Estoy angustiada por mis hijos. El menor va asustado al colegio, la mediana siente que nadie la quiere y el mayor parece un chico electrónico. Marcela
Mamás de 24 horas y para siempre, celebremos hoy un día especial. ¡Felicidades! Decían los abuelos que cada hijo al nacer traía “un bollo de pan bajo el brazo” y, antes del ultrasonido, “la sorpresa de su sexo debajo del ombligo”. Lo que sí puedo asegurar es que ninguno trae consigo un manual de instrucciones y que es la universidad de la vida la que nos forma como madres para enfrentar un futuro incierto que, para colmo, cambia a velocidad ultrasónica. Nunca ha sido fácil ser mamá o papá pero ahora es una experiencia tan extraordinaria como el Internet, los juegos electrónicos o el celular.
Se requiere un esfuerzo adicional para modernizarse, para comprender las nuevas maneras de comunicación, para aceptar que los niños nos pueden enseñar, que los adolescentes están en otra frecuencia. Los jóvenes de todas las épocas son susceptibles a las modas, se sienten discriminados por los “populares” de la clase, se “enconchan”, aman las novedades, quieren participar con lo último de la tecnología y expresan sus emociones con intensidad. La nostalgia de que “en el pasado todo fue mejor” o de que “en la casa de fulano eso no ocurre” puede servir para consolarnos, pero aporta poca cosa. La mejor estrategia es la del acercamiento, la de la comunicación a través de un diálogo abierto donde, en el caso del adulto, la escucha predomine sobre el habla, la pregunta sobre la respuesta, el abrazo sobre la racionalidad. Por lo que usted cuenta, sus hijos y su hija le están respondiendo a un contexto difícil que, normalmente, les ayudará a crecer y ser mejores.
El problema real lo tienen las madres indiferentes que dejan a sus hijos en indefensión. Nosotras, las afectuosas y apasionadas –aunque nos equivoquemos muchas veces– los acompañamos en el camino de sus vidas. Y una madre que se preocupa, como usted, está entre las segundas, no me cabe duda.