Hace seis meses fue la “chica nalguitas”. Ahora padecimos la visita del “chico cuadritos”. Igual: a ¢70.000 la entrada. Para eso terminaron sirviendo nuestros estadios: para hacer rentable la venida de vedetillas de la peor estofa; chiquitas y chiquitos lindos, farandulerillos, mercachifles, productos manufacturados, objetos de consumo, fetiches, bazofia musical primorosamente empaquetada. Marketing . Ni un átomo de talento. La “chica nalguitas” nos regaló “Estoy loca, loca, loca por mi tigre”. El “chico cuadritos” nos deleitó con otra reflexión, no menos profunda, ontológica, metafísica: “¡Un, dos, tres, viva la vida loca!” ¡Qué brutos, qué densidad intelectual de textos! ¿En qué momentos de epifanía, de sublime iluminación se les ocurrirán esas gemas poéticas? Es que ni Shakespeare, ni Goethe, ni Victor Hugo, no, no, no: esos eran cualquier alpargata comparada con nuestros modernos bardos. El “chico cuadritos” exhibió su esculpido abdomen, sus golpes de cadera: bandazos a babor y a estribor, pegó saltitos, grititos, enseñó sus aretitos y tatuajitos, tal vez hasta mostró –muchas y muchos soñaban con este momento supremo– algún adorable dibujito que se habrá hecho en sus nalguitas. Sudó profusamente, se desmelenó, se contorsionó eléctricamente, se volvió loco en escena, e hizo enloquecer a una audiencia de alienados que no saben que ya, de hecho, están locos, que el solo hecho de asistir a un espectáculo de semejante jaez los confirma como especímenes perfectos de lo que Morin llama el homo demens . Dones y preparación vocal: cero. El “chico cuadritos” –entérense– desafina. ¿Me oyen? Desafina. Atrozmente. No tiene recursos ni técnica vocal. Pésimo cantante. Eso es verificable, un hecho objetivo. Puro micrófono, amplificación. Voz chiquitilla, carente de proyección, de color, tesitura exigua. ¿Eso querían? ¿Una estafa musical? ¿Un niño lindo al que, sin micrófono, no lo hubieran escuchado más allá de la primera fila? Pues eso oyeron. Las coreografías le fueron dictadas. La luminotecnia diseñada. El vestuario impuesto. Las melodías enseñadas “de oído”. Los textos escritos por algún rimadorcito a sueldo. Los arreglos instrumentales concertados por “mata chivos” contratados para tal efecto' él puso solamente los cuadritos y su sonrisita de almanaque. Un modelito armado con trocitos de Lego: plástico puro: un ensamblaje, artificio puro. Y nuestro país, entretanto, se sigue aborregando, consumiendo “arte” con cero nutrientes para el espíritu. No critico la cultura popular, que respeto profundamente. Critico la cultura del pachuco: algo muy diferente. Ver que a mi país lo desangren los mercaderes del templo. Una Costa Rica encanallada, enchusmada, plebeyizada. La cultura de las nalguitas, los cuadritos, las sonrisitas, las monerías, las corronguras, la vulgaridad: el totalitarismo del pachuco.