El 2 de setiembre de 1890, el español Tomás García dirigió una solicitud a la Municipalidad josefina, documento que empezaba así: “Como empresario particular que soy de un ‘Teatro Provisional’ que pretendo construir en esta Capital [']. Me dirijo a esa Ilustre Corporación, para que, si lo tiene a bien, se sirva dar las órdenes correspondientes a fin de que se me permita ocupar el local del antiguo ‘Teatro Municipal’ para dar principio a hacer los trabajos más delicados como son: decoraciones, telones, cuadros de diferentes tamaños y colores”.
Sin embargo, como señala la historiadora Patricia Fumero, carente de fondos para sustituirlo como se debía y en medio de problemas legales ocasionados por el derruido teatro, ocho días después, el Municipio declaró sin lugar la solicitud de García ( Teatro público y Estado en San José . 1880-1914 ).
Del Teatro Mora al provisional. Ubicado en el cruce de la avenida 2 y la calle 6 (hoy, costado suroeste de la sede del Banco de Costa Rica), aquel era en realidad el viejo Teatro Mora, construido por Juan Rafael Mora Porras en 1850.
El periodista Fernando Borges escribió del lugar: “El plano del edificio fue trazado por el coronel don Alejandro Escalante, calcado en el diseño de un teatro de Lima, Perú, país visitado por aquel señor años antes. El Presidente Mora ['] puso al cuidado del señor Escalante la dirección de aquella obra, quien se asesoró del maestro carpintero don Manuel Conejo”.
“Esos señores trabajaron con tanto ahínco que en nueve meses levantaron el edificio [']. Aunque en su exterior o fachada el nuevo teatro no presentaba ninguna novedad por la sencillez de su estilo arquitectónico, interiormente ofrecía condiciones de comodidad, acústica y hasta elegancia con su platea en forma de herradura, con dos filas de palcos, sección de butacas, amplias galerías y cómodo escenario” ( Teatros de Costa Rica ).
Es cierto que el Teatro Mora no fue el primer local dedicado a las artes escénicas en San José pues lo habían antecedido un par de galerones –pajizo uno y entejado el otro–, pero sí fue el primer edificio diseñado con ese fin, y lo cumplió bien durante su primera década.
Tras la caída de Mora en 1859, se “bautizó” el sitio como “Teatro Municipal”; y, con mayor o menor “suceso”, allí se presentaron tanto compañías profesionales extranjeras como grupos nacionales de aficionados, hasta su destrucción por el terremoto de diciembre de 1888.
Ese hecho y el vacío cultural ocasionado entonces, llevaron a Tomás García –casi dos años después– a hacer la dicha solicitud al municipio; mas, ante la negativa de este, el empresario decidió –junto con otros inversionistas privados– empezar la construcción de lo que anunció como “un teatro de variedades”.
Para hacerlo, los socios adquirieron el salón de juegos del Club del Comercio (en la actual calle 5, entre las avenidas Central y Primera). Se afirma que su arquitecto fue el español Francisco Gómez, aunque parece que el local construido entonces estaba muy cerca de lo provisional que pretendía la solicitud original.
Inaugurando y remodelando. Sin pintar aún, aquel rústico salón de espectáculos se inauguró en los primeros días de enero de 1891. De techo bajo que provocaba temperaturas sofocantes, contaba con 185 asientos en la platea y una sola fila de palcos con 96 más, por lo que no cumplía el mes de existencia cuando se hablaba ya de la necesidad de remodelarlo por “angosto, sucio e incómodo” según Borges.
García radicaba en Costa Rica desde 1872 ligado a la Compañía Luque, pero había renunciado a ella para dedicarse a ser empresario teatral independiente. Empero, para poder ampliar y remodelar su teatro en 1893, se vio obligado a asociarse con el adinerado artista Adolfo Luque, de quien se había separado empresarialmente.
Esas mejoras consistieron en levantar una segunda fila de palcos, y en establecer la sección de butacas y la de galería.
Aunque entonces no se le dio más altura al escenario, como sí deseaba el público, se pintó el interior mejorando notablemente su aspecto, con lo que el Variedades quedó listo para aprovechar la afluencia de espectáculos al país.
A pesar de ello, el 10 de mayo de 1893, el periódico El Heraldo de Costa Rica anotó refiriéndose a dicho local: “País pequeño como Costa Rica ['], no puede aspirar, sin que mueva a risa de compasión, a recibir en su teatrillo cucarachero, que no es siquiera como los subterráneos de San Francisco, compañías de ópera”.
A ese comentario pareció responder el publicado en La Prensa Libre el 2 de agosto de ese mismo año, al llamarlo “nuestro cucarachero querido, sí, querido porque en él hemos pasado momentos gratísimos al arrullo del arte y la belleza, y ya se ha conquistado un tronito de simpatías del público”.
Sin embargo, la inauguración del Teatro Nacional, en 1897, y su consecuente captación de los montajes de importancia e interés de la gente, así como las graves diferencias entre los socios por el manejo del lugar, llevaron a la empresa a una posición insostenible, que la hizo cambiar de dueño varias veces en los años siguientes.
Innovación y continuidad. Con independencia de esas vicisitudes, el Teatro Variedades siguió adelante como espacio de innovación. Así, en 1892, una compañía de zarzuela se había presentado allí por primera vez en el país, y en 1904 se ofrecieron también las primeras “vistas cinematográficas” (cintas cortas) proyectadas en Costa Rica.
Sin embargo, aunque la novedad del cine ayudó temporalmente al Variedades a reconquistar popularidad, hacia 1914 volvió hacerse presente la decadencia en la que parecía haberlo sumido el Teatro Nacional. Entonces, cuatro josefinos –encabezados por Nicolás Chavarría Mora– decidieron comprar el lugar y hacerlo rentable de nuevo.
La primera medida encaminada a ello fue la construcción en ladrillo de una nueva fachada, trabajo que se aprovechó para la ampliación en madera y chapa metálica de todo el teatro, que permaneció cerrado mientras tanto.
Entre los impulsores de aquella obra se encontraba el ingeniero Chavarría Mora, principal responsable del diseño arquitectónico del Teatro Nacional, por lo que cabe pensar que él fuera también autor de este otro diseño.
En cualquier caso, de estética neobarroca, esa portada muestra una elegante y ecléctica abundancia de decoración, tal como se aprecia en las guirnaldas de los intercolumnios, en las de las ménsulas que sostienen los balcones del primer piso, así como en los diversos relieves alusivos a la música y al teatro que campean por ella entre otras referencias arquitectónicas neoclásicas.
Según relata Fernando Borges, terminados los trabajos, se vio que estos habían agotado el capital inicial de la sociedad, a lo que vino a sumarse, para colmo de males, la insuficiente respuesta del público, en mucho ocasionada por la inauguración, a menos de doscientas varas, del Teatro América, sobre la avenida Central.
Por eso, en 1917, el Teatro Variedades fue puesto en manos del señor Mario Urbini con el compromiso de hacerlo resurgir, algo que el empresario logró no sin dificultad con buenos espectáculos y apoyado en gran medida en la proyección cinematográfica.
Con esa actividad como la principal, Mario Urbini formalizó primero un contrato de operación que se convirtió luego en la adquisición del local que –por esta razón y gracias a ese notable empresario y a su noble descendencia– sigue hoy en pie y en función luego de más de un siglo de existencia.
EL AUTOR ES ARQUITECTO, ENSAYISTA E INVESTIGADOR DE TEMAS CULTURALES.