Crítica de danza: Códigos herméticos

Estos dos intérpretes poseen gran trayectoria escénica. Solo vasta recordar las participaciones de Catania como miembro del Grupo de aspirantes de la Compañía Nacional de Danza y en la compañía Losdenmedium, a mediados de los años noventa, donde demostró su talento como bailarina. También a principios del 2000, Catania nos sorprendió como directora y coreógrafa de un grupo denominado Arrendajos. Junto a sus jóvenes compañeras, la bailarina impresionó por su capacidad compositiva, histriónica e innovadora.

En el año 2003, Alex Catona y Andrea Catania ganaron el premio del público en el Festival de Coreógrafos al interpretar Auto exilio en 9 rounds , una composición dinámica dentro del lenguaje de la danza-teatro.

Después de participar en varios teatros europeos, los fundadores de tomahawktheatre, reelaboraron una nueva versión de su trabajo de investigación y lo presentan bajo el título de PT . Para esta ocasión, invitaron a los colegas Elían López y Rodolfo Seas con el propósito de compartir la responsabilidad escénica en su nueva aventura de exploratoria. Esta propuesta, ellos la ubican en el territorio de “la non-convencinalidad”, cuenta con textos de Tonino Guerra, Andrei Tarkovsky y Catona que sirvieron de motivación a los bailarines, así como la música de ProfessorDoctorDoctor y una abundante utilería.

Con todos estos ingredientes lo único que esperábamos era un resultado estimulante. No obstante, la propuesta resultó ser pobre, pero no en el sentido del teatro pobre de Jerzy Grotowski, ni de la tendencia minimalista, sino que PT adoleció de una estructura dramática sólida que pudiera sostener las escenas. La reiteración como elemento del lenguaje, típico de la danza-teatro deparó en cancina, agotándose rápidamente los hallazgos coreográficos (como los presentados en algunas intervenciones de Catania y el trío en el suelo).

Además, a los personajes les faltó evolución; no sabíamos si estábamos frente a una mala versión de caracteres salidos de una puesta desmejorada de Samuel Beckett, los cuales tiraban los zapatos o las bolas del árbol de navidad para todos lados y varias direcciones. Lo que sostuvo, en parte, la puesta fue la experiencia de los bailarines. Fue así que en Rodolfo Seas vimos un buen uso de voz y lució sus dotes de actor, no obstante a su personaje le faltó dirección para extraerle más situaciones interesantes.

Por más seres desteñidos que fueran los protagonistas del montaje, en general carecieron de matices escénicos.

Merece destacarse el diseño de luces de Alejandro Araya y Álvaro Piedra, el cual proporcionó dinámicas en el trabajo.

Es de esperar que de estas fases exploratorias y de esos procesos investigativos, necesarios en cualquier disciplina y especialmente en el arte, podamos ver mejores resultados. Parece que, a veces, a los creadores se les olvida que algunas etapas de la creación deben quedar en la intimidad para ahorrarle al espectador el aburrimiento.