Nos amenazaba la enfermedad, pero tal vez nos mate el remedio. Primero era la angustia de que Estados Unidos cayera en suspensión de pagos. Ahora el temor por el impacto recesivo que tendrá el arreglo que resolvió el dilema. “Terrible acuerdo para salir del caos”, sentenció el New York Times .
Conflicto político. El peligro de la suspensión de pagos de los Estados Unidos no venía de una quiebra económica, sino de un conflicto político, partidista, ideológico y moral. La Constitución de los Estados Unidos otorga al Legislativo competencia sobre comercio y endeudamiento (Artículo 1, Sección 8). Hasta 1917, el Ejecutivo tuvo que solicitar autorización para emitir bonos de deuda soberana. En vísperas de su ingreso a la I Guerra Mundial, se autorizó la emisión de bonos, con un techo. Desde entonces, el Ejecutivo utilizó esa legislación, pidiendo, vez por vez, la elevación del límite. Era un trámite prácticamente automático que fue utilizado, hasta el conflicto, 76 veces. Tres de ellas bajo el mandato de Obama. ¿Es comprensible entonces que no hubiera sospechado que los republicanos lo iban a poner contra las cuerdas obligándolo a la más dura capitulación de su carrera política? ¿O había razones para ser más desconfiado?
Bloqueo legislativo. Las necesidades impuestas por la crisis económica mundial, con las que inició su mandato, imponían una política anticíclica para contrarrestar la recesión. Como Roosevelt en 1929, se elevó el gasto público para fomentar la actividad económica y el empleo, aumentando en un 26% la deuda pública.
Bush, en ocho años de gobierno, sin crisis económica, regalando exenciones fiscales y para financiar guerras, logró 7 aprobaciones de elevación del techo de la deuda norteamericana. Al final de su mandato, había casi duplicado su monto. A menos de un mes de ser juramentado, Obama obtuvo una elevación del tope porque encontró el techo de la deuda totalmente agotado. Igual ocurrió en 2009 y en febrero de 2010. No hubo problemas, estas tres veces, porque el partido del Presidente gozaba de mayoría en ambas cámaras. Pero en noviembre de 2010 se dio un vuelco: el partido demócrata perdió su mayoría en la Cámara Baja y vientos de tormenta soplaron sobre la administración. El 2011 llegó con la crónica de un bloqueo legislativo anunciado.
Cuadratura del círculo. El creciente déficit fiscal de los Estados Unidos es amenazante. Los pagos solo pueden enfrentarse con nuevo endeudamiento. Había que reducir el déficit sin deprimir más la economía. Difícil cuadratura del círculo, en una situación mundial todavía delicada. Obama pretendía resolver el problema fiscal desde las dos vías posibles: disminución de gastos estatales y aumento de ingresos fiscales. Era una óptica balanceada. Menos gastos militares para no sacrificar ni programas sociales ni estímulos económicos. Aumento de ingresos, pero sin castigar a la clase media, elevando impuestos solo a los que ganaran más de 250.000 dólares al año y, claro, suprimiendo las exenciones tributarias que Bush había concedido a los más adinerados. Nuevos impuestos eran tabú para los republicanos y exigían solo recortes, especialmente del programa MEDICARE, el popular subsidio de salud para adultos mayores.
La primera batalla. En diciembre de 2010 llegaron a término las exenciones de Bush. Era la primera batalla. Los republicanos presionaron por una extensión. Obama cedió, sin exigir contrapartida y las extendió un año más. En abril de 2011, los republicanos no quisieron aprobar el presupuesto y exigieron recortes draconianos. Obama, ante la amenaza de cerrar el gobierno, cedió otra vez. Entonces se advirtió que en agosto se llegaría al techo actual permitido y que para pagar la deuda se tenía que elevar el límite, por cuarta vez. Si no, Estados Unidos habría tenido que incurrir en “default”.
¿Un mal menor? Marc Ambinder, del National Journal , preguntó a Obama que por qué no había utilizado la exención de impuestos a los ricos como palanca de negociación para la aprobación del presupuesto y para la elevación del tope del endeudamiento. El Presidente le contestó que él estaba seguro de que los republicanos actuarían responsablemente. La historia no le dio la razón. Al final se vio confrontado con un bloqueo dispuesto al colapso del país, imponiendo recortes e imposibilitando nuevos tributos. Cuando eso ocurrió ya Obama no tenía palanca de negociación y tuvo que ceder frente al chantaje. ¿Un mal menor?
Ahora el mundo tiembla y, en vez de alivio, preocupa una nueva sacudida mundial. El panorama es negro. Terminan los estímulos federales, cesan las subvenciones de proyectos de infraestructura, cierran programas estatales, enviando miles al desempleo. El acuerdo para elevar el techo de endeudamiento ya exige un trillón de dólares en recortes adicionales. Y en Europa, Italia amenaza con sumarse al caos.
Olvido de 1929' En todas partes tendrán impacto los nuevos recortes norteamericanos, con menor demanda, crecimiento más débil, mayor desempleo y menores ingresos. Y el círculo vicioso seguirá rotando en alud. ¿Se olvidó la histórica lección del 29? La austeridad no es el camino de la recuperación. “La economía está en problemas y Washington parece determinado a que las cosas empeoren, con la obsesión de hacer recortes cuando se necesitan mayores inversiones”, dijo el New York Times.
¿Y aquí? Juan Pablo Arias de La Nación (Economía, 3/8/11) da precisas pinceladas de los impactos esperados en Costa Rica: menor inversión, turimo y exportaciones. ¿Comprenderemos a tiempo que el Estado necesita equilibrarse también con incremento de ingresos? La flauta mágica populista suena contra la reforma fiscal, y nosotros, ratoncitos, ¿a dónde iremos a parar?