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Cuaresma: tiempo de escucha y acción

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Seguimos avanzando por la cuaresma, verdadero signo sacramental por el que la Iglesia participa del misterio de Cristo. El concilio nos recuerda que este es un tiempo que “prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia” (SC 109).

La riqueza de la palabra que se nos ofrece en estos días es amplia y, por tanto, las posibilidades de crecer y formarnos son enormes. El ciclo A de lecturas es más bautismal; el ciclo B, en que justamente estamos, es mucho más pascual-cristocéntrico, y el ciclo C resulta muy penitencial.

En la ruta de este presente ciclo B de lecturas, los dos primeros domingos nos ponen en plan de revisar nuestra condición de cristianos bautizados y en ello Marcos nos ayuda ampliamente; en la parte final es Juan quien nos lleva de la mano develando la identidad de Jesús y cómo se llega al cumplimiento de su “hora”.

Luego de anunciar la pasión, mirando ya el evangelio de hoy, Jesús se muestra en su gloria a los suyos. Es lo que tenemos en el texto del evangelio que la Iglesia nos propone para la reflexión en este nuevo momento del camino cuaresmal. Los apóstoles que elige Jesús para que le acompañen a la montaña tienen ante sí las dos caras de la moneda, ambas dimensiones del misterio: la cruz y la gloria.

Todo ocurre en un lugar alto. Esto es, en uno de esos espacios normales de revelación sobrenatural. Y allí se “transfigura”, en otras palabras, le miran sus discípulos en su estado glorioso, el estado que será su condición eterna tras la muerte y resurrección.

Acompañado de la Ley y los profetas, Jesús es “rabí” y los discípulos deciden prolongar aquel momento. De aquí la idea de Pedro de celebrar, juntos y en la cima de aquel lugar, la cercana fiesta de los Tabernáculos ahí mismo.

En la parte final y del repentino término de la escena, se da la aparición de una nube que habla de la presencia de Dios y se escucha una voz que instruye. Cuanto dice el Padre aquí ya no se dirige a Jesús, sino a los discípulos: “escuchadle”.

Vital instrucción esta que aparece al final de la perícopa que comentamos. “Escuchadle”, dice la voz divina. Y resulta esencial porque es claro que muchos cristianos tenemos un serio problema: oímos sin más. No logramos hacer el giro marcado por la conversión que lleva a la acción. Oír, evaluarse y hacer, ¿cuesta tanto? ¿Es imposible? ¿O será más bien que somos un poco o muy cobardes y poco esforzados en la vivencia de nuestra fe? ¡Pensemos!

P. Mauricio Víquez Lizano.

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