Del director Sam Mendes uno espera lo mejor. Es lo malo cuando alguien como él ha empezado con títulos tan buenos como Belleza americana (1999) y Camino a la perdición (2002). Por eso, un filme como Soldado anónimo (2005) nos deja algún descontento por ahí metido, aunque sea en el inexistente bolsillo secreto de nuestro pantalón.
Ojo, no estamos diciendo que Soldado anónimo sea una mala cinta. Esto es otra cosa. Mínimo, cuenta con una portentosa puesta en imágenes, con la invalorable colaboración de Roger Deakins, director de fotografía. Con este último, Sam Mendes ha logrado filmar en desiertos mejicanos para apretujarnos con la soledad y el calor de las arenas árabes, cuando Estados Unidos comenzó a meterse en una guerra sin invitación, en el Golfo Pérsico.
Esa fue una guerra calculada para los medios de información ciberespaciales. Aún así, tal como lo muestra la película, los soldados jóvenes sufrieron una preparación militar dura, envalentonada y fálica, porque todo giraba alrededor de la supremacía del hombre blanco, manifestada con lenguaje absolutamente sexuado.
Por eso, con 20 años, Anthony Swofford y sus compañeros se alistaron como soldados y fueron violentados en su propia sensibilidad. Swofford publicó su libro Jarhead (2003), donde escribió sus memorias del desierto árabe, en 1991. Su título refiere a "cabeza de jarro o tarro" por razón dada en el filme.
Esos jóvenes fueron soldados en una guerra donde ellos no dispararon un tiro, pese a la inclemente instrucción bélica recibida. Tal es el libro que Sam Mendes lleva ahora al sétimo arte y que, igual, su película es el recuerdo de Anthony Swofford sobre el tedio en un ambiente de guerra. Por ello, en la cinta casi no pasa nada y refleja la frustración de muchachos entrenados para matar, pero que no lo hicieron. Se trata del ser humano ante su propia bestialidad, sin que así la sienta.
La tesis es buena, aunque el filme la exhibe casi sin relato, la muestra con ceremoniosa pausa dramática e impecable puesta en escena. Dentro de su morosidad y escasa trama se ocultan emociones, pero el filme las pliega más que desplegarlas. Por ahí, el inglés Sam Mendes huye del compromiso de contarnos una historia y de asumir una posición ética o ideológica.
Estamos ante una película que no condena ni glorifica la guerra, de allí que no haya necesidad de mostrar batallas ni escenas de acción, por esto igualmente puede ser irrelevante, es parte de su riesgo, por ser calculadamente ambigua. La dirección de actores va en esa misma ruta, y ellos responden bien, sobre todo Jamie Foxx y Peter Sarsgaard. Sabemos que esa guerra fue la antesala de la invasión a Iraq y lo dice bien el filme entre imágenes, entre pozos de petróleo que arden, entre marines que se exaltan al ver la película Apocalipsis ahora (1979, de Francis Ford Coppola). Solo espero que a usted, amigo cinéfilo, esta propuesta de Sam Mendes lo invite a pensar.