DESDE LA VITRINA del fondo, un rosado, grande y frío pastel de fresas nos hace ojitos; y, debajo de él, uno del mismo tamaño y temperatura (solo que de chocolate) perdió parte de su redondez por el antojo de un comensal; un escalón más abajo hay algo que tiene trozos de melocotón&...; ¿Será mal visto empezar por el postre?
Decidimos retardar los antojos chequeando el menú. En este momento nos percatamos de que, pese a su nombre, la oferta de platillos en Le Petit Café no es pequeña, y el lugar tampoco se limita a ser una cafetería. Es más, sería un desperdicio retirarse sin probar alguna sopa o crema, emparedado o tostada, crepes o quiches, ensaladas o plato del día; y, claro, de postre algo de la repostería.
Iniciamos nuestro recorrido gastronómico con un plato-emblema de la comida francesa: la sopa de cebolla. Pedimos también una crema de hongos y una porción de pan con ajo.
Una conversación pendiente y la tenue música de fondo entretienen la espera. El establecimiento es sobrio, amurallado por ventanales que dan a la calle y recrean una especie de terraza. Dentro, el ambiente es un poco más serio, con mesas de metal y decorados de elegancia tradicional.
Las entradas llegan, y el comienzo tiene buena cara. Ambas son pequeñas y deliciosas, y el pan de ajo hace la combinación perfecta a nuestra primera degustación. La sopa tiene más cara de crema que de sopa, pero esto no le quita méritos: todo lo contrario.
La mesa está repleta de detalles: la servilleta de papel pero estampada, el plato de fondo plateado, la canasta del pan de ajo y la presentación de nuestras entradas.
Para el plato fuerte declinamos los ofrecimientos del día que intentaron atraparnos con un lomito, un pollo al grill, una crepe de camarón y espárragos, o unos camarones.
No pudimos negarnos a la crepe gourmet y al quiche de espárragos. De los dos, no hay más que decir sino halagos. La crepe, delgadita -como debe ser- y recién hecha, envolvía una mezcla tal de pollo y especias en salsa blanca, que de solo recordarla se nos hace agua la boca. El quiche no se le queda atrás: de pasta crujiente y relleno con un equilibrio perfecto entre espárragos y condimentos.
Para el postre ya no hay espacio, pero sí ganas, así que compartimos una dulce y esponjosa tarta de limón junto a un par de cafés.
Años de experiencia
Le Petit Café no es un sitio nuevo; tiene siete años de preparar platos influidos por la cocina francesa gracias a que su dueña, Ingrid Webb, se especializó en gastronomía en la misma Francia.
Webb reconoce que, en un inicio, el sitio abrió con el horizonte puesto en la pastelería, pero, con los años y los gustos de los públicos, el lugar se amplió a ensaladas, sopas, carnes, entre otros platos que les quedan muy bien.
El secreto del buen sabor de los platos está en los ingredientes: todos son originales y naturales: "Aquí no usamos concentrados", afirma Ingrid.
Por esa razón, una sopa de cebolla con tamaño de entrada puede costar ¢1.950. "Es porque las salsas son hechas con verdadero caldo de pollo", asegura la propietaria.
Los otros precios nos parecieron mucho más razonables que el de la sopa. Un almuerzo o cena para dos personas, con entrada, plato fuerte, café y postre, podría costar de ¢10.000 a ¢14.000.
Si lo que usted quiere es tomar café, aquí se puede dar cuatro gustos: hay bocadillos, postres, repostería y una variedad de quince cafés que hacen a cualquiera caer en la tentación.
La única pregunta que nos queda es: ¿cómo nunca había llamado nuestra atención este sitio, ubicado en una transitada calle del barrio La Granja, pese a sus siete años de vida? Tal vez falta un rótulo más vistoso; puede ser: no lo sabemos; pero, después de una visita, Le Petit Café se vuelve inolvidable.