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Códigos de guerra

El género bélico se llena de adrenalina en el cine, con un filme que mezcla cultura indígena con caos militar: Códigos de guerra

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SANGRE EN EL RÍO: esta es una breve imagen, donde vemos cómo la paz en las aguas de un río se va tiñendo de sangre, cómo aparece el cuerpo de un soldado muerto y cómo la quietud natural es interrumpida por los gritos de los hombres y de las armas en guerra. Es el inicio de la película Códigos de guerra (2002), otra más que nos llega dentro del cine bélico.

Luego de esa secuencia inicial, sucedida en las islas Salomón, en 1943, el relato nos pone en el centro de los acontecimientos: estamos en la crueldad de la guerra entre los Estados Unidos y Japón. Pronto veremos que los mensajes militares son estratégicos, por lo que el ejército estadounidense recluta a indígenas navajos para que empleen su idioma en comunicados de guerra y evitar, así, que los japoneses los descifren.

Estos nativos indios serán de gran importancia en los feroces combates en la isla de Saipan, en 1944. Ellos se convierten en imprescindibles medios de comunicación, son traductores de códigos de guerra: oradores del viento (en la mejor expresión navaja) para la comunicación militar.

Para protegerlos, los altos mandos militares les asignan soldados que les sirvan de guardaespaldas. Estos soldados tienen una orden superior e ingrata: proteger el código a toda costa, por lo que no deben permitir que los navajos caigan prisioneros de los japoneses, aunque -para ello- deban matar al compañero indígena.

De ahí en adelante, el filme va adentrándose en la dureza de la guerra y, además, en las conflictivas relaciones interpersonales que surgen entre los soldados de los Estados Unidos (entre blancos racistas y navajos, por un lado; entre soldados cuidadores e indios portadores de códigos, por otro). Es el meollo del drama.

Para narrar su historia, la película cuenta con el estilo propio de su director John Woo, realizador nacido en China (en 1948), que hizo cine en Hong Kong y que -ahora, con Códigos de guerra- hace su quinta película en la industria de Hollywood. Ciertamente, John Woo sabe meterles adrenalina a las extensas secuencias de guerra, batallas visualizadas como coreografías del caos y de la violencia.

En ese ritual de la crudeza bélica, por momentos la película cae en el texto patriotero, aunque también respira importantes dosis de humanismo y de alegato antibélico. Es evidente el arte escénico de John Woo, pero no logra ocultar el esquematismo de la historia narrada ni las malas actuaciones de los histriones: Nicolas Cage (pésimo para expresar emociones), Christian Slater (un poco mejor), Adam Beach y Roger Willie (insuficientes, como los indios navajos).

No es la mejor cinta de Woo, dice el crítico argentino Ramiro Villani en la revista Cineísmo, pero tampoco merece el olvido. Cierto.

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