Ya uno no sabe ni qué decir sobre la política de las secuelas en el cine/mercancía de la mal llamada Meca del cinematógrafo. Ya no hay argumentos nuevos para advertir a nuestros lectores sobre ellas, solo confiamos en que todos seamos más inteligentes que las secuelas que vemos y, si vamos al cine, es porque nos da la gana o por trabajo (como es el caso de quien esto escribe).
Por supuesto que, ocasionalmente, hay buenas secuelas, que no todo está en blanco y negro; otras son solo para entretenerse y la mayoría para hacer plata a costa de la bondad de los espectadores y de sus bolsillos. Esta que nos llega ahora con el título de Más barato por docena 2 (2005, dirigida por Adam Shankman), no pasa de tener las características de un capítulo televisual que vemos en pantalla grande.
Con respecto a la película que antecede a esta secuela, de igual título, pero sin el 2, la de ahora es prácticamente un poco más de lo mismo, para hacer gracia con las situaciones dentro de una familia grande que, esta vez, se va a pasear para celebrar junta el Día del Trabajo, vacaciones estivales. Recordemos que la cinta primera es del 2003, dirigida por Shawn Levy.
Eso sí, aceptamos que esta secuela puede ser más graciosa que el filme original, sobre todo porque no entra a repetir cansinamente chistes de corte intrafamiliar tan solo; más bien, se centra en la rivalidad entre dos familias, por culpa de los padres de cada una: ¡los hombres, siempre los hombres, tan patriarcales, dominantes, machistas y con necio complejo de ganadores naturales!
Esta película resulta muy conservadora en su enfoque sobre la familia, con idéntica moralina a la de tantas comedias familiares que se producen casi en serie en Hollywood. Por supuesto que esa moralina nos la ofrecen con chistes revueltos con solapados sermoncitos y en lagrimillas mezcladas con homilías de monaguillo.
El filme descansa su texto en las actuaciones regulares de su amplio reparto, donde solo nos atrevemos a destacar a Steve Martin y a Eugene Levy, quien parece acomodarse bien a su oficio de buen "salvavidas" del humor.
Hay que citar también el grato trabajo de la niña Alyson Stoner, como la muchachita que entra poco a poco a la adolescencia. El resto del elenco pasa sin soles ni sombras: se desliza por el relato.
En el plano formal, el largometraje exhibe mansedumbre escénica, nada qué destacar, nada contra qué hablar. Es como si la puesta en imágenes fuera neutra, tanto que ni aprovecha la esbelta presencia física de alguien como Carmen Elektra. Podemos decir que estamos ante una cinta sin pretensiones de nada, de ahí su pérdida en la creatividad visual.
El resultado final es el de una comedia bastante inofensiva, vacua, nimia y baladí que se convierte en colección predecible de humoradas para hacer reír al espectador de manera fácil y, de paso, matizar con algunas lagrimitas que, aunque de sabor salado, nos vengan a endulzar el relato.