EN MITAD DEL escenario, Alejandro Cardona es la versión angélica de Jack El Destripador: negro cerrado de pies a cabeza, sombrero de ala ancha, fajas de plata en todos los dedos y una guitarra anclada al pecho. Pensándolo mejor, el líder de Calacas es como un Pedro Navaja recién salido de algún conservatorio, con talento para la música clásica pero con vocación para todo lo demás.
Cardona canta pero más bien declama, con la cara oculta debajo de la sombra. Las canciones que interpreta son crónicas de una guerra invisible que él y sus compañeros reconstruyen con las puntadas del bajo y la batería. Hay una atmósfera de alta tensión, porque el blues es un silencio que no se puede quedar callado.
Una voz femenina se relame de gusto mientras canta, antes de huir por las azoteas. No podía ser de otro modo: las historias de Calacas son poemas dejados a la intemperie de la vida, donde la vida misma encuentra refugio. Mala vida con calidad de exportación: callejones, pandillas, besos, madrigueras, botes de pintura, estaciones del metro y estampillas milagrosas; todo un fresco latinoamericano en acordes sencillos.
La voz de Rocío Moreira fue la última en integrarse al grupo y eso no solo les ha dado un nuevo cuerpo, sino un nuevo aliento. Convertidos en cuarteto, los bluseros se sienten más completos. "¿Necesitaban una voz femenina?" "Necesitábamos una voz", responde Cardona, seguro de que su propia garganta nunca ha sido un gran acontecimiento musical.
Calacas Blues es una realidad más o menos estable desde hace más o menos seis años, cuando Cardona, junto al bajista Randolph Jiménez y al baterista Gerardo Mora, comenzaron a montar, recrear y recopilar blues tradicional y contemporáneo, pero con sello propio. Aunque comenzaron como casi todo el mundo -rondando por ahí- nunca fueron una banda de "matachivos", como se le dice a los grupos que tocan lo que sea, a todas horas y nunca por placer.
Entre un proyecto y otro, todos los integrantes de Calacas han cruzado los diversos territorios de la música, por eso, si todas las notas suenan curtidas, es porque se parecen a sus dueños. Los instrumentos tienen años de estar en escena, de la mano de sus ejecutantes, quienes saben de premios (Cardona acaba de ganar un premio nacional, compartido, como compositor), popularidades (Mora ha integrado millones de grupos) e intensidades (Jiménez es hombre clave del jazz local). Moreira se unió al grupo a finales del año pasado y los méritos le vienen desde adentro: es autodidacta.
El sabor de la pelona
"Lo que hacemos es un blues urbano latinoamericano", dice Cardona, antes o después de esconderse detrás del sombrero, tratando de sintetizar. Con acento de mexicano pasteurizado por la cultura local, asegura que su rollo es muy serio y que, de hecho, las rolas que se echan son bastante gruesas, "muy políticas y muy sociales".
"Es serio porque todos somos músicos profesionales; no solo somos fiebres: todos tenemos un chorro de años de estar haciendo esto", afirma, más pasteurizado que nunca.
Algunas de las canciones que interpretan están tan manoseadas que llegan a ser otras: lo que nació como una dulce melodía del folclor latinoamericano puede terminar recogiendo algodón a orillas del Mississippi. Es normal que así sea porque si no, no sería blues.
"En el blues es totalmente normal y aceptable recrear las canciones de otros, al igual que en el jazz", explica Cardona, como anticipo de la declaración que se avecina.
"Tocamos blues instrumental, blues tradicional adaptado al español -ya sea traduciendo las letras o cambiándolas totalmente-, blues original de nosotros y luego rolas más tradicionales que no eran de blues, pero que las hemos convertido, sobre todo porque su temática se prestaba mucho al género". Solo Dios sabe lo mucho que experimentan y lo bien que les queda.
A la parte estrictamente instrumental e interpretativa, que evidencia lo que ya los años habían probado, se suman la ironía y sensualidad de las letras, casi siempre habitadas por personajes que atraviesan la vida en diminutivo. La mujer de las rejas, Aquella calle y Parias Blues figuran en la lista.
Para Cardona, el blues pertenece a esa categoría de cosas que no se pueden adulterar. "Cuando alguien finge el blues, uno lo nota al tiro. En el escenario, te deschingas y te chingas". Buen ejemplo. ¿Quién podría fingir un striptease? En ese estado de ánimo, como de herida que duele y no se siente, el blues es para el músico una forma de hacer homenaje a los maestros, así como afirmar la pertenencia a una tradición.
No hay paradoja entre este constante revival y el nombre del grupo, que está de muerte. "Calacas suena bonito", dice Cardona. "Es como la música que está por debajo de la piel&...; no hay mucha explicación sociológica", comenta sin mucho desvelo, seguro de que todo el mundo sabe que en México, a la muerte le dicen Calaca. Desde algún lugar que no podemos ver, ella nos mira con la sonrisa velada pero sin soltar el hueso.