Mientras en Hollywood, los grandes estudios como Disney y DreamWorks renuncian a los dibujos animados para darle lugar a la animación por computadora, en América Latina se dan pasos seguros para rescatar la animación tradicional dibujada y darle un acento más propio, sin renunciar a la presencia de la computadora.
Esto sucede, sobre todo, en cinematografías que arriesgan, como en Cuba, México y Argentina. Algunos pocos de esos títulos han llegado por acá; la mayoría no. Recuerden que nosotros somos los grandes ausentes ante nuestro propio cine: el de Nuestra América, para usar la generosa expresión de José Martí.
Ahora nos llega uno de esos filmes. Se trata de la producción argentina Patoruzito (2004), dirigida por José Luis Massa, con guion de Axel Nacher, donde un equipo de 120 dibujantes se metió con mucho cariño a derribar cíclopes. Con creatividad, este equipo argentino nos ha dado un filme que habla de nuestra realidad y es capaz de darnos el encanto de nuestra geografía y de nuestros personajes.
Patoruzito es un héroe que apareció el 11 de octubre de 1945, tres años antes que este comentarista. Patoruzito nació para los niños. Fue creado por Dante Quinterno, dibujado por Tulio Lovato y con textos escritos por Mirco Reppeto. Nació como historieta (ahora se le dice cómic).
En 1988 fue llevado a la televisión: en aventuras con sus grandes amigos: Isidorito y el inolvidable potrillo llamado Pamperito. Ahora los tenemos en cine y Patoruzito (la película) nos llega con calidez en su historia y con creatividad en su textura visual. Digámoslo de una vez: hay una gran ternura en el trazo, algo que casi nunca sentimos en las grandes producciones de dibujos animados.
Hay buen humor y mucha acción en el relato de cómo Patoruzito llega a convertirse en joven cacique, mientras un chamán le enseña a amar la Naturaleza (el filme es un canto a la Naturaleza, así: con mayúscula) y una indita le demuestra el valor de la amistad. Ella se llama Malén. La historia termina en el llamado Valle Perdido, final feliz, donde también es vencida la obsesión del extranjero por apoderarse de lo nuestro (metáfora: defensa de la soberanía).
El extranjero es un gringo llamado Ferguson. Está clarito el contexto. La película se pasa en música, donde están las canciones compuestas por León Gieco, Los Nocheros y La Mosca, pero no quita. La recomendamos con el mismo cariño que fue hecha. No olvidemos aquella frase esclarecedora de José Martí: "El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!"