En el minuto preciso en que el Potrillo salió al ruedo la suerte estaba echada.
Desde que Alejandro Fernández apareció con su traje marrón de charro y su sombrerote mexicano era de esperar que aquella noche del jueves pasado en el estadio Ricardo Saprissa sería el vaso derramado por una tormenta de miles y miles de gargantas ardidas en gritos. Miles y miles de personas aplaudiendo y ovacionando a Alejandro y a su papá Chente . Miles de señoras mamás transformadas, sin pudor alguno, en nuevas adolescentes que saludaban, gritaban, y cantaban, casi lastimándose el galillo, con su entallado y ranchero Vicente.
¡Muuu! ganado
Quizás porque era el Día de la Madre no hubo pellejo que se salvara del concierto de la gira internacional Lazos invencibles . Unos fueron porque se los dictaba su plena gana, pero otros, más allá de sus fuerzas, fueron solo parte de la colada. Franklin Rojas de 14 años llegó al estadio por esa extraña reunión familiar que convocó a su mamá y a sus hermanas, como Angie Moreno y el bebé de tres meses en su vientre.
Faltaron los caballos en desfile como sí los hubo la última vez que Vicente Chente cantó en el país, pero sobró más de un sombrero vaquero.
Sobraron bufandas, suéteres, chaquetas de mezclilla, caras de niña, canas de señoras y maridos con bigotes.
Sobraron empujones y enredos para el acceso en varias áreas pues las indicaciones de los "efectivos" de Enforcer Security eran muchas veces contradictorias. Unos decían "vayan por allá" y otros "por aquí no puede pasar".
Así fue como mucha gente fue "retenida" en la gradería a pesar de que sus entradas eran de gramilla.
Mal le fue a quienes pagaron ¢20.000 para la gramilla con silla y que al ponerse de pie fueron empujados como ganado por un agresivo cordón de "efectivos" de la compañía de seguridad.
Hasta Angie Moreno estaba en ese grupo-hato. "Dios mío, que me van a sacar el bebé", decía mientras trataba de mantener el equilibrio cuando el cordón humano empujaba a los nuevos "vacunos" que eran lo mismo gente mayor que niños.
10, 20,30...
Mientras otros eran empujados y gritoneados Alejandro ya cantaba que cantaba y el estadio gritaba que gritaba.
Por su garganta pasó de todo, desde temas como Quiéreme , un popurrí de Juan Gabriel, Tantita pena y Como quien pierde una estrella dos de los temas que la gente cantó a todo pulmón con él.
Apenas calentaba su participación cuando Natalia Orozco, de 17 años, fue quizás la más feliz de todas. Logró acercarse al escenario y entregarle un osito de peluche que durante tres años la ha acompañado. Alejandro Potrillo como buen galán se sacó su corbata blanca de moño y se la obsequió. "¡Es demasiado!", decía Natalia.
Nueve temas cantó Alejandro, y a cada sonrisa, mirada, y movimientos de hombros aquel estadio gritaba.
Sobretodo cuando los mariachis bajaron de sus tarimas y junto a Alejandro hicieron un trencito. Ahí si, los sentados se pusieron de pie y no hubo agente suficiente para ir a empujar a tanta gente. Entre suma y suma, los Fernández cantaron más de 50 temas.
Rey Vicente
Al filo de las 10 p. m. y sin dejar un solo minuto de silencio apareció Vicente Fernández. Ahí fueron las señoras las que se desataron. Empujaban, estiraban el cuello, buscaban una hendija entre alguna axila de alguien más alto, cantaban y gritaban.
Xinia Quesada, La Charrita y de 52 años, fue vestida con un traje mexicano.
Don Vicente saludó a las madres y para ellas cantó Amor eterno . Su repertorio fue de diez temas y pasó hasta por las rancheras más conocidas: de que manera te olvido... o bien él será el conductor de tu vida, pero yo voy a ser su ayudante.
A las 10:20 p. m. el concierto se multiplicó: Alejandro y Vicente salieron a cantar juntos. A veces se alternaban, otras a dúo, pero en total completaron 25 temas más. Alejandro sacó su faceta pop e interpretó baladas como Si tu supieras , y su padre se "rajó" con temas como Jalisco , Por tu maldito amor , Mujeres divinas y hasta la canción bandera de la telenovela La mentira .
Con los ojos cerrados, Alejandro le cantó a su padre. Sentado y con la mirada en el suelo Vicente lo escuchaba. "Perdón si se me hace un nudo en la garganta", había dicho Alejandro. "Llore mi amor, no importa" gritaba una fan .
Alejandro que termina su canción y él y Vicente que se abrazan y se besan.
Con El Rey cantaron junto a Vicente y con Volver, Volver la gente se desgalilló. Fue el final y eran las 12 medianoche.
A la exigencia natural de "¡otra!" los mexicanos regresaron al escenario. "¿Ya están llenos?" preguntó Chente . "¡no!" gritó el público, entonces seguían cantando. Siguieron así hasta las 12:40 a. m.
El público se fue tarareando algunos temas, y los alrededores del estadio empezaron a convertirse en una mar de gente que navegaba, aún a esa hora, entre vendedores de carne asada, refrescos, dulces y hasta joyería de los "compitas." En la calle parecía que no era una madrugada sino pleno día.