir de Costa Rica por el triunfo del Movimiento de Liberación Nacional en la guerra civil de 1948 y por su condición de comunista.
Solo regresó a Costa Rica como cadáver, pues moriría en 1949 durante su exilio en México. Está sepultada en el Cementerio General.
Parte de su legado de escritora son los entrañables Cuentos de mi tía Panchita, un compendio de cuentos infantiles de los que la cultura tica se apropió como parte innegable de su acervo.
La escritora dejó, también, una carta en la que plantea dudas sobre la condición de la Caja Costarricense de Seguro Social.
La misiva fue dirigida a Manuel Mora, a la sazón secretario general del Partido Vanguardia Popular (PVP).
En la carta, Carmen Lyra recuerda que la institución es una conquista de los trabajadores y no una graciosa concesión de los sectores pudientes. Ahí plantea cosas que parecen escritas hace unos días y no 65 años atrás, tal es la actualidad de la queja: falta de mística y ausencia de voluntad para darle lo mejor a la gente de a pie.
“Mucho ha costado a los trabajadores organizados el Seguro Social para que vayan a permitir que unos cuantos comodidosos lo conviertan en una pila de agua bendita”. En esas precisas líneas, escritas por María Isabel Carvajal (Carmen Lyra) hace más de seis decenios, radica el gran reto que enfrenta hoy la Caja