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De la tragedia a la gloria

Una vida fatal La rusa Marina Tsvetáieva es una de las mayores poetisas europeas del siglo XX

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De la tragedia a la gloria - 1

Si Marina Tsvetáieva (1892-1941) viera lo que ha ocurrido con ella en los últimos 20 años, creería que el mundo se ha vuelto loco: todos los días aparecen estudios sobre su obra; cada año sale una biografía; es la autora rusa más leída en su país y en el planeta; su departamento moscovita es sitio de peregrinaje para miles de personas y se planea la construcción de un gran museo en su honor.

Además, se han hecho películas, óperas y dramas basados en su vida; las composiciones que Shostakóvich le dedicó se han incorporado al repertorio en los teatros de concierto.

Susan Sontag, Joseph Brodsky y Doris Lessing se cuentan entre sus fervientes admiradores; Judy Dench lee sus versos en Londres y Nueva York ante salas repletas; en París, Roma, Berlín y muchas ciudades, los textos de Tsvetáieva se agotan en las librerías...

El anecdotario sobre la genial escritora es infinito. ¿Qué explica este fenómeno, que comenzó en los 80 en Rusia y pronto transformó a la autora en figura de culto universal?

En parte, todo se debe a los esfuerzos de Ariadna Efron, su única hija sobreviviente, quien, tras décadas de cárcel y destierro, ocupó su vida en la difusión de los libros de su progenitora.

Marina Tsvetáieva, mi madre es un notable testimonio que tiende un poco a lo colosal, y revela el peso de la censura (data de 1975).

Tsvetáieva ha sido percibida como víctima de su tiempo y, por supuesto, del poder de su poesía, mantenida en el abismo de lo que se dice y lo que no se dice, de lo clásico y lo moderno, en el discurso terso, veloz, elíptico. Simón Karlinsky, su primer biógrafo, resume así la trayectoria de la artista: “El exilio, el olvido, la persecución y el suicidio pueden haber sido el destino de los poetas después de la Revolución, aunque sólo Marina Tsvetáieva experimentó cada uno de ellos”.

Familia y literatura. Marina provino de una familia acaudalada, liberal y culta: su padre, Iván, fundó el Museo Pushkin, y su madrastra, María, fue una eximia pianista.

En 1912, Marina se casó con Serguéi Efron, del que estuvo alejada durante la guerra civil (1918-1921), pues Efron peleó contra los bolcheviques.

El matrimonio tuvo tres hijos: Irina, Ariadna y Giorgi. Irina murió de hambre en 1920. Ariadna fue confidente y secretaria de su madre. En 1922, Marina se reunió con Efron en Berlín y convivió con él los siguientes 15 años, hasta su retorno a la Unión Soviética en 1939.

Giorgi, el único varón de la pareja, nació en París en 1926. Aunque ya era una figura consagrada en su patria, Marina fue víctima de la condena de las autoridades comunistas y de la hostilidad de los emigrados (no era antisoviética).

En Francia, Efron y Ariadna comenzaron a trabajar para la NKVD, el órgano secreto precursor del KGB. Al verse implicado en el asesinato de un agente, Efron huyó a Moscú. La policía francesa interrogó a Marina, pero ella parecía confusa ante sus preguntas y terminó recitándoles traducciones francesas de sus poemas, por lo que concluyeron que estaba trastornada.

Aparentemente, Marina no sabía que su marido era espía; sin embargo, los exiliados la responsabilizaron por esas acciones, y el estallido de la Segunda Guerra la hizo regresar.

No pudo haber previsto los horrores que la aguardaban: el terror estalinista estaba en su apogeo y cualquiera que hubiese residido en el extranjero era sospechoso, aun cuando peor suerte corrían los escritores que habían sido conspicuos antes de la revolución.

Efron fue ejecutado; Anastasia, hermana de la poetisa, encerrada en una cárcel, y Ariadna sufrió más de dos decenios en prisiones y centros de “reeducación”. Marina trató de sobrevivir por su hijo de 15 años –el joven moriría poco después en el frente de batalla–, pero, al ser enviada a Yelabuga, en la República Tártara, sin tener qué comer, se ahorcó en 1941. Nunca se sabrá dónde descansan sus restos. Marina se suicidó en 1941.

Lo más asombroso en una persona tan asediada por la desgracia y la incomprensión, y que tuvo una breve vida, es el gigantesco corpus literario que legó: cuentos, novelas, relatos autobiográficos, críticas y, sobre todo, poemas.

Entres sus contemporáneos estuvieron Vsevolodov Meyerhold, Mijaíl Bulgakov, Natalia Sats, Osip Mandelstam (de quien fue amante), Serguéi Esenin, Ana Ajmátova, Alexander Blok, Vladímir Mayakowski (por quien se atrevió a hablar cuando él se suicidó), Borís Pasternak, Andréi Bely (“ser perseguido y torturado no requiere torturadores: nos bastamos nosotros mismos”, le escribió) y muchos más.

Amores y poemas. Su amor por Serguéi Efron fue casi obsesivo, si bien ello no le impidió tener otros affaires con hombres –para Mandelstam escribió “Monolitos"– y mujeres: a la poetisa Sofía Parnok dedicó “La amiga"; a la actriz Sonia Gollidey, “Relato de Soniechka”, y a Natalie Berney, conocida escritora lesbiana en el París modernista, “Carta a la amazona”.

No obstante, su gran pasión extramatrimonial fue Konstantín Rozdevitch, exoficial que recibió a Marina y Efron en Praga y los ayudó en su calidad de museólogo, filántropo y eje de los exiliados rusos.

Rozdevitch es el héroe de “Poema del fin”, “Poema de la montaña” y “Poema de despedida"; el ciclo conforma la cima poética de Tsvetáieva, y es posible que el relativo bienestar y la calma doméstica hayan propiciado el clima para esta formidable secuencia lírica.

En 1923, la poetisa inició su tortuosa relación epistolar con Pasternak, quien la idolatraba; él inspiró “Cables” y “El poeta”. El vínculo fue platónico ya que Marina evitó conocerlo en persona cuando viajó a Europa. En el mismo período, Tsvetáieva y Rilke, que conocían uno la obra del otro casi de memoria, empezaron a escribirse.

Mucho más tarde, ella y Pasternak se vieron en Moscú; el poeta, Ana Ajmátova y el novelista Ilyá Ehrenburg, favorito de Stalin, fueron los únicos que le tendieron la mano en sus últimos y peores años de vida.

Cielo e infierno. En la temprana poesía de Tsvetáieva vemos a una adolescente perturbada y vulnerable que busca desesperadamente su identidad. Poseía una gran defensa contra la depresión: el temple para fundirse con la naturaleza y el aislamiento, junto a un extraño humor: “Mi día es desordenado y absurdo: / al mendigo pido pan, / al rico le ofrezco limosna”.

¿Qué significaba ser poeta para Tsvetáieva? Aunque fue fundamentalmente apolítica y no tenía mayor respeto por la Iglesia y el Estado, suscribía el concepto de la poesía en manos de un poder más alto, el Dios de los poetas: “La condición para crear es la condición de ser vencido por un hechizo. Algo, alguien, habita en ti, tu mano cumple esos designios. ¿Quién es? Aquel que, a través de ti, quiere ser”

Pese a todo, Marina Tsvetáieva nunca fue del todo ignorada en su nación ni pudo serlo. Hasta en la peor fase del totalitarismo, sus libros eran leídos por minorías en Rusia, porque el ciclo basado en Rozdevitch estaba disponible o porque algunos títulos suyos se hallaban en las universidades o formaban parte de las bibliotecas.

Fue completamente reconocida por sus contemporáneos: Ana Ajmátova la enumeraba entre una fraternidad de pares, que incluía a Pasternak y Mandelstam, quien, a su vez, la llamó “la dorada, incomparable poetisa”. Joseph Brodsky declaró que ni una voz más apasionada ha sonado jamás en la poesía rusa del siglo XX.

Al fin, Rusia y el resto del mundo han terminado a los pies del genio lírico más trágico de la era moderna, que se alza en el poema “A los fiscales de la literatura” para decir: “¿Ocultar todo para que la gente olvide / como nieve que se derrite o una vela? / En el futuro, ¿no ser más que un puñado de polvo / bajo la cruz de la tumba? No quiero”.

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