Sucede al mismo tiempo: la jubilación de Jerry Black de su trabajo como detective y la aparición del cadáver de una niña violada en un bosque cercano. El veterano policía es escogido para avisarle a la familia de la niña y, allí mismo, Jerry se compromete a encontrar al asesino. Es un juramento que él hace por la salvación de su alma y que se convierte en su código de honor. A partir de ahí se estructura el argumento de la película Asesino oculto.
Dicho filme viene dirigido por Sean Penn, más conocido como actor, quien realiza así su tercer largometraje, para lo que toma como base una novela del escritor suizo Friedrich Dürrenmatt, relato que ya conociera de una versión anterior en 1958: El cebo, dirigida por Ladislao Vajda (con la participación del novelista en el guion).
Lo que sucede con el detective Jerry Black, y que describe muy bien el filme, es que él nunca se da por satisfecho con las explicaciones últimas de la policía sobre el caso de la niña, y con tal de encontrar al asesino no duda en poner como carnada a la hija de Lori, mujer con la que establece una renovada relación de pareja. Sí: su promesa se convierte en infatigable obsesión.
El final de esa actitud de Jerry (y de la película) es tan sorpresivo como poco complaciente, más allá de cualquier sospecha por parte del espectador (por lo tanto, imposible de ser reseñado en un comentario como este). Es el final de una historia extraña con un personaje emocionalmente confuso.
Ante un personaje así, que es más bien un perdedor, el filme cuenta con la brillante interpretación del actor Jack Nicholson, muy por encima de sus actuaciones anteriores, lejos de sus acostumbrados excesos y guiños histriónicos (sobreactuaciones). A Nicholson lo secunda bien la actriz Robin Wright Penn.
Aunque se trata de una película hecha con cuidado escénico, a Asesino oculto le falta más intensidad en su ritmo y más emoción: se aleja de sí misma, pero bien vale el boleto.