¿Quién es ese “gringo” que sale al final de cada programa de la Media Docena , interrumpe el espectáculo con palabras in entendibles y por lo general luce estrambóticos disfraces?
Primero que todo, vale aclarar que tan singular personaje no tiene nada de gringo, ni de extraterrestre, ni de chiflado… Se trata del holandés Leo van Schie Bus, quien vive desde hace 20 años en Costa Rica y conoce más de este país que muchos de sus ciudadanos.
En Heredia, donde reside, gran cantidad de personas lo han visto recorriendo las calles en bicicleta. Y él llama particularmente la atención cuando se decide a cambiar las tenis por un par de zuecos de madera, los zapatos que en sus años mozos utilizó para inacabables recorridos y, que según cree, le confieren la fuerza de Sansón.
En el Colegio Saint Francis, en Moravia, también conocen bien a este “machillo barbudo”, porque en ese centro educativo, Leo ya ha impartido clases de inglés durante 13 años. Fue ahí, precisamente, donde conoció a los integrantes de l a Media Docena , quienes un día de tantos, cuando ya tenían entre sus planes hacer un programa de televisión, recordaron a su querido profe y le pidieron ayuda para a cerrar los capítulos de una manera chistosa.
“En la primera temporada, yo solo salía como un agregado, porque lo importante eran las muchachas bonitas que llegan a hacer una audición. Sin embargo, después me informaron que a la gente le gustaba verme hacer tonteras y siempre esperaban el final. Es decir: le gané a las curvas”, bromea Leo en la sala de su casa, ubicada en Jardines de Santa Lucía de Barva, mientras sus hijos Aarón, de 17 años y Francis, de 13, siguen atentos la conversación de su padre. Susana, la hija mayor, se encuentra en Holanda, pero una fotografía suya reposa en una mesa esquinera.
En la cocina, su esposa, Lidieth Soto García, prepara café y sorprende a sus invitados con una particular receta: helados de aguacate. Y es que, si por algo sobresalen todos los miembros de esta familia, es por su devoción hacia la naturaleza.
Para comprobarlo, solo basta con mirar por la ventana. Para reproducir el verdor de un bosque lluvioso, Leo se dio a la tarea de sembrar plantas trepadoras (triquitraque y hiedra) que han ocultado casi por completo la cerca de la vivienda, además de árboles de limón dulce, papaya, guayaba, pitanga, anona, naranja, banano, mango y ciprés.
Mister líos. ¿Pero cómo es que este extranjero se ancló en Costa Rica y terminó convertido en un personaje de televisión? En realidad, la historia de Leo es como para sentarse a escucharlo una, dos o tres tardes completas, porque está llena de aventuras.
Para comenzar, basta decir que salió huyendo de Holanda en plena juventud luego de que el subdirector de la escuela normal le dijera que, por ser tan rebelde y siempre decir lo primero que se le venía a la mente, nunca lograría convertirse en maestro, su sueño más sublime.
Decepcionado decidió viajar a Francia haciendo “ride”. Su objetivo, según sus propias palabras era “perder el pelo salvaje” empleándose en los oficios más duros y menos remunerados.
Cargando camiones, lavando platos, pintando casas, repartiendo cartas y arreglando techos pudo ahorrar algo de dinero como para trasladarse a Canadá y visitar a una amiga que tenía por correspondencia. Allí tuvo que trabajar ordeñando vacas en una finca y luego como conserje de un edificio de apartamentos.
Como aún estaba interesado en continuar con sus estudios superiores, Leo hizo lo debido para matricularse en la Universidad de Ottawa, donde concluyó la carrera de Lingüística aplicada para la enseñanza del inglés como segunda lengua.
Ya con un título bajo el brazo, quiso continuar con su periplo por la vida y en una subasta adquirió una bicicleta destartalada que le costó apenas $10. Con ella, una mochila y una tienda de campaña, partió hacia la costa oriental de los Estados Unidos y durante el trayecto descubrió que le interesaba ir más allá para practicar el idioma español que estudió en la universidad.
Por eso, en el momento en que tuvo la oportunidad y con una bicicleta de diez velocidades, se dispuso viajar a Brasil, donde además podría pescar y divertirse en grande, según le habían dicho algunos amigos.
Sin embargo, lo que Leo no tenía previsto es que al llegar a Puntarenas,en 1982, luego de atravesar una Centroamérica convulsa, el pescador iba a terminar pescado y jamás llegaría a tocar territorio brasileño. Y es que en “el puerto” conoció a quien es su actual esposa (una maestra rural) y se enamoró de la tranquilidad de Tiquicia…
Asentado en Costa Rica, Leo fue sabanero en una finca de Guanacaste, más tarde pescador, cogedor de café y finalmente, profesor de inglés en la escuela Saint Patrick, de Puntarenas. A los años también trabajó como docente en otros centros educativos de San José, entre ellos el Saint Francis.
“Como acostumbro viajar a mi trabajo en bicicleta, los alumnos se quejaban de que aveces olía mal, sobre todo porque al principio no usaba ‘mata chanchos’ (desodorante). Por eso opté por bañarme apenas llego al colegio y más bien ahora yo soy el profesor más fresquito de todos”, dice Leo a carcajadas, mientras relata cómo ha debido acoplarse a las costumbres costarricenses.
Para sus hijos la nueva aventura de Leo en la pantalla chica no es de extrañar; pues están curtidos de “sus ocurrencias”. “En realidad yo me río de su actuación, siempre y cuando no tenga que salir vestido muy extraño”, afirma su esposa.
A Leo, este capítulo de su existencia, le parece divertido y promete “sacarle el jugo” hasta que los chicos de la Media Docena así lo quieran. Después de todo, “la vida hay que tomarla con alegría”.