Sus ojos parecen alejarse poco a poco de la realidad y su frágil cuerpo ya no responde a los impulsos de su mente. Sin embargo, el pequeño Luis Miguel encontró unas manos abiertas que le ayudan a sobrellevar, con dignidad, la parálisis cerebral que presenta.
Al igual que este chiquito, 64 personas, entre niños y adultos, viven en la Fundación Hogar Manos Abiertas. Todas ellas padecen alguna incapacidad física o mental.
Y es que desde hace 10 años, las Misioneras del Amor Redentor se encargan de brindarle a estas personas alimentación, medicinas, atención social y una buena dosis de afecto, verdadero afecto.
Día a día, un grupo de 11 monjas dividen su tiempo entre labores propias de su vocación y los cuidados para con cada uno de los internos, cuyas edades oscilan entre los 2 y 85 años.
Para ello, cuentan con la ayuda, aunque según la mismas hermanas insuficiente, de 20 voluntarios, los cuales se encargan de las tareas de aseo del albergue, limpieza de ropa y cocina. (Vea recuadro)
"Nuestra misión es cuidar, en la medida de nuestras posibilidades, a todas aquellas personas que carezcan de recursos económicos y humanos. Los que estén realmente abandonados", señala la hermana Marlene Rodríguez, directora de la fundación.
Fe a prueba
En el albergue todo es trabajo. Para las religiosas el ajetreo diario es la prueba viva de su fe. "Como congregación, descubrimos la labor social que Dios nos había encomendado. Ahora la llevamos a cabo y le brindamos a estas personas el cariño y la comprensión, que la sociedad no les da", dice la hermana.
Por ejemplo, al poco tiempo de que ingresó Luis Miguel a la fundación, llegó Karol, una niña de 8 años que resultó ser su hermana. Sonríe cuando la saludan, pero por más que lo intente no puede pronunciar ninguna palabra debido al síndrome de Batten.
Cuando llegó, Karol se arrastraba por los pisos, ahora requiere un doble esfuerzo para hacerlo y los resultados son menores. Como la mayoría de los internos, su mal no tiene cura.
Las personas que ingresan al lugar provienen de diversos lugares como diversos son los padecimientos que tienen. "La gente que ha oído de nosotros muchas veces nos llama para alertarnos sobre algún caso", afirma la directora.
Algunos internos sufren de parálisis cerebral, otros de retardo mental; unos no ven y hay quienes son sordomudos. En una ocasión tuvieron a su cargo una persona enferma de sida, y otros que sufrían de cáncer.
La práctica ha convertido a las religiosas en todas unas expertas. La jornada de trabajo se inicia a las 4 de la mañana, cuando un grupo de hermanas se alista para ir a la feria del pueblo a conseguir frutas y verduras que los vendedores les obsequian.
Las que se quedan en el albergue deben estar pendientes de las horas en que deben aplicar los medicamentos, bañar a cada interno, vigilar de que reciban su alimento, para los que aún pueden caminar que den un paseo por las jardines y, para los que no, que estén confortables en sus habitaciones.
Alrededor de un docena de pacientes se encuentra en fase terminal.
Ayuda integral
La fundación gasta un aproximado de ¢3 millones al mes, los cuales provienen de las donaciones de particulares.
Actualmente, la fundación tiene 40 solicitudes de ingreso, pero, por la falta de recursos humanos y materiales, es imposible aceptarlos, aunque tengan la voluntad de atenderlos.
La necesidad es mayor, ya que la población atendida permanece en el centro hasta que muere. Los niños y adultos son vestidos con la ropa que la gente regala; de la misma manera comen. Aprovechan cualquier oportunidad que les brinden para mejorar las condiciones de vida de los enfermos. Su último logro ha sido el adquirir un seguro social para los internos; esto les ha ayudado a cubrir sus necesidades y problemas de salud, que son muchos.
Según la hermana Marlene, aparte de la atención médica, los internos reciben afecto, estímulos para que puedan integrarse con sus compañeros.
Tal fue el caso de una paciente que la mayor parte de su vida sus padres la mantuvieron encerrada en un cuarto. "Llegó al centro cuando tenía poco más de 30 años, y hubo que enseñarle a estar sentada a la par de otra persona, aunque fuese por tan solo unos minutos", dice.
Agrega que el problema de esta población que sufre limitaciones mentales y físicas es grave. La mayoría proviene de familias desintegradas y de bajos recursos económicos.
"Es necesario crear estos programas de beneficencia; no obstante la cobertura es limitada y gran cantidad de personas enfermas se encuentran al margen de toda asistencia institucional", puntualiza.
Se ocupan manos
La Fundación Hogar Manos Abiertas esta en busca de voluntarios que reúnan uno de estos requisitos: tener ganas de ayudar en la atención de los internos o donar recursos para su manutención.
Sede en Alajuela. De la iglesia católica en Rosales de Desamparados, un kilómetro al oeste, primera entrada a mano izquierda. Informes al 269-8139.
Sede en San Ramón. Informes al 445-5069.