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Crítica de arte: Kitsch, ¿y qué?

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"El kitsch de lo cotidiano". Museos del Banco Central.Bajos de la Plaza de la Cultura.

Un tono peyorativo suele acompañar al kitsch y sus rasgos, vinculados recurrentemente a la falsedad, el eclecticismo, el estereotipo, su escasa o nula funcionalidad, su presunción, fatuidad, repetición, banalidad, y otra buena cantidad de etcéteras.

Con tan sombrías referencias, la exposición El kitsch de lo cotidiano asume legítimamente enfrentar el desconcierto y la sorpresa que podrían derivarse de la inclusión de esos objetos –expresiones de un supuesto "mal gusto"– en el recinto sagrado del arte: el museo.

Otra razón para celebrar esta muestra es la oportuna eficacia de su museografía: desde el jardín con falsas estatuas que en las afueras del museo anuncia la exposición, hasta el montaje de la muestra, que en su tendencia a la reiteración y la acumulación es como el kitsch mismo: siempre excesivo y redundante.

Precisamente, según el investigador Matei Calinescu, el miedo al vacío –tanto al espacio vacío como al tiempo libre– es una de las tendencias que el kitsch intenta mitigar. De ahí, entonces, que la exposición nos sature con una desmedida abundancia de objetos, colocados todos en una especie de anárquica puesta en escena.

Otra de las promesas del kitsch es la de procurarnos una emoción que se nos entrega más bien como sentimentalismo. Quizás por ello en la escenografía de este "kitsch de lo cotidiano", la vida es un guión predecible del que hay que conservar los momentos "importantes": bautismo, 15 años, graduaciones, bodas. Pero, además de esas celebraciones, los destinos del kitsch y sus efectos propagandísticos pueden extenderse también a temas como la política, el deporte y la religión.

Ahora bien, lo sospechoso es que se mantenga al kitsch confinado únicamente a lo cotidiano, el mercado de las pulgas o las tiendas de regalos y souvenirs . En ese sentido, la exposición no integra -excepto a través de fotografías- obras artísticas que comentan o incorporan este masivo y casi omnipresente fenómeno estético. De tal modo, propuestas artísticas como las de Pedro Arrieta, Leda Astorga, Victoria Cabezas o Priscilla Monge –entre otros– que desde perspectivas diversas se han vinculado al kitsch, habrían complejizado y enriquecido el acercamiento al tema.

En cualquier caso, aunque ésta es una exposición divertida, resulta ambigua en sus concepciones. Incluso, no se define si esa ambigüedad es un efecto deliberado o, más bien, una forma de descomprometimiento. Entonces, a pesar de los comentarios escritos que se insertan aquí y allá, no queda suficientemente claro desde dónde habla el museo: ¿cómo irónico cómplice de esa cotidiana estética kitsch; o cómo el ácido ridiculizador de objetos ajenos al "Arte"?. Y, finalmente: ¿se trata de una celebración acrítica del kitsch, o de un reconocimiento indulgente y distanciado de sus expresiones?

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