“Los pasivos están a punto de ponerse agresivos”, esto dice la propaganda de la humorada sulfurosa que llega al cine con el título de Escuela para idiotas (2006), filme dirigido por Todd Phillips.
Esta película descansa su cinismo en la actuación bien lograda de Billy Bob Thornton como el profesor mal llamado doctor P, quien enseña a sus estudiantes a superar timideces mediante la adopción de una personalidad agresora, muy capaz de meter miedo en los demás.
Como se ve, Escuela para idiotas va muy a tono con cierto pragmatismo político muy en boga, donde el descaro se apunta como medio para atropellar a los semejantes.
La película no cuestiona nada. Así, nos damos por enterados que esa desfachatez (según el argumento de la cinta) vale hasta en el campo del amor, cuando el profesor y su mejor alumno, Róger, –procaces– compiten por enamorar a la joven heroína de la trama, Amanda.
Róger y Amanda están encarnados con solvencia por los histriones Jon Heder y Jacinta Barrett. El primero maneja muy bien el proceso que va de un muchacho apocado a uno tan cínico como su profesor. Con esa carga de individualismo, el filme –lo dijimos– es modelo de comportamiento en nuestra sociedad moderna, basa da en la competitividad y no en la solidaridad.
Sin embargo, lo peor de este largometraje es que, cuando menos uno lo espera, asume facetas sentimentalmente cursis, a tal punto que uno siente –en esos momentos– que los actores y la actriz nos “hablan” desde otra película: como si vinieran de esa cinta melosa que se exhibe igualmente por ahí con el título de Estrenando a papá , ¡otra comedia disneyana de Disney!, valga la tautología, como repetición viciosa e inútil de palabras.
Lo cierto es que Escuela para idiotas es prueba de que una buena trama puede irse por el despeñadero por culpa del exceso en lo emocional, de cómo lo ideológico puede ser lastre en una comedia y de cómo, ¡por dicha!, el cuerpo actoral y (posiblemente) una buena dirección de actores pueden salvar al filme del descalabro. Agreguemos aquí el trabajo de Michael Clarke Duncan, como el ayudante del doctor P., punto “serio” del humor con personaje que desaparece de la trama sin mayores explicaciones: ¿y...?
Papá en dilemas. La otra cinta antes mencionada, sello Disney, Entrenando a papá (2007), dirigida por Andy Fickman, tiene la presencia harto comercial de Dwayne La Roca Johnson, quien –para decir verdad– no lo hace mal como comediante.
Lo acompaña una muchachita chisporretera y agradable con su actuación, como la hija desconocida del futbolista famoso que encarna La Roca . Hablamos de Madison Pettis. Lo que queda es una comedia amable, cursi y sin exigencias.
Es cine familiar, pasajero, de pasar un buen rato mientras refuerza valores tradicionales, nada de rupturas temáticas ni formales. De su felicidad nada queda al final, solo durante el recorrido. Prescindible.