Tráfico(Traffic). Dirección: Steven Soderbergh. Guión: Stephen Gaghan. Fotografía: Peter Andrews. Música: Cliff Martinez. Con Steven Bauer, Michael Douglas, Benjamin Bratt, Don Cheadle, Benicio Del Toro, Dennis Quaid, Erika Christensen, Catherine Zeta-Jones.
Estadounidense, 2000. Estreno.
A dos meses de la entrega del Oscar, arribó Tráfico . Vino con su fama de película "genuina", "de aporte crítico".
¡Hum! Nada nuevo. Lo que Tráfico dice ya lo han dicho otras películas, y mejor.
Nos hallamos por enésima vez (siendo "n" mayor que uno) ante la oposición de buenos y malos. Pero, ojo, los malos todos son latinos y negros. Los buenos, blancos y anglosajones.
Esto ocurre no solo en Tijuana, donde resulta lógico, sino también en California: Ayala, Madrigal, Salazar, Obregón, Ruiz son los apellidos de la peste; luego, a varios cuerpos de distancia, vienen los negros de los suburbios, tratantes de coca menuda que arroja un saldo favorable (se nos informa) de 500 dólares diarios.
Cierto, hay un latino decente, Javier (Benicio Del Toro), lo que se demuestra porque colabora con el FBI; y un negro no malvado de este mismo organismo (Don Cheadle), excepciones que confirman la regla.
Así las cosas, el filme hace que Michael Douglas (zar antidrogas) admita que el enemigo, a fin de cuentas, está dentro de la familia. ¿Qué quiere decir esto? La interpretación menos peregrina es que la familia media de Estados Unidos es vulnerable a la acción de los narcos (no se indagan las causas) y de aquí emerge una propuesta básica. Los padres deben asistir a sus hijos y buscar ayuda profesional.
Otra propuesta sería la de Javier: estimulemos el deporte. Pero la verdad es que la película cierra con efectivo derrotismo. La droga continúa. ¿Final abierto? No, aunque parezca abierto es lo contrario, dado que firma un cheque en blanco al statu quo que adversa de palabra.
¿No era que las ideologías habían muerto? Pues en Tráfico la ideología gobierna de principio a fin, y a nadie se le ocurre pensar que existen mafiosos autóctonos de Estados Unidos, traficantes de la talla de Escobar Gaviria y adláteres, cohabitando el mismísimo país de George W. Bush.
Todo dicho en un estilo fragmentario y a ratos confuso. La narración tartamudea de un escenario a otro. Los espectadores, bien gracias, sudamos: nos toca montar cada rollo.
Soderbergh ganó el premio de la Academia, rubro dirección. Yo creo que el bueno de Steven debió llevarse la estatuilla en fotografía: Peter Andrews es un sinónimo de nuestro alegre cineasta.
No me resulta extraño pensar, incluso, que las tarjetas de los jurados se traspapelaron y que el error escribió la historia con renglones torcidos (¡ I¥m sorry , proletarios del mundo!).
: La ideología gobierna de principio a fin. Una película de contenido chato y narración tartamuda.