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Crítica de cine: La vida en rosa

  El drama de Edith Piaf Marion Cotillard: ¡óptima!

El biopic es un género de importantes logros en el sétimo arte. Hablamos de las películas cuya trama es la vida de alguien y, desde ahí, se hace un estudio no solo del personaje, sino también de la época que lo resuelve en sus contradicciones.

Es un tipo de cine cercano al llamado subjetivismo romántico propio de la literatura. En este caso, hoy, hablamos de la película francesa La vida en rosa (2007, La vie en rose ), dirigida por Olivier Dahan.

De los barrios bajos de París al éxito en Nueva York, la vida de Edith Piaf fue una lucha por cantar, amar y sobrevivir. Creció en medio de la pobreza, en prostíbulos, pero su voz mágica, sus apasionados romances, sus adicciones, sus malacrianzas y sus amistades con personajes de la época hicieron de ella una estrella mundial. Aún es el gorrión dulce con vibrato seductor.

Su canto y, por ende, sus canciones se sobreponen a su conducta contradictoria. Sus melodías son la expresión material para recordarla. Por eso, hay una idealización romántica de su vida: los espejos nos heredan rostros diferentes de ella.

De la película lo más sobresaliente, lo inolvidable, lo fascinante es la actuación de la laureada Marion Cotillard como Edith Piaf. Cotillard es la película, con el dominio absoluto de los signos histriónicos: el drama pasa por cada uno de esos signos. Obvio que hay una magnífica dirección de actores, evidente en otros personajes bien encarnados.

Por lo demás, este filme resulta innecesariamente solemne y casi hierático ante su personaje, pero no se le niega –por contradictorio que parezca– el ejemplar ejercicio fotográfico, esencial en la ambientación o construcción de la atmósfera correspondiente.

Igual es magnífica la banda sonora (¡no podía ser de otra manera!), pero es que –además– manifiesta un atinado concepto de la oportunidad: se oye cuando debe oírse. En el montaje hay un evidente crujir de secuencias que resulta arbitrario, por lo que el filme deja una sensación de abigarrado; más bien, de recargado (con inútiles apariciones de santas, incluso).

En todo caso, es buen filme, con un final portentoso, ¡cine!, ¡gran final!, sublime, para siempre cine.

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